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ABC Cultural

¡Guau, un Picasso!

Esta es la historia de un Picasso dedicado a un perro. La donación de un plato evoca una gran amistad

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ANTONIO VILLARREAL

Hace unas semanas, los responsables del centro Harry Ransom de la Universidad de Texas se encontraron con una agradable sorpresa: la donación por parte del fotoperiodista David Douglas Duncan de un plato hondo de cerámica pintado por Pablo Picasso. Obras similares del pintor malagueño han alcanzado en casas de subastas un valor de hasta 65.000 euros, sin embargo la particularidad de éste plato estriba en su dueño original, un perro salchicha.

La historia se remonta 55 años atrás y un continente a la derecha. El veterano fotoperiodista David Douglas Duncan se desplazó desde su apartamento en Roma hasta el sur de Francia para conocer a Pablo Picasso. Robert Capa, amigo común de ambos, fue quien promovió el encuentro. Como regalo para aquella ocasión, que tuvo lugar el 8 de Febrero de 1956, Duncan encargó a la firma Bulgari un anillo con una cornalina del siglo I engastada en oro. Una rápida empatía se estableció entre ambos y cuando Duncan partió, Picasso le dijo: «Esta es tu casa –vuelve».

Un año después, en abril de 1957, el fotógrafo regresó a La Californie, la residencia de Picasso cerca de Cannes, con el objetivo de fotografiar exhaustivamente al pintor y su familia en su hábitat natural. En el asiento del copiloto de su Mercedes Gullwing 300 SL iba el teckel, que a menudo acompañaba al nómada en sus expediciones fotográficas. «Lump y Picasso se encontraron por primera vez. Amor mutuo», reconoció entonces Duncan, que hoy en día tiene 95 años y reside en Mougins, el mismo lugar donde Picasso pasó sus últimos años. «Tras su primera exploración de La Californie, Lump dijo adiós a Roma y desde ese momento se convirtió en residente permanente del hogar de Picasso», reveló el fotógrafo.

Aquellos que atribuyen a Pablo Picasso la cita de que «la inspiración existe pero tiene que encontrarte trabajando» encontrarán apropiada la siguiente anécdota: Aquel 19 de abril, se sentaron a almorzar junto a Jacqueline Roque, la modelo y segunda mujer de Picasso. Mientras el pintor fumaba en su silla, el perrito se le subió al regazo y comenzó a darle pequeños lametones. Picasso preguntó a Duncan si alguien le había dedicado alguna vez a Lump un plato. El fotógrafo dijo que no. El malagueño tomó entonces el plato sopero que tenía delante y, utilizando un pincel y pintura negra que estaban sobre la mesa, realizó un retrato del perrito. Los utensilios de pintar siempre cerca, por si llega la inspiración. «Pour Lump. Cannes 19/4/57», firmó Picasso.

En las Meninas

Lump se adaptó bien a convivir con las otras mascotas de Picasso: un bóxer llamado Yan y una cabra llamada Cabra. El pintor se encariñó con Lump, como muestran las las fotografías que Duncan tomó de ambos durante su estancia en La Californie, recogidas en el libro de 2006 «Picasso & Lump: A Daschhund’s Odyssey». Una de las imágenes más emotivas muestra a Lump mordisqueando un conejo de cartón recortado ex profeso por Picasso, que sonríe y fuma junto al perrito.

A finales de aquel verano de 1957, Picasso se entregó a un nuevo proyecto: una serie de 44 versiones de las Meninas –expuestas desde 1968 en el Museo Picasso de Barcelona. No por casualidad, el impasible mastín español que Velázquez pintó en 1656 fue sustituido en la versión de Pablo Picasso por el esbozo de Lump.

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