Apretón de manos entre isabel ii y martin mcguinness
El largo camino de la reconciliación en el Ulster
Catorce años después, se ha escenificado el último gesto pendiente. Pero han pasado catorce años desde que se pusieron las primeras piedras de la reconciliación entre vencedores y vencidos
El conflicto norirlandés toca a su fin. Treinta años y 3.500 muertos después, la Reina Isabel II ha estrechado la mano de un excomandante del Ejército Republicano Irlandés (sin delitos de sangre, en sus propias palabras) que ha llegado a ser viceministro principal para el Ulster. El gesto ha sido calificado por todos de histórico y hasta el Sinn Fein, el brazo político del IRA, lo ha alabado por significar el final de un doloroso camino. Cualquiera que haya paseado por Belfast en la época dura, puede dar fe de lo duro que ha sido.
No es fácil olvidar la ignominia del muro que separaba los barrios de Falls Road de Shankill Road. En el primero, católico, el abandono era patente, mientras que en Shankill, la Union Jack que ondeaba en todos los comercios daba el toque de color a unas calles impolutas pero grises. La división entre católicos, consumidos por el paro, y protestantes, copando todos los puestos de la administración y la mayoría de la industria y el comercio, iba mucho más allá de esa espeluznante mole de hormigón coronada por alambre de espino. Lo único que aquellos dos mundos tenían en común eran las pintadas que se veían en sus muros. Rivalizaban en color y militarismo. Daba igual que fueran del IRA o del Ulster Voluntary Force, todas rebosaban de héroes y llamamientos a la victoria final. Y esa, se la adjudicó el viejo león inglés.
Cientos de miles de jóvenes británicos patrullaron durante décadas por las calles del Ulster jugándose la vida, y cientos de paramilitares de uno y otro bando, republicanos o unionistas, se la segaron unos a otros en sus esquinas. En Derry, Londonderry para los británicos, los soldados patrullaban a plena luz del día a pie con uno de sus hombres caminado de espaldas y los de avanzadilla apuntando con sus fusiles de asalto a todas las ventanas sospechosas. Y en Belfast, acercarse andando a una comisaría de la Royal Ulster Constabulary te permitía experimentar la sensación de que desde un vehículo blindado surgido de la nada uno de sus tiradores te apuntase directamente a la cabeza con su fusil automático hasta comprobar que no había peligro en aquellas cámaras fotográficas. De esa experiencia de guerra urbana, dieron buena cuenta después en las calles de Afganistán, como reconocían mandos españoles en el país centroasiático. Ningún ejército europeo es capaz de caminar así por una avenida hostil, decían con admiración los mandos españoles.
Todo aquello quedó para el recuerdo. Los británicos aguantaron y los republicanos irlandeses se rindieron a la evidencia de los hechos. El general canadiense retirado John de Chastelain verificó la entrega de las armas del IRA tras los Acuerdos de Viernes Santo de 1998 y, pese a escisiones y atentados sangrientos como el de Omagh, las patrullas armadas y los blindados del RUC a toda velocidad por las calles católicas pasaron a la historia. No hubo concesiones ni condiciones, el IRA se rindió y el Ejército de Su Graciosa Majestad venció. Ahora, catorce años después, se ha escenificado el último gesto que quedaba pendiente. Pero han pasado catorce años desde que el moderado republicano John Hume y su homólogo unionista David Trimble, después Premios Nobel de la Paz, pusiesen las primeras piedras de la reconciliación entre vencedores y vencidos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete