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ABC Cultural

Grandiosa tarde en Manizales

Bolívar indulta un toro y sale a hombros con Juan Mora y El Cid

EFE

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La torería y la euforia se apoderaron de la plaza de Manizales. Luis Bolívar indultó un gran toro de Gutiérrez; El Cid tuvo una gran actuación y cortó tres orejas, y Juan Mora, que desorejó al cuarto, dejó fragancias perdurables sobre el ruedo.

Se lidiaron seis toros de Ernesto Gutiérrez, procedencia Murube-Santa Coloma, bonitos de tipo, colaboradores. Se le dio la vuelta al ruedo al segundo y quinto y se indultó al sexto que, a pesar de venirse a menos, reunió clase, transmisión y prontitud. Juan Mora: tres cuartos de espada y dos descabellos (ovación con saludos) y media en la yema (dos orejas). El Cid: pinchazo y casi entera (oreja) y estocada hasta el puño (dos orejas). Luis Bolívar: estocada trasera (oreja) e indulto (dos orejas simbólicas). Saludó tras banderillear al segundo Rafael Perea "El Boni", según crónica de Efe.

Gusto, gracia y solvencia. Ahí está la diferencia que coloca a Juan Mora como un torero de novedad, a sus 27 años de alternativa... Y lo mostró con creces en sus dos toros en esta tarde en que el toreo fue suavidad añeja, expresión cristalina, movimiento tenue de la muleta con la expresividad que aporta el cuerpo del extremeño que, relajado, se convirtió en crispación estética. Faenas cortas ambas. No esas interminables tan de moda hoy y que, dicen por ahí, exigen los públicos. Mora, con los pies juntos, acompañó en las verónicas de recibo, pura seda, brillo y luz. El toro, que se venía por dentro por el derecho, prestó su condición para ver el toreo con la izquierda y emocionarnos con él. Simple, suave, sin nada forzado, muletazos que azotaban el alma. Montó la espada repentinamente y cobró. En su segundo más de lo mismo, que siempre es distinto. Cada lance, cada muletazo un verso de un poema mayor, el de la faena que le valió a Mora las dos orejas y la unánime aclamación victoriosa.

El Cid estuvo brillante con el capote en ambos de su lote, premiados tras el arrastre con la vuelta al ruedo. Lances de recibo suaves, de torero caro, echando los vuelos por delante, llevando el embaucador capote al perfecto compás de las embestidas, como un embrujo sutil. Su primero tenía suavidad y le ligó desde los medios los derechazos. No siempre metiendo la cara con clase, el toro tiene el viaje largo y permite muletazos profundos. Y muchos. Por la izquierda le enganchó los tres primeros. Ligó a continuación los restantes, superiores en temple, largo el trazo , rematados con un trincherazo asolerado y dos de pecho eternos que fueron la maravilla. Su segundo tuvo prontitud y alegría y El Cid lo aprovechó y se gustó. Y así puso la plaza al rojo vivo y se sucedieron series, de muletazos menos largos hacia el final, pero emotivos.

Luis Bolívar tuvo un sensacional toro, el sexto, que tenía pronta y alegre arrancada, que se vino algo a menos hacia el final y del que había que cuidar sus escasas fuerzas, pero enloqueció al público. La de su primero fue una de esas faenas de ¡ay! En la larga de recibo lo cogió de muy mala manera, parecía la cornada inevitable y salió indemne. Luego en el quite, que fue por chicuelinas, volvió a ser prendido y bendita sea la falta de certeza del animal al coger. El toro tenía cierto peligro, de pocos decibelios, casi inaudible pero real. Y se acopló perfecto Bolívar, muleta retrazada, y mantuvo el tono hasta coger la espada.

Todos se marcharon por la puerta grande del coso colombiano.

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