Lope y el jesuita patrañero
Un día de 1594 apareció una arquilla de madera con un tapador de copón metálico que llevaba repujadas las iniciales C y S.
En este año se cumple el 450 aniversario del nacimiento de Lope de Vega , y a modo de personal e ínfimo homenaje, me propongo sacar del olvido una anécdota, poco conocida, que entrelaza el nombre del Fénix con el de nuestra ciudad.
Lope de Vega, como es sabido, nunca fue un modelo de exquisita moralidad, de manera que casi sabe a castigo divino el que viniera a dar de bruces con el que fue el más acabado ejemplo de falsario que recuerdan los anales: el jesuita Jerónimo Román de la Higuera. El encuentro de ambos tuvo lugar con un fondo escénico piadoso: la capilla del Sagrario de la catedral de Toledo. Y surge la pregunta: ¿Qué argumento puede dar de sí la conjunción de estos tres elementos —Lope, el jesuita patrañero y la capilla del sagrario— si además añadimos al elenco un corregidor crédulo? La respuesta es sencilla: un episodio con muchos quilates de curiosidad.
Todo comienza un día de agosto de 1594 en que, al realizarse unos trabajos de ampliación de la capilla del Sagrario de la catedral toledana, apareció una arquilla de madera con un tapador de copón metálico que llevaba repujadas las iniciales C y S. El jesuita Jerónimo Román de la Higuera identificó este objeto como un resto del templo de Cixila edificado en honor de San Tirso, mártir del s. III en Asia Menor y que se suponía natural de Toledo.
Hoy sabemos que este jesuita era uno de los más grandes falsificadores de documentos de los que la historia tiene conocimiento . Ricardo Baroja le dedico un interesante ensayo donde se le define como una personalidad mitómana patológica, «roído por una clara perturbación metal». Pero en su época este jesuita pasaba por hombre honesto amén de erudito insigne, por lo que fue creído a pies juntillas por muchos, entre otros, el corregidor de Toledo, que envió una carta con el tapador al rey Felipe II en un intento de promover el culto del candidato a nuevo patrón de Toledo. Sin embargo, el cabildo catedralicio se opuso de forma tajante a esta iniciativa, mientras crecía la división de opiniones en el pueblo toledano. No obstante, finalmente se dio la razón al padre jesuita, en base a una información jurídica sobre los hallazgos.
Es entonces cuando aparece Lope en escena , que es llamado por el corregidor a Toledo, encargándole la composición de «una insigne tragedia del martirio de San Tirso» para que sea representada por Porres. Así, entre la Pascua (14 de abril) y Pentecostés (2 de junio), Lope residió en Toledo, y la preparó con tanto cuidado que según dijo un testigo «no se quiso vestir en ocho días sino sólo para oír misa los domingos, y estaba en cama rodeado de libros en griego, latín y lenguas vulgares para “sacarla más a gusto».
Lope se documentó sobre el caso de aquel mártir, que vivió en tiempos del Emperador romano Decio , del cual se dice que, considerando que el Estado atravesaba por graves problemas de decadencia, intento restaurar la «piedad» pública promulgando un edicto por el que se requería a todos los habitantes del imperio que hicieran un sacrificio ante los magistrados de su comunidad «por la seguridad del Imperio». Algunos ilustres miembros de la comunidad cristiana rehusaron someterse a la orden, entre ellos el propio Tirso, que fue sentenciado a ser cortado en dos, aunque según la piadosa tradición, la sierra se volvió tan pesada que los verdugos fueron incapaces de utilizarla. De las reliquias de San Tirso se decía que fueron llevadas a Constantinopla, y, por algún motivo, durante la Edad Media su culto se hizo popular en España, llegando a tener un oficio completo en la liturgia mozárabe.
Cuando en la víspera de Pentecostés acudieron a Lope para dar lectura a la tragedia frente a un dominico, el deán se negó a su representación en Toledo, si bien le agradó tanto su lectura que dio licencia para su representación «en todo el arzobispado». Puesto que el deán del cabildo tampoco consiguió que los inquisidores censuraran la obra, se le impidió a un comediante llamado Porres seguir con los preparativos para su representación, y se intentó que Lope pudiera corregirla, bajo pena de prisión, de modo que El Fénix decidió olvidarse de este asunto y regresar a Madrid.
Años después, en 1616, tuvieron lugar los grandes fastos organizados en Toledo con motivo de la inauguración de la espléndida reconstrucción de la capilla del Sagrario, a iniciativa del cardenal don Bernardo de Sandoval y Rojas, y se dio la circunstancia, ciertamente sorprendente, de que Lope no figuró entre los más de un centenar de poetas que participaron en el certamen que puso brillo literario al magno acontecimiento. Imposible pensar que Lope renunció de buena gana a granjearse unos laureles y un suculento premio, a los que tanta afición tenía.
¿Cuál pudo ser la causa, entonces? Nos situamos ante un enigma difícil de resolver. Quizá, entre las posibles causas pudo estar el resabio amargo de aquel frustrado encargo del San Tirso.
Poeta culteranos
Lo cierto es que, convocadas por tan insigne personaje como el cardenal Sandoval, las fiestas inaugurales de su capilla funeraria gozaron de gran espectacularidad, contando incluso con la presencia de los Reyes. El cartel del certamen lo redactó fray Hortensio Félix Paravacino, y en su desarrollo participaron poetas como Góngora, Espinel o Hurtado de Mendoza. Se hizo famoso por la enorme participación de poetas culteranos y del propio Góngora, quien escribió para la ocasión, entre otras composiciones, el bello soneto «Ésta que admiras fábrica, esta prima».
Aquel certamen supuso la consagración definitiva de Luis de Góngora. En cambio, brilló por su ausencia la participación de Lope y su grupo literario, a excepción de su buen amigo José de Valdivielso, que actuó de secretario. Éste era capellán del cardenal, y, por tanto, su presencia se hacía inexcusable. Mientras otra hipótesis no desdiga la presente, podemos plantearnos la posibilidad de que la causa de esta sorprendente ausencia de Lope en el certamen de la Capilla del Sagrario pudo tener relación con el incidente de San Tirso y el jesuita patrañero.
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