En las tinieblas del poder
Las intrigas forman parte del ADN político de Rubalcaba, especialista en revolverse en situaciones extremas
Un joven y atleta Alfredo Pérez Rubalcaba corrió en 1975 los 100 metros lisos en 10,9 segundos. La proeza de aquel cántabro de 24 años ha servido ahora a José Luis Rodríguez Zapatero para definirle como un «esprínter» capaz de ganar las elecciones en 10 meses. O en tres días, como ocurrió en 2004, le faltó decir al presidente del Gobierno. Lo de «esprínter» es el último epíteto que se acopla a Rubalcaba, en una larga lista de adjetivos que dibujan, por sí solos, el perfil de uno de los políticos más peculiares de la democracia española: se le ha llamado calculador, maquiavélico («Maquiavelo era alumno de Rubalcaba», «twiteaba» el sábado un dirigente del PP ), intrigante, «genio tenebroso», incombustible, superviviente, astuto, brillante, buen comunicador, «drogadicto del poder», «el Fouché español», Rasputín e incluso hipocondríaco, y, por supuesto, madridista a muerte.
Por llamarle se ha dicho hasta que es feo, y algunos ven en su falta de telegenia una ventaja para Mariano Rajoy, que tampoco es Robert Redford, pero parece menos desgarbado. Rubalcaba (Solares, Cantabria, 1951) es todo eso y más. Es temido por sus adversarios y admirado por sus colaboradores. Y es el único capaz ahora mismo de levantar el ánimo de un deprimido Grupo parlamentario Socialista en los debates del Congreso, con su oratoria corrosiva contra la oposición y sus ácidos ataques personales a diputados del PP.
Ingresó en el PSOE en 1974, nada más triunfar el «clan de la tortilla», capitaneado por Felipe González y Alfonso Guerra sobre la dirección histórica de Rodolfo Llopis. Se doctoró en Ciencias Químicas, fue profesor de Química Orgánica en la Universidad Complutense y trabajó muy cerca del poder en los primeros años del felipismo, con diferentes cargos en el Ministerio de Educación, mientras crecía políticamente cerca de Javier Solana.
En 1992, González le nombró ministro de Educación y Ciencia, y en 1993, tras las elecciones generales, ocupó el Ministerio de la Presidencia. Fue el portavoz del felipismo en los oscuros años de la corrupción, los GAL y el caso Roldán, pero también de la España del paro y la crisis que el PP recibió en herencia cuando ganó las elecciones en 1996. En el año 2000, integró la candidatura de José Bono en el 35 Congreso Federal del PSOE, donde ganó por sólo nueve votos de diferencia un diputado de provincias casi desconocido hasta ese momento, pese a tener acta desde 1986: José Luis Rodríguez Zapatero.
Rubalcaba siempre ha tenido una habilidad innata para adaptarse al cambio... y al líder de turno. De la noche a la mañana se hizo zapaterista y el nuevo secretario general le fichó como estratega electoral ante la cita de 2004. Antes, en 2003, fracasó estrepitosamente en la dirección de campaña de Trinidad Jiménez como candidata a la Alcaldía de Madrid. Siete años después, volvió a apoyar a Jiménez en las primarias de la Comunidad de Madrid frente a Tomás Gómez. Volvió a fracasar en su intento.
En la retina colectiva de los españoles quedará para siempre la imagen de Rubalcaba en la jornada de reflexión del 13 de marzo de 2004, dos días después de los atentados terroristas del 11-M. «Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta». A él se le atribuyó el «pásalo» que convocó a miles de ciudadanos contra las sedes del PP en toda España. Al día siguiente, el PSOE ganó las elecciones contra el pronóstico de las encuestas. El «Fouché español» se acoplaba a los nuevos tiempos del Gobierno de Zapatero, con la misma naturalidad que exhibía su condición de diputado «cunero»: desde 1996 fue diputado por Toledo, Madrid, Cantabria y Cádiz, según las necesidades, e intereses, de cada momento.
Lego en economía
Zapatero siempre le quiso cerca. Primero contó con él como portavoz del Grupo Socialista, hasta que en 2006 le nombró ministro del Interior, cuando aún creía que su negociación con ETA podía tener un buen final. Cuando el proceso fracasó, se dedicó con el mismo ahínco a combatir policialmente a la banda, hasta llevar a los terroristas a su momento más débil. En octubre de 2010 Zapatero, ahogado por la crisis y el paro, le señaló como «presidente bis», al nombrarle vicepresidente primero y portavoz del Gobierno, con un objetivo principal: la «remontada». El político mejor valorado del Ejecutivo (4,72 en el último CIS) flaquea en economía, aunque no está claro si necesita «dos tardes» de clases, como Zapatero, o alguna más para afrontar la herencia de su jefe.
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