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LEER LOS CLÁSICOS

Drazen Petrovic, el Mozart del baloncesto

Tras un fallo que le costó al Madrid una derrota contra el Barcelona, pidió las llaves del pabellón para seguir tirando

ANDRÉS AMORÓS

Muchos le consideran el mejor jugador europeo de baloncesto de la historia. Tenía un enorme talento; era insolente, provocador, competitivo. Suscitaba solamente dos opiniones: los rivales le odiaban; los suyos le adoraban. Así le sucedió con el Real Madrid: fue varias veces su verdugo; luego, el club lo contrató y se convirtió en su héroe.

Era croata, nació en Sibenik, en 1964. Su hermano Alexander, también jugador, recuerda sus orígenes: «Con quince años ya jugaba bien pero tenía un tiro horrible. Ya se pueden imaginar cómo consiguió ese tiro a canasta que le hizo famoso. Nadie trabajó tanto como él». Y su primer entrenador, Zoran Slavnik: «Ni con un fusil lo podías echar de la sala de entrenar. No he visto nada igual en mi vida».

En la Cibona, jugó de 1984 a 1988. Allí ganó dos Copas de Europa , la Recopa y el Mundial de 1986. Su promedio era de casi cuarenta puntos por partido.

Lo contrató el Real Madrid en 1988: en una sola temporada, ganó la Copa del Rey y la Recopa europea: en esta final, el Madrid se impuso por 117-113 a la Snaidera de Caserta: su líder, Óscar Schmidt, anotó 44 puntos pero Drazen le superó con 62 puntos, algo insólito en una final. Fue compañero de Fernando y Antonio Martín, Biriukov, Romay...

No lograron ganar al Barcelona en una final: Drazen falló la última canasta y se quedó desolado. Al llegar a Madrid, en su español básico, le dijo a Luyk: «Tú consigues llaves de pabellón». Y, sin pasar por casa, se fue directamente a ensayar triples...

Al año siguiente dio el salto a la NBA, a los Portland Trail Blazers: le daban pocos minutos de juego, se desesperaba. Machacándose en el gimnasio, consiguió ganar nueve kilos de músculo. En 1993, pasó a los Nets de New Jersey: confiaron en él y se confirmó como una gran estrella. Murió en accidente de coche, el 7 de junio de 1993, cerca del aeropuerto de Múnich (el mismo final de su compañero y rival Fernando Martín).

Compitió con rivales tan fuertes como Sabonis y Fernando Martín. Jugaba de escolta, de alero y de segundo base. Todos le reconocían un talento fuera de lo común: era insuperable en el uno contra uno, las entradas a canasta, los driblings, las fintas, los cambios de balón de una mano a otra... Disfrutaba con un baloncesto de fantasía, como si fuera el billar, que, a veces, exasperaba a los contrarios: por ejemplo, cuando daba pases inverosímiles, por debajo de la pierna. Le acusaban de individualista, de defender poco. En la NBA, con solo 1'97 de estatura, daba sensación de fragilidad: más bajo, más delgado que los «armarios» que intentaban en vano frenarle.

Era infalible en los lanzamientos a canasta. Dice la leyenda que, después de los partidos, se quedaba en la pista, ensayando triples. En el Madrid, solía pedir que se quedara con él un niño, para que le pasara el balón y lanzar triples en carrera. Cuentan que, en cada una de esas sesiones, podía tirar a canasta hasta mil veces.

Era descarado, agresivo, impertinente. Tenía un tic que desquiciaba a muchos rivales: solía jugar con la boca entreabierta, como si les sacara la lengua... No se callaba. En una semifinal contra Rusia, en suelo español, los espectadores le abroncaban cada vez que cogía el balón. Después de ganar, dijo que el público no defendería tanto a los rusos si les hubieran invadido sus tanques...

Era un obseso del baloncesto: «Es mi alma, lo siento dentro, es la gran ilusión de mi vida. Le doy todo lo que puedo». Y de la búsqueda de la perfección: «Soy un producto de mi amor propio. Haré lo que sea necesario, lo que sea, para ser el mejor». Concluía: «En baloncesto, nada es imposible».

Lo recuerda el gran Michael Jordan: «Era una emoción jugar contra él. Venía hacia mí tan duro como yo iba hacia él. Tuvimos algunas grandes batallas; desgraciadamente, no pudieron ser más...».

En la canción «Mi propio cielo», el músico Nach sueña con lo que él haría allí: entre otras cosas, «echaría un basket contra Drazen Petrovic y Fernando Martín...».

Yo lo recuerdo, con la lengua fuera, como un niño provocador, encestando triples, limpiamente, desde todos los puntos del campo...

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