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La quinta esencia

Nace un libro y nace la polémica. El título, «El secreto de Chanel Nº 5». A pesar de que Chanel dio a la autora toda la información que necesitaba, la emblemática firma lo considera «no oficial». Con ayuda de la «maison» conocemos toda su historia

Coco Chanel . El mero hecho de escribir su nombre te hace sentir elegante. Y el mero hecho de leer su biografía te hace comprender que en la vida el esfuerzo es el mejor camino para salir adelante. Nació en Saumur (Francia) en 1983, en el seno de una familia muy, muy, humilde. Tanto, que al morir su madre —Coco tenía doce años— su padre la envió junto a sus hermanos al cuidado de dos tías que tenían un orfanato.

Allí creció triste y sola, lo que la marcaría para siempre; pero allí, también, sellaría su destino. Aguja en mano aprendió a coser con las monjas del hospicio, las mismas que cuando tenía 17 años le consiguieran su primer trabajo. A partir de ahí su historia en el universo de la moda es de sobra conocida. Pero nuestra historia, la de hoy, es otra. Es una que cumple noventa años. Esa que se esconde, ni más ni menos, que bajo el nombre de Nº 5. Sí, el Nº 5 de Chanel.

Cumpleaños feliz

Y nunca mejor dicho. Porque con la edad que cumple está más vivo que nunca. Las cifras lo confirman: cada treinta segundos se vende un frasco que envuelve el aroma de Chanel Nº 5, el perfume que marcó la diferencia incluso antes de nacer. Nos situamos. Verano de 1921. Montecarlo. Gabrielle Chanel, el duque Dimitri de Rusia, primo del zar, el pintor español José María Sert y su mujer Misia, una musa polaca, hablan tranquilamente. En la conversación surge la idea y entre todos los deciden: Coco debe crear un perfume. Desde ese momento ya surge con un sello distinto. Cosmopolita. Cuatro países diferentes se cruzan para darle un toque internacional. Y una «nariz», la de Ernest Beaux, es elegida para hacer realidad este sueño. Eso sí, bajo las órdenes precisas de Mademoiselle Chanel, que le dijo bien claro lo que quería: un perfume distinto, único, que oliera bien —por supuesto— y eternamente femenino. «Un perfume de mujer con aroma de mujer» que se pareciera a ella con sus contradicciones, diferentes facetas, impulsos, etcétera. Algo diferente. Y una cosa clara: quería un perfume artificial, fabricado, compuesto. Y así fue.

La alquimia del éxito

Dicho y hecho. Beaux se puso en marcha y creó, contra corriente, una auténtica obra de arte. Compuesta, artificial, como quería Coco; nada de una sola esencia como se hacía entonces. Utilizó más de ochenta componentes (ylang-ylang, rosa, sándalo, vetiver, etcétera) y el poder olfativo del aroma lo realzó con los aldehídos. Presentó cinco muestras a Coco, que eligió la quinta (esto, unido a que su número favorito era el 5 y que era un nombre fácil de recordar en todo el mundo, daría pie al nombre) y le pidió que añadiera grandes cantidades de jazmín de Grass —la materia prima más lujosa—, y Beaux así lo hizo. ¿El resultado? Un aroma fresco, limpio, sin nota dominante pero con una riqueza floral increíble. Todo lo contrario a lo que se hacía en esa época (monofloral), como le había pedido su jefa. Una vez más, Coco Chanel se saltó las reglas. Bien hecho.

En cuanto al frasco, la elegancia en estado puro, fue diseñado por ella misma. Otro éxito rotundo. Simple, lineal, elegante, sobrio, depurado. Nada que ver con los de la época. Pero maravilloso. Prueba de ello es que desde entonces mantiene sus formas. Solo ha sufrido ligerísimas modificaciones a lo largo de los años, para que así conserve su estética contemporánea. Por los siglos de los siglos. Para que se hagan una idea, en 1959 se incluyó en la colección permanente del MoMA de Nueva York, y Andy Warhol le dedicó una serie de nueve serigrafías.

Nacido para no morir

Estaba condenado al éxito. Desde el principio. Antes de convertirse en el primer perfume del mundo se hizo célebre en EE.UU. Pero fue en 1954 cuando se transformó en auténtica leyenda. La «culpa» la tuvo ni más ni menos que Marylin Monroe. Sus palabras marcaron un antes y un después en la historia de Chanel Nº 5. Al preguntarle un periodista qué se ponía para dormir ella no dudó en contestar: «Solo unas gotas de Nº5». Imagínense. Todas las mujeres se lanzaron a comprarlo. ¿Quién sabe? Así, a lo mejor, se sentían un poco Marylin. Nosotras hubiéramos hecho lo mismo. ¿O ya lo hemos hecho?

Sea como sea, la mítica actriz regaló con sus palabras el mejor eslogan de publicidad que se podía tener. Lo que daría Donald Draper, el famoso protagonista de la serie «Mad Men», por haberlo hecho él. O por haber visto, con lo que le gusta el sexo femenino, cómo por su agencia pasaban —pasan— las mujeres más bellas del mundo. Auténticos símbolos que encarnan la elegancia y la seducción.

Desde Mademoiselle Chanel y Marylin, que fueron las primeras, hasta sus sucesoras. Nombres únicos como los de Candice Bergen, Ali Mac Graw, Lauren Hutton o la irrepetible Catherine Deneuve, protagonista absoluta de los «spots» desde 1968 a 1976, ya que era capaz de crear una relación única con el espectador. Después vendrían Carole Bouquet, Stella Warren y otras hasta llegar a personajes de la talla de la australiana Nicole Kidman en 2004. Con ella, como dicen en la «maison», se alcanzó un nivel de imagen nunca antes conocido por Chanel Nº 5. El que se merece.

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