El toreo no tiene sexo
Y si no que se lo pregunten a Conchi Ríos, que sintió la llamada de la Fiesta casi desde la cuna
El toreo, como los ángeles, no tiene sexo. Y si no que se lo pregunten a Conchi Ríos, que sintió la llamada de la Fiesta casi desde la cuna. El estreno de la Feria de Murcia llevó su nombre. Fue una tarde con mirada femenina, como el título de la gran exposición organizada por Carlos Abella en Madrid. Allí, en la capital del toro, dejó Ríos su impronta y sus ganas de querer ser. De lila y oro se vistió en la novillada de la Prensa de su tierra, enjaezada con un lazo coral en la coleta y una amplia sonrisa que iluminaba su rostro de niña. Rebeldía juvenil y valor de mujer con un novillo de Marca que no portaba bravura ni de mercadillo.
Había cierto runrún en los tendidos por ver a «su» torera, a la chica guerrera que revolucionó en el certamen nocturno de Las Ventas. Ríos, con menor acople capotero, presentó la muleta a derechas con temple y firmeza para tirar de la mortecina embestida de «Zarito», con el que se metió encorajinada entre los pitones. A izquierdas también lo probó hasta rematar con un desplante a cuerpo limpio . Despatarrada y asentada, volvió a encararse con su bragado rival con la mano de escribir hasta cazarlo de un espadazo algo caído. Entre la lluvia de flores y los besos de unos chiquillos, paseó un trofeo. Tampoco valió un euro el rajado quinto, que pegaba tornillazos con feo estilo. No se amilanó esta nueva Conchita , quien con el peor lote dejó patente su búsqueda del clasicismo y su valiente sentido de la colocación. Otra oreja más la aupó en volandas.
A hombros se marchó también Antonio Puerta, dispuesto desde el saludo a portagayola hasta la despedida por manoletinas. Toreó con gusto a la verónica al flojo segundo, defecto que acusó más tras un volatín. A media altura hizo de enfermero y lo oxigenó entre serie y serie. Hubo de recurrir a desplantes y al cartucho de pescao para poner la sal que le faltaba a su oponente . Aunque la espada cayó en los sótanos, le obsequiaron con una oreja. Tampoco importó que pinchase al sexto, con el que prologó valeroso con el pase del péndulo. Aun sin clase, se movía el de Marca, que lidió un conjunto justo de fuerza y casta, y permitió por momentos al de Cehegín exhibir sus buenas maneras.
Montiel, que abrió el cartel netamente murciano con un noblote apto para tocar pelo, se extendió con muleta y acero en dos incoloras labores.
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