ABC CULTURAL / LIBROS
¿Quién mató a Banville?
John Banville es uno de los autores llamados serios que frecuentan las malas calles. Benjamin Black es su alias y Quirke, su antihéroe. Pero no está solo en el diccionario del crimen
Hay escritores que , aunque no se dediquen en exclusiva a la novela policiaca y cultiven otros géneros, deben buena parte de su éxito a los investigadores que han dibujado sobre el papel . Comisarios, jueces, forenses e incluso algún picoleto: ellos son los nuevos sabuesos. ¿Quieren conocerlos mejor? Esta lista les servirá para descubrir quién es quién.

CARVALHO, PEPE . Figura el primero no solo por respetar el orden alfabético, sino porque es el padre de casi todos los que vienen detrás . «Los detectives privados somos tan útiles como los traperos», sentencia José Carvalho Larios, que ese es su nombre completo. Militante comunista, pasó unos cuantos meses en la cárcel , pero eran otros tiempos: Franco agonizaba. Trabajó nueve años en la CIA . Ahora lo hace como huelebraguetas en un despacho próximo a las Ramblas. Investiga infidelidades, desapariciones, asesinatos : lo que se le ponga a tiro. Si por algo se caracteriza es por ser un detective gourmet y por protagonizar novelas que, más que policiacas, son la crónica de los últimos tramos del siglo XX español. Manuel Vázquez Montalbán se lo inventó en Yo maté a Kennedy (1972). Siguiendo sus huellas hemos asistido a la crisis del comunismo (Asesinato en el Comité Central), la transformación de Barcelona en ciudad olímpica (Sabotaje olímpico) y la caída del felipismo (El premio). Una particularidad: quema sus libros preferidos en la chimenea .
CONDE, MARIO . Árbol genealógico: nieto de Philip Marlowe e hijo de Carvalho . El loco de la comisaría. Hubiera preferido ser escritor en vez de teniente. Es indisciplinado, insolente, irónico . Cualquier adjetivo es poco para describir al antihéroe de Leonardo Padura : desencantado, descontento, desordenado. Y, cómo no, borracho. «Si un personaje como Mario Conde entrara algún día en un órgano policial de cualquier parte del mundo, no solamente de Cuba –ha reconocido su creador–, a los quince días lo botaban por incapaz, porque no sabe absolutamente nada de investigación criminal.» Sin embargo, él solito s e las ha arreglado para renovar el género policiaco en la isla . ¿El caso más complicado de su carrera? Adiós, Hemingway (2001; Tusquets, 2006): la investigación de un crimen cometido en la noche del 2 al 3 de octubre de 1958 en Finca Vigía, la residencia cubana del autor de Las nieves del Kilimanjaro. Un asesinato que, quién sabe, quizá perpetró el mismísimo Hemingway .

DELICADO, PETRA . «Quería un personaje que fuera mujer y que tuviera protagonismo. Porque la mujer en la novela negra o es la víctima que aparece muerta en la primera página o es la ayudante de alguien .» Partiendo de esta idea, Alicia Giménez Bartlett dio vida a la inspectora Petra Delicado, que de delicado solo tiene el apellido . Cuarenta y tantos años, dos divorcios a cuestas, estudios de Derecho. La profesión le aburre, así que decide ingresar en la academia de policía. Aunque lo que le espera no es mucho más entretenido: el servicio de documentación en una comisaría. Hasta que sus superiores la promocionan en Ritos de muerte (Grijalbo, 1996). Desde entonces, acompañada por el subinspector Fermín Garzón, no ha parado: Día de perros, Mensajeros de la oscuridad, Serpientes en el paraíso, Nido vacío, El silencio de los claustros... Cuentan que últimamente Petra anda un poco enfurruñada con Giménez Bartlett, quien, en vez de crear otra intriga a su medida, ha preferido escribir Donde nadie te encuentre (Premio Nadal 2011).

DE MARCO, MARIANA . Abogada de éxito en un bufete del que eran socios ella y su marido hasta que el divorcio la dejó fuera y se vio obligada a empezar de nuevo. Es entonces cuando entra en la judicatura . Hoy es juez titular del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción en la localidad cántabra de San Pedro del Mar. Alta, de figura atlética y voz profunda , no pasa desapercibida. Sus armas, la intuición y la capacidad deductiva. Asegura que la función de un juez es «encontrar todas las pruebas incriminatorias para fundamentar la instrucción , pero nada más que eso [...]. Un juez no es un detective»; sin embargo, la vida parece empeñada en llevarle la contraria desde que la conocimos en No acosen al asesino (Alfaguara, 2001), trama que se alejaba de una moda –la de las conspiraciones y psicopatías– con la que la novela negra, según José María Guelbenzu , estaba cavando su propia fosa. Al autor le gustaría que los casos de Mariana de Marco alcanzaran los diez títulos ; el mismo número de libros que escribieron en los años cincuenta los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö , a los que considera «creadores de la novela policiaca actual». Una curiosidad: no es José María Guelbenzu quien firma la serie de la juez De Marco, sino J. M. Guelbenzu.

MONTALBANO, SALVO . En el instituto, el anciano cura que le daba clase de religión le dijo un día: «La verdad es luz» , y el mal alumno que era Montalbano apostilló: «Eso quiere decir que, si en una familia todos dicen la verdad, ahorran en el recibo de la luz» . Bromas aparte, quién le iba a decir a aquel joven estudiante siciliano que, andando el tiempo, terminaría trabajando como comisario en la localidad de Vigàta y, sobre todo, que dedicaría su vida a descubrir la verdad. Con un apellido que rinde tributo a Manuel Vázquez Montalbán , el personaje de Andrea Camilleri echó a andar –literariamente hablando– en La forma del agua (1994; Salamandra , 2002). Hoy, tantísimos títulos después, Salvù, como lo llaman sus amigos, es un zorro viejo que se mueve con pies de plomo en los dominios de la Mafia. No ha perdido la pasión por la lectura ni su sentido del humor. En cuanto a su olfato, lo mismo le sirve para apreciar una buena comida que para resolver un crimen.

QUIRKE, GARRET . Tiene el corpachón de un autobús y, más que beber whisky, lo respira . No cree en Dios: «Yo creo en el Demonio. Esa es una de las cosas en las que nos enseñaron a creer allá en Carricklea». De aquel orfanato donde estuvo internado guarda un vivo recuerdo: «Sí, claro que nos pegaban. ¿Por qué no iban a pegarnos?». A pesar de todo, la única sangre que ha derramado es la que hoy se acumula en su mesa de autopsias : Quirke es patólogo, y eso precisamente –revolver en el interior de infinidad de cadáveres– le ha llevado a concluir que no son los muertos los que parecen extraños, sino los vivos . Benjamin Black, el míster Hyde en el que se transforma John Banville cuando escribe novela negra, lo ha convertido en protagonista absoluto de una serie que nos traslada al Dublín de los años cincuenta. A sus dos primeros títulos –El secreto de Christine y El otro nombre de Laura– se sumará en octubre En busca de April ( Alfaguara ).

VILA, RUBÉN . A todo el mundo se le atraganta su apellido completo, Bevilacqua . De origen español, nació en Montevideo y apenas conoció a su padre . «Vine a España de chico, con mi madre, y después de sufrir los desaires normales de la adolescencia gasté cinco años de mi vida en obtener una licenciatura en Psicología. Su comprobada inutilidad, unida a la angustia del paro, me indujo a ingresar en la Guardia Civil», explicaba en su debut, El lejano país de los estanques ( Destino , 1998). Y añadía: «De la década larga que llevo en el cuerpo guardo el recuerdo más o menos nítido de un buen número de homicidios ». El segundo de los cuales, narrado en El alquimista impaciente, les valió a él y a su compañera, Virginia Chamorro, el Premio Nadal en el año 2000. Bueno, a ellos no: a su autor, Lorenzo Silva. Después vendrían otros casos: La niebla y la doncella, Nadie vale más que otro, La reina sin espejo y La estrategia del agua. Investigaciones en las alcantarillas de una España en crisis .
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