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HOJAS DE ANTAÑO

La bomba y el anarquista

Las investigaciones policiales trataron de demostrar que Estévanez, conspirador sempiterno y especialista en explosivos, planificó el atentado contra el monarca

ROBERTO MERINO MARTÍN

La vida de Nicolás Estévanez y Murphy bien merece ser llevada a la literatura. Veamos lo que escribió sobre él Marcos Guimerá: «Nacido en Las Palmas en 1838, hijo de militar progresista, fue un vehemente republicano federal, anarquizante y revolucionario. Descendiente de irlandeses por línea materna, fue masón en un tiempo y anticlerical furibundo. Militar de carrera. Se separó del ejército cuando era un capitán ya antiguo. Diputado a cortes tres veces y ministro de la guerra con la I república. Rebelde por naturaleza. Pluma fácil, con gracia chispeante, vivió los cuarenta últimos años de su vida como traductor para la casa Garnier, de París. Poeta estimable, dedicó sus mejores versos a Canarias. Federal de Pi i Margall, apoyó a Lerroux y a Ferrer en sus intentos de derrocar la monarquía alfonsina».

Y no sólo eso: tomó parte en la revolución Gloriosa de 1868 y, un año después, en el movimiento federal, doctrina política que sustentó toda su vida. Fue detenido y encerrado en las cárceles de Salamanca y de Ciudad Rodrigo. Estuvo preso hasta la amnistía promulgada en 1870 para celebrar la coronación de Amadeo de Saboya; pero, por revolucionario, fue dado de baja en el ejército a pesar de que llegó a ser uno de sus más destacados técnicos. Rehusó a los honores de la Cruz de San Fernando, a los decoros y a los pagos de su grado de brigadier y a su paga de ex ministro del Estado español. Ya de viejo, tuvo la decencia de vivir de su pluma, con la penuria característica que acompaña a todos los escritores independientes en España.

Este periódico recogió retazos de la eléctrica prosa del isleño en mayo de 1953: «Refiere Nicolás Estévanez en sus “Memorias” que, siendo alférez, y después de haber sufrido una enfermedad, solicitó una licencia de cuatro meses para convalecer al lado de su familia en Canarias (…)».

Pero esta biografía, aun siendo sabrosísima, no sería excepcional si no escondiera un rincón oscuro, peligroso, trascendental. Me refiero al turbio asunto del atentado a Alfonso XIII, en mayo de 1906. El anarquista Mateo Morral lanzó la célebre bomba mientras pasaban el rey y su esposa a la altura del número 88 de la calle Mayor, en Madrid. Provocó 23 muertos. La pregunta que nadie respondió era ¿quién proporcionó el explosivo al bibliotecario de la «escuela moderna»? Pues bien, todos los indicios apuntan a que Nicolás Estévanez transportó el proyectil en un viaje a Cuba desde París y, a su paso por Barcelona, se lo entregó al propio Morral.

Ambos se habían conocido meses antes en la capital francesa. Mantuvieron varias entrevistas y Morral publicó algunas reflexiones del viejo anarquista: «En las antiguas revoluciones el triunfo era de los bravos; en las modernas de los fuertes, de los astutos, de los previsores; en las venideras, seguramente será de los electricistas. Estudiad, jóvenes, las mil aplicaciones de la electricidad», adujó el polifacético Nicolás.

Las investigaciones policiales trataron de demostrar que Estévanez, conspirador sempiterno y especialista en explosivos, planificó el atentado contra el monarca junto a Ferrer i Guardia; pero el canario siempre negó, hasta el fin de sus días, su implicación en los hechos.

Alejandro Lerroux acusó a Estévanez de estar implicado en el atentado, tanto en sus «Memorias», como en su declaración sobre el asunto, en los juzgados de Barcelona. El propio Pío Baroja lo dejó escrito: «Yo tengo la seguridad de que Estévanez sabía de antemano, antes del atentado, que éste se iba a cometer».

Juzguen ustedes, en fin, si el personaje merece una novela de las de verdad. Esperen, que nos responde él mismo: «Mi patria no es el mundo, mi patria no es Europa, mi patria es de un almendro la dulce, fresca, inolvidable sombra».

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