El Greco en la Literatura (III)

El Greco fue muy bien tratado por los autores de la Generación del 27, como quedó demostrado por la gavilla de referencias que aportamos en la anterior entrega. Siguiendo su estela literaria, encontramos algunos literatos entre el conjunto de escritores agrupados bajo el marbete de literatura del exilio, pero cronológicamente perteneciente a la Generación del 27, como Max Aub y León Felipe, que encuentran en el Greco motivo para su creación. Max Aub, que, en Campo cerrado (1943) afirmaba que «El Greco solo podía ser español», había publicado, en 1925, Los poemas cotidianos, su primera obra lírica, integrada por 34 composiciones con un marcado tono descriptivo, en que se aprecia la translación de la técnica impresionista al marco del poema. Algo que no deja de ser un paralelismo con lo que los pinceles «impresionistas» del pintor llevaban al cuadro. En el afán por captar el instante, por ahormar la secuencia percibida al código poético, el poeta escribe:
«...parécenme almas
negras, atormentadas,
que hacen memorar
luces de Pentecostés
que el Greco hizo volar».
También León Felipe suele adscribirse a la literatura del exilio, y, del mismo modo que Max Aub, puede ser estimado, por razón de fechas –no así por motivos de estilo ni por otro tipo de afinidades generacionales– un miembro del 27. Este poeta que vivió mucho tiempo entre nosotros, con un violín roto y un grito de estopa en la garganta escribió ¡Oh este viejo y roto violín! (1965), siendo ya octogenario, donde vuelve su mirada, una vez más, hacia los grandes símbolos de lo español, que siente ausente y que añora. Inspirado por esa pulsión creativa, reparará en el Retrato de un desconocido del Greco, que se transmuta en el poema «El español desconocido». Por oposición a Alberti, León Felipe no repara en valores figurativos ni trata de expresar líricamente la esencia de una técnica subordinada a un discurso pictórico, sino que ahonda en el valor conceptual de la imagen. Del poema, que consta de 188 versos, extractamos el siguiente fragmento:
«La cabeza más noble,
más serena,
más iluminada,
más ungida de «gracias» y santidad
que nos ha legado la gran pintura española (…)
No es un soldado…
Tampoco un gran patricio.
Tal vez no es más que un hidalgüelo acomodado.
Tiene una frente castellana,
Rústica,
No plebeya…
Es la frente de un labriego toledano».
Literatura de posguerra
Concluida la Guerra Civil, la lírica de la primera generación de poetas adopta itinerarios ideológicos y formales dispares, que Dámaso Alonso sintetizó en una fórmula dual: la poesía arraigada y la poesía desarraigada. La primera de esas tendencias, la de los autores que escriben «con una luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad», según palabras del propio Alonso, sería la que mostraría un mayor interés por incorporar al Greco a sus composiciones como materia poética. Es frecuente que eruditos, en quienes su obra de creación tiene un carácter meramente episódico con respecto a su obra de investigación, recalen recurrentemente en el Greco para llenar sus versos. Es el caso de Ezequiel González Mas, alumno del propio Dámaso Alonso, historiador de la literatura, que, en 1944, editó un Cuaderno con siete sonetos dedicados al Greco, que tres años más tarde volvió a publicar con el título de Sonetos al Greco y a Van Gogh, con diez piezas nuevas inspiradas en este último. Entre los dedicados al Cretense figura el que exponemos a continuación:
«Cuando tu yerma angustia perseguía
la oculta realidad de los colores
no los buscabas nunca entre las flores
que en el jardín cortabas cada día
ni en la atmósfera inmóvil que envolvía
la soñadora paz de los alcores
ni siquiera en los pájaros cantores
cuyo plumaje a todos seducía.
A la altura elevas tu maltrecho
cuerpo, ciprés de savia verdadera.
Te desnudabas lentamente el pecho.
De Dios – tu sol – bajaba una ligera
ráfaga de áurea luz, rayo derecho.
Tu corazón, oh Greco, el prisma era».
En la misma línea, gran erudito y eventual poeta armónico y «arraigado», Ángel Valbuena Prat publicó Dios sobre la muerte (1939), una compilación de poemas religiosos en que se incluía este «Al Cristo del Greco»
«Jesús de la inquietud y la agonía,
de la sombra y la nube, yo te invoco,
llama en los cuadros del cretense loco,
descoyuntado y sin anatomía.
¡Líbrame de este siglo que porfía
por hacerme de piedra! ¡Soy tan poco
para ser firme! Y cuanto veo y toco
se alarga en un temblor de melodía.
Contigo, sin el orden y el diseño,
en mi carne de aflicto penitente
de lágrima, crepúsculo y ensueño,
se grabará el dolor omnipotente,
como punzante clavo de tu leño,
como sangrienta espina de tu frente».
José Camón Aznar, por su parte, desde supuestos ideológicos afines a los dos autores anteriores, dio muestras de su versatilidad creadora como crítico de arte apasionado y certero, y como sonetista que también dedicó al Greco composiciones como la siguiente:
«Crece el color, asciende. ¿Ángel o nube?
cuanto se alarga en alma se transforma.
La forma, siempre Dios; esta es la norma.
Alto el pincel, sobre los cielos sube.
Alta la luz, las formas en desmayo.
Ya todo es ala, todo es ya viento.
Del espíritu el roce; solo intento
de forma. Hacia los cielos, rayo.
Más alto aún. Ya en la cima del vuelo,
los espacios en flor, en flor el cielo,
y allí el pincel se embriaga. Llama es la Cruz.
Fuego, el color. Los ángeles son lumbre.
El mismo Dios, pintado como cumbre.
¿Y la Gloria? Un éxtasis de luz”.
Entre los poetas entregados a cantar las glorias imperiales españolas y la hondura del sentimiento religioso, cabe insertar a Ginés de Albareda Herrera, a quien el Greco despertó un interés que le indujo a componer poemas descriptivos como el que sigue:
«Formas en vuelo fuera del espacio
y tornillo sin fin de los colores
que se pierde por alas y fulgores,
persiguiéndose. Vértigo reacio
de sueños en escorzo y ojo lacio.
Razonados delirios turbadores.
Escalofrío prieto de pudores
vuelto a ser. Dinámico topacio
y mística esmeralda y rubí loco.
Turbulenta conciencia derramada.
No presencias de espacio ni tampoco
de tiempo. Personal fuga de norma
por la genial canción iluminada.
Diálogo tenso de sustancia y forma».
Una percepción poética del Greco afín a los poetas anteriores, convergente también en el tono clasicista, nos la ofrece el palentino Roque Nieto Peña, cuya ideología es, sin embargo, contraria al tradicionalismo concorde de los poetas arraigados. Podemos apreciarlo en la primera estrofa del siguiente soneto titulado «Crepúsculo en Toledo»:
«Paisaje en Toledo solemne y legendario,
atardecer sombrío, agonizante sol.
Al Conde de Orgaz yerto, en férreo sudario,
ilustres caballeros sepultan con honor».
Un misticismo arrebatado domina el verso del sacerdote cubano, ordenado en Salamanca, Juan Alberto de los Cármenes, a quien nuestro pintor le inspira composiciones como esta “Asunción, del Greco”:
«¡Dios te salve, Cuerpo, Brisa,
Espuma,
Ala,
Curva de Llama, Aroma, Nube, Risa,
Música, Escala!
¡Ave, Flor de la Carne en puro vuelo,
En pura idealidad tangible y viva!
¡Cielo del Cielo, Cielo sobre el Cielo!
¡Mirada fugitiva!
¡Dios te salve, Hermosura, Melodía…!
¡Dios te salve, Hermosura, Melodía…!
¡Dios te salve, Asunción, solo Universo
De la intacta Alegría!
¡Ave, Amor-libertad que eres María!
(Y ahora calle mi verso)».
Una concepción de la poesía que aglutina el refinamiento formal y la audaz imagen vanguardista, la encontramos en el también cubano Gastón Baquero, autor de poemas como este «Amapolas en el camino de Toledo»:
«Yo he visto todo eso: yo, ciego, he visto más:
la alondra saboreando el amargor del incienso,
la borla caída de un sepulcro gótico,
el cirio rojo en la tumba del cardenal,
la mariposa comunicando un secreto a San Cristóbal,
la osamenta de un rabino escondida bajo la armadura del Conde de Orgaz».
Un cierto retorno al esencialismo lírico, a eufonía sugerente del verso corto asonantado la observamos en el jerezano Juan Antonio Sánchez Quirós, que nos dejó piezas como esta «Meditación en Toledo»:
«Caballero.
Vida, muerte.
¿Conoces
el secreto?
Silencio…
El Conde
de Orgaz
ha muerto - .
Muerte, vida.
Ecuación del sueño.
Caballero».
La captación de la estampa lírica con leves pinceladas poéticas de sugestivos trazos en el molde clásico de la décima nos la ofrece Carlos Murciano en «Para un caballero del Greco»
«Está y no está en su perfil.
Se adivina solamente
Cómo el pincel dio a la frente
Palideces de marfil.
Una sombra en el atril
Se posa, y una canción
Tristísima suena. (Son
Las doce.) No dice nada.
Pero pone su afilada
Mano sobre el corazón».
De las voces castellano-manchegas que han llevado que han trasladado al Greco a los versos, destaca el toledano Juan Antonio Villacañas, que, en 1960 publicaría una Conjugación poética del Greco, con poemas tan bellos como el siguiente «Nocturno toledano»:
«Andador de la Historia pasa el Greco
con mirada carmín recién pintada.
Corta la noche el paso. Es una espada
afilada en el pálpito del eco.
Pasa la noche. Y huye por un hueco
de la pared la sombra enamorada.
Está la soledad acorralada
por el aire que suena agudo y seco.
Algo sorprende la palabra: ¿Es sueño?
¿Religiosa ansiedad de polvo? ¿Brisa
que salpica hasta el alma cuando pasa?
Y es que transita Dios, dentro, risueño,
con un ramo de siglos en su risa,
escalando la paz de cada casa».
El toledano Félix del Valle también ha dedicado encendidos versos al Greco, con una referencia muy especial a la simbología que refleja el muy conocido cuadro «El entierro del señor de Orgaz», en el que las figuras alargadas, las anatomías bien marcadas, los colores ácidos, el horror vacui y la tan específica y característica utilización de la luz hacen de este cuadro uno de los más relevantes del artista, junto con «El Expolio», que se conserva en la sacristía de la Catedral toledana.
«Fue una visión fugaz.
Fue un relámpago inmenso
que cerró mis pupilas
y las abrió a lo ignoto…».
Luego se pregunta:
«¿Hay una luz?
¿En dónde hay una luz?
¿Y un aroma de incendio?
¿Dónde?
¿De dónde salen los cantos gregorianos?...»
Del caballero que mira a lo alto, afirma en otros versos:
«No es propio de hidalgos este gesto.
Sólo duró un segundo, lo comprendo;
después volviste dignamente
el rostro ingrávido
hacia el muerto…».
A partir de Ginés de Silva, el niño pintado por El Greco en «El entierro del conde de Orgaz», escribe Manuel Mujica Láinez, una extraordinaria crónica del barroco hispano en su novela El laberinto (1974).
El reverdecer de la novela histórica ha sido campo abonado para que floreciera con creciente vigor la figura del Greco; así, por ejemplo, en la novela de Jesús Fernández Santos El Griego (1985), que fue digna del Premio Ateneo de Sevilla.
José Luis Gracia Mosteo publicó El pintor de fantasmas (2004), un retrato desenfadado del mundillo literario del Madrid de la «movida» a través de doce relatos, uno de los cuales tiene al Greco como protagonista.
Las referencias literarias menores sobre el Greco son innumerables. Rastrearlas con rigor es una tarea que requiere tiempo, dedicación y muchas lecturas. Construir en la red de las bitácoras algunos blog con material de acarreo, en los que no se tiene la dignidad de citar la procedencia de los textos viene siendo algo común –hay uno sobre nuestro autor que se lleva la palma. Nosotros con estas tres entregas hemos querido aportar nuestro grano divulgativo sobre el Greco, para hacer notar que este, además de ser un genio del arte, ha dado mucho juego también en la literatura.
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