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Rosa Díez: «Cocino muy bien el cordero asado y el pescado al horno»

Si no hay actividad política los domingos, la diputada por Madrid desayuna y lee la prensa en la cama y desde allí echa el primer vistazo a Facebook. Luego hace la compra para la comida

Rosa Díez: «Cocino muy bien el cordero asado y el pescado al horno» fernando gómez

anna grau

«Yo creo que la gente tiene de mí una imagen bastante sólida que no han podido destruir ni con infamias, ni con calumnias, ni con tergiversaciones interesadas». Se hace valer: «A mí se me ve como una persona cercana y que siempre dice lo que piensa» .

De consejera autonómica discutía la ley de Comercio Interior de Euskadi con los dependientes de las zapaterías mientras se probaba zapatos. De candidata socialista en unas elecciones nacionales, paseaba un día junto a un «alto dirigente del PSOE» y este tomó nota de que la gente la saludaba por la calle y la tuteaba. «Y el alto dirigente me dijo, esta es la diferencia entre alguien que ha traspasado la barrera del partido y alguien que no», recuerda. ¿Es verdad que ese alto dirigente no era otro que Alfredo Pérez Rubalcaba, como nos ha soplado un pajarito? Rosa se ríe. En una reciente foto en que él la «estrangulaba» ya se vio que había química. Ahora es la líder política mejor valorada de España , según el último barómetro publicado por el CIS.

Rosa Díez tiene 59 años y está en política desde los 20. Afirma que nunca esperó que su dedicación a tiempo completo durara tanto y que a lo mejor habría durado menos de ser ella de Guadalajara en vez de Sodupe -en la localidad vizcaína de Güeñes-: «Es que en Euskadi, cuando ya has dado un paso al frente, ¿cómo vas a volver atrás? ».

Se lo planteó -se lo plantearon ella y su marido, Iñaki- una sola vez. ¿Cuándo en 1997 les llegó un paquete bomba a casa? «No, cuando nació Olaya». Ya tenían un primer hijo, Diego, y la llegada de la segunda les empujó a recapacitar. «Nos preguntamos si teníamos derecho a obligarlos a vivir así, pero cuando llegamos a la conclusión de que teníamos que hacerlo precisamente porque teníamos hijos, ya no volvimos a hablar del asunto», resuelve.

Es la respuesta de una mujer fuerte. Pero no se es fuerte de verdad si no se sufre y si no se duda. Cuando sus hijos fueron mayores « descubrí que habían pasado mucho miedo sin decírmelo , que la niña iba al colegio cada día preguntándose si en alguno de los coches aparcados en la cuesta de casa habría una bomba; fueron tan generosos que se lo callaron».

Ahora Diego tiene 35 años y vive en Sodupe y Olaya tiene 28 y vive en Madrid. Se ven mucho y se mandan infinidad de mensajes. Se enternece cuando habla de su familia pero, atención: esta profesional del tú a tú defiende con uñas y dientes «la parte de mi vida que no es pública, que es privada» . Se ríe cuando le preguntamos qué haría su marido si ella, vamos a suponer, llegara a la Moncloa. «Ah, pues él se dedicaría a llenar el jardín de caminitos, a hacer un Versalles, y luego vendrían nuestros perros y lo destrozarían todo, como en casa», se ríe a carcajadas.

¿Los domingos es así? Pues más o menos. Si no hay actividad política a Rosa le encanta «desayunar en camisón» y leer la prensa en la cama. También es allí donde da el primer repaso a Facebook, etc. Luego va a hacer la compra para la comida. Se jacta de cocinar muy bien pocas cosas, cordero asado, pescado al horno , «un arroz con almejas que me sale de chuparse los dedos», etc. Lo acompaña con una copa de vino, nunca dos, que le entra sueño. Además es el único miembro de su familia que bebe.

¿Pero es posible hacer política sin un índice de alcoholemia mucho mayor? Rosa insiste en pedirse un zumo de naranja o un caldo cuando otros se piden una caña. Y sobre todo insiste en deslindar reuniones de trabajo de comidas y cenas, que reserva para la gente que quiere. «Si no es así, prefiero cenar sola en el hotel», concluye.

En la práctica es como si tuviera dos vidas, una en Sodupe donde están Iñaki, Diego, los perros, pasear por la montaña, leer, escuchar música, y otra en el vértigo que es Madrid, donde vive Olaya y donde surgen otros núcleos, menos duros, pero no menos importantes. En una especie de altar laico en su despacho cuelgan fotos de su gente . Sus compañeros. Sus escoltas, todos policías nacionales. Rosa se preocupa por si «no se me van a enfadar» cuando vean que como objeto preferido elige un muñequito de guardia civil que tiene en su mesa. Seguro que no se le enfadan.

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