la garita de herbeira
Experiencia de Sargadelos
Díaz Pardo fue un humanista que sabía que el barro puede satisfacer necesidades materiales y espirituales
EN 1980 tuve el honor de participar en una de las Experiencias de Sargadelos junto a José Manuel Naredo, Mario Gaviría, Pepe Martínez (fundador de la editorial Ruedo Ibérico), Uxío Labarta y otros muchos más. Hablamos del sentido económico y vital de la necesidad, del concepto un tanto equívoco, sino artificial y engañoso, de sistema económico, de las bases ecológicas y reales de la Economía. Asuntos de gran importancia no solo teórica, sino práctica, como estamos comprobando también hoy en que la subversión presente hace que, todo al revés, lo financiero domine a lo económico real, lo económico a lo político, y esto a lo social, cultural y espiritual.
Visitamos la enorme factoría de la alúmina de San Ciprián con su nave descomunal, debatimos sobre el sentido de las mega-industrias de enclave y su influencia en el entorno. De la amenaza de una central atómica para proporcionarle energía eléctrica, salvada in extremis por el desastre financiero que provocó el primer programa atómico español. De ciertas formas de industrialización de gran impacto ambiental típicas de las regiones subdesarrolladas o dominadas por fuerzas económicas ajenas a las sociedades donde se asientan.
Pero una de las cuestiones a mi juicio más interesantes que llamó mi atención fue la participación de mucha gente, trabajadores de la Cerámica y vecinos de Cervo, en los actos culturales celebrados cada día.
Un mestre subversivo, Pedro Petouto, sostenía que la cultura servía para abrir los ojos o no es cultura. Era muy curioso que una empresa promoviera de ese modo la toma de conciencia, el pensamiento, de sus trabajadores. Hecho insólito al menos desde que en las empresas «modernas» la política de Personal, (gente, personas, Espíritu) se degradó a simples Recursos Humanos (recursos, materia). Detrás de esa visión tan atractiva y atrayente, de esa moderna forma de entender las relaciones empresariales entre Capital y Trabajo que precisamente consiste en obviar muchos de los prejuicios de la modernidad obsolescente y pasajera al estilo de los chaplinescos Tiempos modernos , se encontraba un hombre de apariencia frágil pero de gran lucidez y energía: Isaac Díaz Pardo.
Acaso porque comprendía los valores del artesano que no separa lo intelectual de lo manual, a Atenea de Hefesto. Acaso porque tenía vocación de artista, o porque compartía con Kandinsky su visión de que ya era el momento de renovar la sociedad europea comenzando una nueva época espiritual cuya fuerza motriz fuese el arte, una idea clásica humanista que ya en su tiempo expresara otro pintor, El Greco, Díaz Pardo dedicó gran parte de su madurez a la actividad empresarial así entendida.
Era contrario en esa época, creo, tanto a los Trampetas como a los Bocanegras, equiparación anti-caciquil de cualquier signo o disfraz que luego abandonaría. Heredero y continuador a su modo de los valores de la Ilustración, que inspiraron al marqués de Sargadelos la implantación de la primera planta de su nombre en Galicia, Díaz Pardo fue un humanista que sabía que el barro, las arcillas, se pueden humanizar hasta hacerse objetos capaces de satisfacer verdaderas necesidades materiales y espirituales. Descanse en paz.
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