Un programa Apolo para llegar al centro de la Tierra
En diez años será posible perforar el manto terrestre y llegar hasta los seis kilómetros de profundidad, un avance como la conquista del espacio
¿Va a ser por fin posible ver el centro de la Tierra, como soñaba Julio Verne? Es lo que creen Damon Tagle, de la Universidad de Southampton en el Reino Unido, y Benoît Ildefonse, de la Universidad de Montpellier en Francia. Juntos han afirmado en las páginas de «Nature» que en sólo una década podríamos disponer de la tecnología necesaria para perforar el manto terrestre y echarle un vistazo a las profundidades del planeta.
Novelas de Julio Verne aparte, hace tiempo que la ciencia seria, no sólo la de ficción, se interesa por esta posibilidad. En declaraciones a ABC, Damon Tagle compara la importancia de un proyecto de estas características con lo que en su día significó el programa Apolo de la NASA para llevar astronautas a la Luna. Para los científicos fue una expansión radical de sus horizontes que podría repetirse ahora, sólo que con el ojo puesto en el espacio interior, no en el exterior. «Esperamos que este proyecto pueda inspirar a la próxima generación de científicos e ingenieros como lo hizo el programa Apolo», remacha Tagle, insistiendo en que sólo el mero desarrollo de los materiales e infraestructuras que se requieren ya conllevarían un gran salto. Instrumentos de perforación, lubricantes capaces de funcionar bajo presiones enormes, instrumentos de medición geofísica… todo tendría aplicaciones inmediatas para la industria.
La idea es recuperar el antiguo Proyecto Mohole, que entre los años 50 y 60 trató de perforar la corteza terrestre y de llegar hasta donde esta se une con el manto. Esto ocurre a entre 30 y 60 kilómetros de profundidad bajo los continentes, pero sólo a 6 kilómetros bajo los océanos. Entonces se llegaron a realizar cinco agujeros frente a la costa de la isla de Guadalupe, en México, pero no se pudo alcanzar ni de lejos la profundidad soñada. Cuando además los costes se dispararon y la maquinaria perforadora se partió, el programa fue abandonado.
En este punto quieren retomar la aventura Tagle y Ildefonse. Creen que antes de diez años será posible perforar hasta los seis kilómetros de profundidad si se encuentra la financiación (saldrá caro pero «menos que un viaje a la Luna»). Planean dedicar los próximos cinco años a estudiar tres localizaciones del Océano Pacífico: frente a las costas de Hawai y de la baja California en Estados Unidos, y también frente a Costa Rica.
La tecnología que parece más probable que se utilice es japonesa y se llama Chikyu: es una enorme tubería perforadora cuyas piezas se cargan en un barco utilizando una grúa, y se montan a bordo. El mecanismo no es distinto del que se ha empleado en otras ocasiones, excepto por el hecho de que se va a perforar a mucha mayor profundidad. Para hacerse una idea del esfuerzo, en el pasado han hecho falta expediciones de meses, o de casi un año de duración, para perforar agujeros de 1.508 metros. Aquí se aspira a llegar a los 6.000.
Fuera de peligro
Una pregunta profana y obvia es: ¿hay algún peligro? ¿Y si hacer agujeros en el manto terrestre altera el equilibrio y la seguridad del planeta? Los dos científicos se ríen al preguntarlo. «No hay peligro para los humanos ni para el medio ambiente, porque vamos a excavar en una zona muy alejada de ningún yacimiento de gas ni de petróleo y porque, contra lo que se cree popularmente, el manto terrestre no está formado por magma sino por rocas que cristalizaron hace mucho, mucho tiempo», coinciden los dos en manifestar.
Lo que los científicos quieren perforar son sobre todo rocas peridotidas, ricas en magnesio, cuyos misterios químicos pueden dar mucha información sobre cómo se formó el planeta y sobre cómo a día de hoy siguen ajustándose las placas tectónicas, etc. La composición del manto terrestre varía de unos puntos a otros y eso es como el ADN de la Tierra, como su carnet de identidad. También de su manual de instrucciones: «Saber por ejemplo cómo reaccionan las capas superiores del manto terrestre a la interacción química con el agua de los océanos nos puede ayudar a conocer mejor la contribución tanto de la corteza como el manto a los ciclos globales, y a perfeccionar mucho nuestros modelos de lucha contra el cambio climático».
La otra gran pregunta profana y obvia, por supuesto, es si los científicos de carne y hueso esperan encontrar vida «allá abajo». No hay que entusiasmarse demasiado con la idea, nos advierten tanto Tagle como Ildefonse. «Definitivamente lo de Verne eran fantasías», nos previene Ildefonse. «Sería divertido, pero no es realista esperar que aparezcan dinosaurios, ni grutas gigantes». Aunque el científico francés no descarta encontrar algún tipo de vida: «Uno de los mayores descubrimientos de la perforación científica submarina de los últimos años ha sido el hallazgo, en rocas de por lo menos un kilómetro de profundidad, de una gran biomasa hecha de microorganismos unicelulares, bacterias, etc». El actual «record de vida» está por ahora fijado en los 1.626 metros por debajo del nivel del mar, en los sedimentos de Terranova. «Los descubrimientos más recientes de microorganismos vivos a 1.313 metros nos demuestran que tenemos una visión muy incompleta aún».
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