El Greco, escultor
El arte del genio se manifiesta de muchas maneras. Pintura, escultura, arquitectura… son concepto que domina y que lleva a la práctica El Greco. Una curiosidad inagotable que manaba del espíritu humanístico que lo caracterizó le condujo al cultivo de la escultura, expresión artística que atrajo su atención y despertó, en un espíritu tan crítico como el suyo, encendidos elogios, muy especialmente, en sus viajes por Italia. Como ocurre con la arquitectura, para nuestro pintor, la escultura es una estación intermedia, una parte del proceso, un estrato de los muchos que constituyen la compleja actividad del artista plástico. Para El Greco, la escultura es un código expresivo tan válido y digno para la concreción del talento como cualquiera de las artes imitativas de la naturaleza. Esculpir es una tarea que, como la arquitectura y la pintura misma, surge del auxilio del ingenio y requiere un proceso intelectual que implica la creación de una obra de arte y no queda en el mero resultado de la aplicación de una técnica manual a los procedimientos artesanales de un oficio mecánico.
La escultura tenía también algo más que la pura finalidad artística, era rentable . En sus primeros tiempos en España, cuando Toledo era, en su diseño de vida, todavía una estación de paso y no estable morada vital, tuvo la oportunidad de comprobar cómo el ejercicio de la escultura, en algo tan aparentemente subsidiario como la configuración del marco de las pinturas que se le encargaban, se convertía en encomienda mucho más lucrativa que las pinturas mismas. Uno de los primeros encargos toledanos fue el de un retablo completo (incluyendo el proyecto para la arquitectura y la escultura) para Santo Domingo el Antiguo (aunque este retablo no lo llegase a realizar nunca y sus diseños no es seguro que los llevase a cabo el imaginero y escultor toledano Juan Bautista Monegro). Emblemático es el episodio de El Expolio, obra maestra de su incipiente y feraz producción toledana, por el que, tras la superación del primero de sus litigios motivado por discrepancias de tasación de la obra, recibiría un total de 852 ducados, de los que solo 317 correspondieron a la pintura misma, mientras que los 535 restantes le fueron abonados por el marco, una talla con motivos marianos. Tras este episodio, el cretense ratificó la importancia del arte escultórica y puso su empeño posterior en lograr que cualquier pintura que se le confiara incluyera también su marco.
El legado de la obra escultórica del Greco debemos buscarlo hoy en algunos de sus retablos y en un par de modelos estatuarios . No es mucho para un artista tan prolífico, ciertamente, pero es del mismo modo cierto que, pese a que desconocemos su actividad en esta práctica durante su etapa italiana, sí podemos atestiguar que, en Venecia, aprendió de Tintoretto a confeccionar sus modelos pictóricos con cera y arcilla, y que este será un modo de operar constante en su metodología de trabajo. Así lo revela, como testigo directo, Francisco Pacheco, teórico del arte y pintor, menos apreciado por esta segunda condición que por el hecho de haber sido maestro y suegro de Diego Velázquez. Pacheco relata, en términos de encarecida admiración, cómo El Greco conserva figuras de los modelos que pueblan sus pinturas, además de conservar réplicas en lienzo de todos sus trabajos.
A Toledo la situaba Ramón Pulido como singular ciudad singular para fomentar el Arte
La dimensión escultórica de El Greco recobró cierto auge en el año 2011, cuando, unos meses antes de la celebración de la TEFAF, feria de arte antiguo, se anunció que, en el despliegue de dicho evento, se subastaría un Ecce Homo, atribuido al cretense y desconocido hasta entonces en el mercado del arte. Ciertas discrepancias sostenidas por expertos acerca de la autoría de la estatua tuvieron una resonancia en los medios de comunicación que hizo volver la mirada sobre la producción escultórica de nuestro artista. Nosotros, por nuestra parte, hacemos hoy lo mismo y, sin polemizar acerca de autorías irrefutables ni acerca de potenciales atribuciones, diremos que, excluido el Ecce Homo que hemos mencionado, es de indudable concepción de El Greco el Cristo Resucitado del hospital de Tavera y la Imposición de la casulla de San Ildefonso de la Catedral, ambos en Toledo. Y, con reservas por parte de algunos conocedores de la obra del cretense, se le otorgan como propias las estatuas de Epimeteo y Pandora, ejemplo de desnudos que ponen de manifiesto la cultura clásica del cretense, que forman parte del fondo permanente del Museo del Prado.
De la primera de las obras, los expertos coinciden en su similitud con el cuadro de la Resurrección que también alberga el Museo del Prado y que, originariamente, fue parte del conjunto del Colegio de la Encarnación, retablo al que nos referimos en el artículo que dedicamos a la actividad de El Greco como arquitecto.
La imposición de la casulla de San Ildefonso , por su parte, era también elemento constitutivo de un retablo al que también pertenecería El Expolio. La estructura original del conjunto sería desmontada a finales del siglo XVIII hasta que, a comienzos del XX, la parte escultórica se situó en su emplazamiento actual: bajo la pintura mencionada, en la sacristía de la catedral de Toledo.
En cuanto a las dos figuras de terracota de Epimeteo y Pandora , nos es conocido que fue Joaquín Pérez del Pulgar y Campos, quinto conde de las Infantas, hombre de reconocida sensibilidad artística y con larga trayectoria en cargos públicos relacionados con la recuperación y conservación del patrimonio histórico-artístico, quien las adquirió, y quien dio noticia de su existencia en un artículo publicado bajo el título «Dos esculturas del Greco», texto incluido en la revista Archivo Español de Arte correspondiente al año 1945. Dichas esculturas serían donadas al Museo del Prado, en el año 1962, por Dolores Andrada y Pérez de Herraste, condesa viuda de Las Infantas, quien legó las figuras en memoria de su esposo. Sin embargo, sería Xavier de Salas quien identificaría a los personajes de Epimeteo y Pandora como los modelos de dichas esculturas; Salas trataría el tema en dos artículos publicados, igualmente en Archivo Español de Arte, en los años 1961 y 1964. Así pues, indudablemente, fuera de las controversias interpretativas y de los reconocimientos o refutaciones de autoría, El Greco fue escultor . Es probable que esta práctica tenga una cuota muy exigua en el reconocimiento de su genio, pero es igualmente real que el cultivo de esta arte es una cara más de una personalidad compleja a la que conviene acercarse con mentalidad abierta y voluntad aditiva, porque sólo con esa tesitura de ánimo nos aproximaremos a la verdad sobre el hombre y el artista.


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