LIGA DE CAMPEONES
Manolito aplasta ingleses
El Real Madrid derriba con claridad al Tottenham de la mano del togolés, inmenso, que marcó dos goles y rindió al rival
Gareth Bale salió al césped y vio aquello , el templo sagrado hirviendo, y se le encogió el corazón. Bale, galés de buena cepa, no de los Bale mineros, pero casi, se ha visto en pocas iguales. Modric, croata, genio pero blandito, miró arriba y se le erizó el vello. Y Crouch, y Lennon, tanto que se puso enfermo con gripe horas antes del choque, quizás de los nervios, quizás porque ya venía tocado. [Narración y estadísticas]
Y de pronto una turba de tipos vestidos de blanco se les echó encima, con tal fiereza que solo les faltaba un turbante y la daga curva en la media. No lo asimilaron, pobres. En dos minutos estaban acorralados, contra las vallas y rodeando a Gomes. Bale se fue a la derecha y se pensó que Marcelo se iba a quedar abajo para cubrirle. Ja. «Ahí te quedas que yo no me pierdo el festival», le dijo. Al minuto 4, con todo el partido descontrolado, Adebayor conectó un cabezazo y Gomes , con tanto nervio, se hizo un lío, cogió la cabeza de Corluka en vez del balón y 1-0.
Todo fue del Real Madrid , encorajinado, intensísimo, desbordante, mientras que los ingleses plegaban velas. En la vorágine del encuentro, el Tottenham no encontró el balón y cuando lo tenía, los blancos mordían, mordían mucho, en las canillas, en las cejas, en las orejas, sin dar opción a que saliera Modric, a que encontraran a Bale o siquiera que pusieran un balón a las nubes de Crouch.
Ataque a la bayoneta
El Real Madrid atacó con todo , pero tuvo carencias, definitivas, para rematar el partido. Cristiano, muy tocado, no estuvo. Ozil, con tanto juego directo y sin pausa, no aparecía y entre tanto descontrol y ataque sin pausa el equipo de Mourinho perdió la frialdad necesaria para certificar el pase. Estaba todo de cara y más frontal se puso cuando Crouch picó de pardillo . Crouch siempre ha tenido cara de lechuguino y pinta de espárrago, de lo buena persona que es. Y como ingenuo entró dos veces, sin maldad pero sin medida. A la calle.
Fue malo para el Madrid que empezó a mirarse el ombligo. Este equipo, sin la intensidad suficiente, baja tres cuartos. Fue verse en superioridad y esa confianza en el subconsciente hizo que bajara los brazos. Cuando Mourinho les despertó a grito pelado, el equipo apretó pero tropezó con la incompetencia de un árbitro merluzo e inepto. No vio dos penaltis consecutivos, en una mano de Dawson y un derribo de Gallas a Adebayor.
Dio igual, Modric no veía salida y lo poco que creaba el Tottenham era por las arremetidas llenas de potencia de Bale, arremetidas que pillaban a Ramos (parece mentira) mirando a la luna de Madrid, siempre descolocado y tan fuera de sitio que estuvo a punto de costarle un disgusto a su equipo. Pero todo era blanco, salvo algunas lagunas de concentración locales, la sentencia estuvo más cerca que unas tablas muy muy lejanas.
Hubo filípica en el descanso. Uno menos, oportunidad de llegar a semifinales sin tener que esperar a Londres, ocasión única pues. Así que Mourinho alzó la voz y el Madrid también, porque se volcó con todo. Los ingleses, en inferioridad y acosados por todos lados, jugaron a lo Mou: «un 1-0 no es mal resultado», y se pusieron dentro del caparazón a aguantar como pudieran, que era mal, defendiéndose los diez con uñas y dientes.
Media sentencia
Nada que hacer, todo fue ir hasta que Marcelo, un estilete terrible toda la noche, se la puso a Adebayor , ese al que ya empezaban a llamar «Todomenosgoles» en una cruel ironía del destino, dijo «Aquí está Manolito», y volvió a conectar un cabezazo para dejar listo el partido y la eliminatoria.
El partido se convirtió en un monólogo madridista, un tanto peligroso porque con tanta superioridad corría el peligro de que aquello fuese como ante el Sporting, un despiste y todo el trabajo a la ciénaga. Pero no pasó porque aquello era una autovía de un solo sentido. Los ingleses estaban demacrados, histéricos, hundidos y en el acoso se les iban los pulmones, en la inferioridad y en ir detrás del balón una y otra vez.
En el festival blanco, el Bernabéu, siempre tan señorial, elegante y aristocrático, se dejó llevar por la fiebre blanca y empezó a corear el nombre del héroe: «¡Manolito, Manolito!» , gritaban en favor del gran Adebayor , que se quitaba a los ingleses de encima como si fuesen niños.
Quedaba rematar la faena y la puntilla la dio Di María con un disparo a pierna cambiada que dejó listo a los ingleses, con la lengua fuera y pidiendo la hora por compasión... No la hubo, Cristiano, hambriento y rabioso, empaló un balón y Gomes hizo honor a su fama portero gruyere.
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