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Cine Doré, la película detrás de la pantalla

ABC visita la sede de las proyecciones de la Filmoteca Española junto a los profesionales que programan las películas y las ponen en marcha cada día

Cine Doré, la película detrás de la pantalla isabel permuy

e. vasconcellos

La tarde del primer jueves de otoño da para llegar al Doré preguntando por el IVA y terminar con una expatriada gala –por voluntad propia– que abandonó su país cansada del chovinismo francés de los setenta. El salón Doré, que después se convertiría en cine, fue inaugurado hace ahora un siglo. Delante de su fachada modernista, Catherine Gautier, responsable de programación del cine desde hace más de 20 años, aprieta un cigarro blanco entre los labios y pide elegantemente revisar el texto antes de publicarlo. Se sonríe ante la negativa.

De las últimas décadas del Doré hablamos con Gautier, pero también con Antonio Santamarina, gerente del cine, y Antonio J. Valenzuela, el proyector más jóven. Marlene Dietrich y un primerizo Cary Grant se preparan mientras para salir a escena. «Blonde Venus» (1932) , de Josef von Sternberg, es una de esas películas que mantiene la media de espectadores por pase (128), aunque los ciclos de Buñuel, Billy Wilder, Pasolini o Woody Allen marcan picos en taquilla.

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El cine Doré, reabierto en 1989 después de 26 años fundido en negro, es una de las ramas de la Filmoteca Española. No es un cine comercial, tiene una labor de divulgación del patrimonio cinematográfico propio y ajeno. «Bastantes dificultades tienen las salas como para competir con ellas», explica el gerente del cine. También tiene algo de «museo». Museo de contenidos –proyectan filmes históricos, documentales o minoritarios que no llegan a estrenarse en el circuito comercial– y de formatos –el celuloide resiste en las filmotecas mientras las salas migran al modelo digital.

Las salas poseen el «hipnotismo» del que carecen las pequeñas pantallas, «la posibilidad de estar dentro, de no tener distracciones», pero Santamarina es amigo de las nuevas ventanas, y del potencial de internet como repositorio de películas «no disponibles».«No hay por qué elegir», dice. Tanto él como la responsable de programación constatan una tendencia entre los espectadores del Doré: asisten al cine para ver en pantalla grande películas que ya han visto en la televisión o en internet. El proceso inverso al que impone la industria.

Además de repetir, el Doré da la posibilidad de descubrir. «La gente pide siempre los mismos ciclos», explica Gautier, que elabora el programa desde 1989, «nuestra tarea es enseñarles otras cosas que no conocen». A estas alturas de la conversación, Dietrich debe de estar quitándose el disfraz de mono y cantando Did you ever happen to hear of voodoo?, y Gautier presume de datos de asistencia: una media de 120 personas por pase en 2011, y 141.730 espectadores a lo largo del año. «Me preocupa mucho mantener un nivel alto», reconoce, «pero también atraer el interés de un público muy variado».

Malabares con el programa y los números

Entre el 30 y el 40 por ciento de las películas exhibidas pertenecen al fondo de la Filmoteca Española (que acumula más de 45.000 títulos, sin contar los vídeos del NO-DO). El resto procede de filmotecas de todo el mundo, acuerdos bilaterales con otros países para promocionar la producción nacional, fundaciones, embajadas, festivales, la Academia de Cine (el Doré proyectará a partir de octubre el grueso de las películas que competirán en los premios Goya en 2013) y, finalmente, con los distribuidores comerciales, siempre que las películas hayan sido estrenadas hace al menos dos años.

«Para mí, el cine reciente es el que empieza en la Nouvelle Vague –Truffaut, Godard, Rohmer–. Ahora, para la gente del cine reciente es de hace dos años», mueve la cabeza Gautier. El año pasado, el cine Doré ofreció 1008 títulos (entre películas y cortos) y 1179 sesiones (cuatro por día, excepto lunes y festivos). Un 30 por ciento de cine español, ciclos dedicados a directores fallecidos recientemente, actores, actrices, compositores de bandas sonoras, cine japonés, fantástico, judío... Hasta una pequeña cuota de películas mudas con música de piano en directo.

¿Todo vale? «No, no todo vale». «Todo el mundo quiere que pongan sus películas en el Doré», explican. Cineastas de todo pelaje que buscan un escaparate como este, «y si les dices que sí, ¡te piden que les pagues!».

El presupuesto anual del cine destinado a la programación es de 250.000 euros

Ni Santamarina ni Gautier evitan la pregunta de moda: los presupuestos. Según explican, los ingresos de taquilla, unos 250.000 euros anuales que van a parar al Tesoro, coinciden con los gastos de la programación, excluyendo al personal. Difícil imaginar que la partida más cara es la de los subtítulos electrónicos: 125.000 euros se emplean cada año con este fin. Otros 100.000 se invierten en el pago de derechos y alquileres de películas, y unos 25.000 en el transporte de películas de una filmoteca o institución a otra.

En los años 70 –cuando el cine Doré aún no había sido rehabilitado y las películas de la Filmoteca se exhibían en los cines California (actual Sala Berlanga), Infantas, Príncipe Pío...– las películas se veían «a pelo», en versión original sin subtítulos. Desde los 80 hasta los 90 se empleó un sistema de traducción simultánea, con un intérprete que los espectadores escuchaban a través de unos auriculares. Desde 1996 se usan los subtítulos electrónicos para aquellas cintas que no los llevan incorporados.

La tecnología, siempre la tecnología

Antes de que Grant y la «Blonde Venus» salgan de la caja de latón y empiecen a rodar en el cinematógrafo, el proyeccionista Antonio Valenzuela explica las ventajas y desventajas de la tecnología aplicada al cine. «Son las productoras las que están imponiendo el digital en los cines comerciales», señala. A favor del celuloide alega que la imagen en 35 mm es más natural, «menos saturada de colores»; en contra, el deterioro de las cintas y, quizás, el espacio que ocupan. Una película de 90 minutos ocupa unas siete cajas, dos kilómetros y medio de fotogramas, «imagínate Ben-Hur o Los Diez Mandamientos...».

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Explica el funcionamiento de los proyectores y lo intenta con los sistemas de sonido. Logra hacerse entender cuando saca un rollo de celuloide y revela la existencia de pequeñas líneas verticales que recorren el margen de los fotogramas. Ésas son las pistas de sonido, carreteras en morse –no literalmente, sino literariamente– sincronizadas con las imágenes. «Esto está lleno», dice al llegar a la Sala 1 a través de una puerta trasera, «cuando ponemos las de cine kazajo...». El negro de la sala cede, al fondo, a los eróticos grises de Dietrich tomando un baño. No se le ve la cara pero se le adivina el gesto. Sin duda, la rubia atrae más miradas que el país asiático.

La visita termina como empezó, preguntando por el IVA. ¿El cine es espectáculo o es cultura? «Deberíamos preguntarle a Hacienda, o al ministro (Wert), si los toros y el fútbol son más cultura que el cine», despeja Santamarina. A pesar de la subida del 8 al 21%, los precios del Doré siguen siendo populares: entre 1,5 y 2,5 euros por sesión.

El epílogo lo pone Gautier en la puerta. Aprieta el cigarro blanco entre los labios y pide elegantemente revisar el texto antes de publicarlo. Lo pide porque minutos antes ha contado, en confianza, cómo la Filmoteca esquivaba la censura a mediados de los setenta «disfrazando algunas películas de cine independiente», como «Pink Flamingos» o «Satyricon». O un apuro de Florentino Soria, excensor reconvertido en director de la Filmoteca, con una cinta subida de tono. O cómo han recibido alguna que otra «invitación» gubernamental para programar determinado tipo de ciclos...

Se sonríe ante la negativa y se dispersa hablando de lo que la arrastró a España. En confianza.

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