Suscríbete a
ABC Premium

lirbos

¿Elvis vive..., literariamente al menos?

josé ignacio garcía

Hace unos cuantos años, Juan Manuel de Prada prologaba y bendecía un libro titulado El latir de los días; Sublimación contemplativa de un idealista, y aseguraba en su prefacio que su autor, José María Lebrero Vecino, era un escritor superdotado para la introspección y el submarinismo en esas regiones penumbrosas del alma donde se cocinan los gérmenes de la rebelión…

Ha transcurrido más de una década desde entonces, y Lebrero no ha dejado de hacer honor en cada uno de sus sucesivos libros a esa atinada definición. Por lo que, en ese sentido, el último no iba a constituir una excepción discordante.

Emplea Lebrero un lenguaje ágil casi eléctrico en ocasiones y sin oropeles necesarios siempre

José María Lebrero, como los toreros honestos y valientes que quieren convertirse en figuras del escalafón, se gana el crédito para su próxima obra con el interés que despierta la que acaba de publicar. Y no deja de sorprender con cada nuevo volumen que entrega a la imprenta. Esa singularidad hace que resulte siempre apetecible abismarse en la narrativa del escritor benaventano, de ese autor más creativo que formal, de ese ingenioso compositor de argumentos que le sirven para funcionar con solvencia en el mundillo de la ingeniería editorial.

Camaleónico y sagaz

Tiene razón Lebrero cuando asegura que su última novela no es otro libro más que merodea por los arrabales de la existencia del difunto —o no— soberano del rock and roll. Entre otras razones, porque el cantante no es el verdadero protagonista de la trama, sino el peculiar cómplice que, a través de pasajes paralelos, ayuda a desmadejar el verdadero intríngulis de la novela, protagonizada por un personaje camaleónico y sagaz, que Lebrero dibuja atinadamente con trazo firme, adaptando descripciones, narración y diálogos al perfil de ese indigente con el que Elvis coincide en el Madrid de finales de los setenta, y que se va agigantando conforme merma el número de páginas que restan por leer, rodeado por una galería de personajes —policías, amigos, escritores noveles, sablistas o desheredados de la fortuna— que ayudan a dar forma a una intrigante novela, a caballo entre el género negro, la autobiografía, y el libro testimonio.

Lenguaje eléctrico

Emplea Lebrero un lenguaje ágil, casi eléctrico en ocasiones, sintético y sin oropeles innecesarios siempre. Pero es precisamente esa condición estilística la que da ritmo a una novela amena e interesante, que tal vez debería haber examinado con más detenimiento sus galeradas irremediables; y que nos regala además, trufadas aquí y allá, reflexiones capaces de convertirse en auténticas sentencias filosóficas.

En cualquier caso Elvis y el mendigo, la confesión final es un buen aliado para aliviar la canícula estival. Quede, eso sí, a juicio del lector el veredicto definitivo. Él deberá decidir si Lebrero nos ha convencido, o no, de que Elvis sigue vivo…, literariamente al menos.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación