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fragua histórica

Ligero de equipaje

Rajoy, dueño férreo de sus silencios y de su memoria, sabe quién es quién, dónde han estado, están y estarán

abel veiga

EL sexto presidente de nuestra democracia ha arribado al puerto del poder. Lo hace y lo hará a bordo de una nave en medio de la zozobra de un temporal financiero y económico, pero también de una sociedad sedicente y pasiva que espera al menos, le hubiere votado o no, nos saque de esta crisis.

Mariano Rajoy sabe como pocos lo que es la lucha política y partidista, las zancadillas y amagos de traiciones, el codazo o la vana zalamería. Es prudente e independiente. Sabe que no debe nada a nadie, ni siquiera a Aznar. Pagó con creces la redención del dedazo. Si debe, sólo a los suyos a su círculo de confianza y familia. Es previsible, pero guarda muy bien sus ideas, sus pensamientos. Sabe escuchar y marca hasta la extenuación los tiempos, los tempos de Rajoy, para desesperanza de próximos y ajenos que a veces le han tachado de perezoso.

Llega ligero de equipaje, desnudo como los hijos de la mar machadianos. Sin ataduras ni lazos que deshacer. No es un político al que halague la adulación, el ver como otros se arrastran por el fango de la palmada narcisista e hipócrita. Lleva treinta años en esto y conoce al político, a la gente, a las personas.

No es rencoroso pero no olvida. Donde atrás se le tachaba de indecisión, de miedos, de pereza, de falta de firmeza y de un puño encima de la mesa, hoy todo es maravilla e ingenio, saber hacer y esperar.

En aquel balcón de Génova de marzo de 2008 Mariano Rajoy supo que estaba solo y que únicamente tenía un apoyo cierto y real, el de su mujer, que le cogió por el brazo ante aquel enigmático adiós. El resto era impostura política y dardo partidista. Ni siquiera pudo celebrar en Madrid el congreso valenciano donde nadie plantó cara en el estrado y atril, pero sí en los corros lúgubres de las medias palabras y los amagos trufados. Allí decidió en aquel instante reemprender la lucha por presidir de verdad el partido.

Hoy todos quieren estar, cortejar al presidente. Quieren que se sepa que están ahí y que se olvide, tal vez, en el limbo de una amnesia traicionera y una traición esquiva, que antes no estuvieron, que antes criticaban, que antes ponían piedras en el camino, palos en las ruedas y le segaban la hierba debajo de los pies, a él, a Soraya, a Cospedal, a Ayllón, a los pocos que han sido fieles. Al menos, Rajoy, dueño férreo de sus silencios y de su memoria, sabe quién es quién y quién ha sido quién y sobre todo, donde estuvieron, han estado y están, también donde estarán.

Rajoy es un hombre predecible, sensato, tranquilo, gallego y a la vez algo enigmático, pero no improvisa, no inventa, no experimenta, no arriesga. Está preparado. Genera confianza y credibilidad. Y sabe lo que es un gobierno, algo que no sabía su antecesor. Y el precio que ha pagado este país ha sido altísimo.

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