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OPINIÓN

Semana Santa en Toledo

POR FERNANDO JOU

Si en Andalucía cuando llegan estas fechas primaverales de Semana Santa todo es explosión de sentimientos hacia el exterior, de piropos a sus vírgenes y cristos, de penitentes con coloridos hábitos y altos capirotes de terciopelo y raso, de bandas de música acompañando a los pasos, de ajetreo y bullicio en las calles, mientras, en la castellana Toledo, la Semana Santa se caracteriza por un sentimiento íntimo y austero como lo es nuestra recia tierra, predominan los hábitos oscuros y con capucha de tejidos ásperos al tacto, el sonido ronco del tambor acompaña el lento y acompasado baile de las imágenes por los estrechos callejones, se escucha el silencio respetuoso de la gente al pasar las imágenes.

Incluso éstas, nuestras imágenes, me parecen distintas de las de otros rincones de España, aunque en muchos casos puede que hallan sido talladas por los mismos escultores e imagineros, pero nuestros crucificados están ciertamente muertos y la muerte es evidente desde la expresión facial exánime hasta las livideces cadavéricas que presentan, pasando por las rigideces articulares que aparentan, ya que aunque obviamente al ser esculturas no tienen movimiento (a excepción de las de la Semana Santa de Ocaña y alguna otra) las de Toledo parece que su rigidez sea como consecuencia del «rigor mortis» mas que por la solidez de la madera de que están hechas.

Igual ocurre con nuestras vírgenes de serena belleza, encerradas en si mismas, absortas en su dolor por la muerte de su hijo, del Hijo, como almas en pena, muy distintas de las vírgenes andaluzas de belleza exultante. Las nuestras llevan el luto en el corazón y sólo nos apetece acompañarlas, en silencio, en su dolor más que piropearlas.

En nuestra Semana Santa, en definitiva, todo es austeridad y sobriedad; severidad y penitencia. Ya vendrá 60 días después otra procesión, la del Corpus Christi, en la que es el propio Jesús y no su imagen, el que recorre nuestras calles y plazas y ahí ya sí, engalanamos balcones con mantones y reposteros; tapizamos los adoquines con tomillo, espliego y cantueso; los cofrades lucen hábitos y capas de vistosos colores, a la vez que lanzamos una perfumada lluvia de pétalos desde las ventanas al paso de la custodia que contiene el cuerpo de Nuestro Señor.

Quiero aprovechar la ocasión y desde aquí pedir para la Semana Santa de Toledo el reconocimiento internacional del que goza nuestro Corpus, porque ambas celebraciones forman parte de un todo, no olvidemos que la Eucaristía se instituyó un Jueves Santo, son la cara y cruz de la misma moneda, el anverso y el reverso de una realidad que los toledanos católicos vivimos en la calle de forma diferente, pero con toda la pasión de nuestra fe.

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