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la lupa

La lotería de los Blanco

La Lotería les tocó con Dorribo a algunos encargados de velar por el adecuado uso de los fondos públicos. Eran décimos con trampa

alfredo aycart

POCOS idilios hay más continuados que el que mantienen en los últimos años algunos dirigentes políticos con la Lotería Nacional. El Gordo de Navidad tiene una querencia por los administradores del erario público que sobrepasa con creces cualquier teoría de la probabilidad para situarse en el terreno de la magia. Ha llegado a tal extremo la situación que, en pura justicia distributiva, habría que crear un juego de azar para la dirigencia ajeno al que ambicionan los ciudadanos de la plebe.

Ejemplos de todos los colores: el primero que recuerdo, el de un alcalde socialista de Zaragoza, premiado después por su partido con un puesto de eurodiputado. Los décimos no consiguieron evitar que tuviese que dejar el cargo entre el escarnio público al descubrirse ciertos asuntillos de enriquecimiento irregular. Caso similar fue el más reciente del castellonense presidente de Diputación que firmó un acuerdo con la fortuna tan beneficioso que le agració no en una sino en al menos dos ocasiones con añorados Gordos navideños.

Rotos los esquemas matemáticos, a nadie puede extrañar que el conselleiro de Industria del bipartito, el nacionalista Fernando Blanco, lograra 81.000 euros en un Gordo navideño. Que se haya señalado el origen del dinero como parte de los presuntos pagos del empresario corruptor Jorge Dorribo por supuestos favores prestados, contrasta con la notable previsión del prócer del BNG, único caso en el mundo que guarda recibo de la compra de décimos. Es sin duda un signo de cautela que le honra, en una Comunidad donde la compra de quinielas premiadas fue una de las formas más frecuentes de blanqueo de los ingresos de contrabandistas y narcotraficantes.

Aparentemente la lotería les tocó a algunos de los encargados de velar por el adecuado uso de los fondos públicos. El emprendedor Dorribo, un Don Juan de los despachos que podría remedar algunos de los versos del Tenorio con sus citas en gasolineras, reconoce ahora haber repartido obsequios y fajos de billetes, sin distinción de procedencia política entre los receptores de las dádivas, con la generosa prodigalidad de quien se sabe bien tratado en el reparto.

Fernando Blanco, que abandonó su escaño como parlamentario, pudo ser uno de los agraciados por los décimos con trampa, según se presenta en el sumario de más de 23.000 folios elaborado con paciencia franciscana por la jueza Estela San José. Como el dimitido Pablo Cobián, o el cesado director del Igape, aparentemente enredados en el deleznable juego de malversaciones y tráfico de influencias descrito en la exhaustiva investigación policial.

Hay una diferencia sustancial entre todos ellos y José Blanco. El ex ministro de Fomento, que se apresuraba a reclamar dimisiones en casas ajenas, declinó abandonar su puesto cuando parecía que era señalado solo por Dorribo, de cuya amistad previa renegó para vituperarle como delincuente, prescindiendo una vez más de la presunción de inocencia que para sí reclama.

Pero tampoco dimite ahora que se conocen las nauseabundas conversaciones que describen un comportamiento despreciable en un gestor. Independientemente de que los jueces consideren suficientes las pruebas presentadas para condenar al cazador cazado, presumir la inocencia de José Blanco es toda una inocentada. El cierre de filas de los candidatos a dirigir el PSOE después del Congreso de este fin de semana retrata su irrisorio compromiso con la ética.

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