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la lupa

El BNG se derrite

No hay nada que una a las facciones una vez que se deshizo la tropelía por la que el BNG acumulaba más poder cuantos menos votos cosechaba

alfredo aycart

EL autoritarismo puede imponerse un tiempo, cuando la disidencia cede ante la utopía y queda acallada por la disciplina. Pero ni siquiera los más etéreos dirigentes del BNG ajenos a la casta de la UPG pueden mantener eternamente la ensoñación de permanencia a una coalición aherrojada por sus más rancios funcionarios. El acelerado goteo de abandonos de la caverna muestra el camino para la configuración de una alternativa nacionalista moderna, alejada de los planteamientos chequistas que imperan en la decaída organización que controla Francisco Rodríguez a través de Jorquera y Vázquez.

Nadie duda ya de que los resultados de la XIII Asamblea del BNG marcaron el inexorable rumbo de la disgregación. El empeño suicida de la nomenclatura por mantener su poder y sus privilegios a toda costa no solo profundizó en el tradicional alejamiento de la sociedad sobre la que se pretenden imponer, también acabó con los escasos restos de paciencia de quienes han protagonizado sus momentos más brillantes, estupefactos ante la ausencia de autocrítica de quienes han sufrido una sucesión de descalabros electorales sin precedentes.

El llamamiento del portavoz recién elegido en el cónclave para que abandonen cuanto antes los disidentes el barco que se empeña en hacer naufragar no es más que una muestra, eso sí, mayestática, de su gigantesca incapacidad para articular una alternativa propia con cierto encaje en un electorado que ha rechazado sistemáticamente sus planteamientos.

Lejos de rectificar, Guillerme Vázquez se ha enrocado en el búnker de elementos de la trayectoria de Bieito Lobeira, el inquisidor empeñado en imponer a los gallegos hasta en qué idioma deben enterrar a sus deudos. El resultado es el abandono paulatino de los dirigentes que protagonizaron el ascenso del BNG y defendieron una adaptación de sus planteamientos a la sociedad a la que se dirigen.

Como era previsible, quienes intentaron propiciar un nacionalismo de corte moderno, equiparable de alguna manera a los que han triunfado en Cataluña o el País Vasco, se están viendo obligados a buscar acomodo en el exterior de una organización en vías de extinción como alternativa de Gobierno. Teresa Táboas renunció al acta parlamentaria; Carlos Aymerich renunció a la portavocía y ya ha pedido la reincorporación en la Universidad; el alcalde de Arbo romperá el carné, y personajes tan significativos como el exsenador Xosé Manuel Pérez Bouza, se han dado unos días de reflexión.

Es el goteo que precede a la previsible escisión del Encontro Irmandiño en el que se refugia Xosé Manuel Beiras, junto a buena parte de quienes convirtieron al BNG en la primera fuerza política de la oposición.

Los pactos de coalición con el PSOE en todas aquellas instituciones donde el PP no alcanzó la mayoría absoluta disfrazaron durante unos años la agonía de la coalición. Poco duró el calor del salario público. La pérdida de la Xunta de Galicia, en buena parte por los errores de los dos gabinetes que integraban el Gobierno de Emilio Pérez Touriño, empezó a agrietar la careta que ha quedado definitivamente destrozada por el declive del poder municipal atesorado en los momentos en los que el PP pareció renunciar al voto de las grandes ciudades.

Deshecha ya la tropelía por la que el BNG acumulaba más poder cuanto menor era su respaldo entre los electores, no queda argamasa que una a quienes pretenden un nacionalismo del siglo XXI, equiparable a los de CiU y PNV, que configuran una alternativa real en sus propias comunidades, con los que puestos a elegir, prefieren el modelo cubano o venezolano, como demostraron en la estruendosa ovación con que recibieron a los seguidores de las dictaduras caribeña y chavista mientras abucheaban en una insólita demostración de descortesía, a sus invitados de CiU.

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