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los hijos del presidente

Así viven los Aznar Botella y los González Romero

Los hijos de Aznar no conceden entrevistas, pero tampoco huyen de la prensa. Los González jamás han ido de «hijos de»

BEATRIZ CORTÁZAR

Siempre se habla de la compleja situación en la que se quedan los presidentes del Gobierno una vez que abandonan el poder y regresan al mundanal ruido. Adaptarse al medio, perder los privilegios y buscarse la vida de diferente manera no suele resultar demasiado fácil. Sabida es la querencia al poder y de ahí que, tras pasar por La Moncloa, a algunos les quede una profunda huella.

¿Pero qué sucede con sus familiares? ¿Cómo es su adaptación a una existencia más «real», o común, tras vivir envueltos en comodidades y aislados del resto? ¿Qué tal llevan los hijos de los presidentes volver a ser ciudadanos españoles sin más derechos que los del resto de sus vecinos?

Es aquí cuando afloran las diferencias y cuando vienen a colación las palabras recientes de María González Romero, la hija de Felipe González, quien asegura que «el anonimato es el mejor regalo que me ha hecho mi padre. Llamarse González, además, ayuda. Supongo que si te apellidas Aznar es más complicado pasar inadvertida», tal y como ha contado esta Navidad en «Vanity Fair».

Los conejillos de indias

De los cuatros presidentes que ya se han ido de La Moncloa, son justamente los González y los Aznar los que más repercusión han tenido en los medios de comunicación, seguidos por los hijos de Adolfo Suárez, que fueron los «conejillos de indias» de la democracia en cuanto a novedad se refiere. Durante el mandato de su padre, se abrieron las puertas de La Moncloa a la prensa y hasta hubo posados para la revista «Hola». Por desgracia, la enfermedad se ha cebado con esta familia, de ahí que su presencia en los medios casi siempre haya estado vinculada a su lucha contra el cáncer, tanto por parte de Amparo Illana, esposa de Suárez, y de Marián, la hija mayor del matrimonio (ambas fallecidas), como de Sonsoles, quien hace años estuvo más expuesta públicamente debido a su fallido matrimonio con Pocholo Martínez-Bordiú; además, el mismo ex presidente vive sin recuerdos debido al alzheimer. Con la salvedad del primogénito, Adolfo (casado con la hija del ganadero Samuel Flores), que en su momento fue candidato del Partido Popular de Castilla-La Mancha, el resto de lo hermanos siguen una vida más discreta.

En cuanto a los hijos de Calvo Sotelo, su breve paso por Moncloa sí sirvió para despertar las inquietudes políticas de cinco de los ocho hermanos y uno de ellos llegó a ser alcalde de Castropol (Asturias). Sin embargo, mediáticamente son los que menos han interesado, aunque este apellido ya tenía su historia antes de ocupar la presidencia del Gobierno.

Maldito protagonismo

Una de las luchas del matrimonio González durante su paso por La Moncloa fue justamente que sus hijos no fueran pasto de los medios. Tampoco los chicos estaban por la labor de apuntarse a la foto, de ahí que su único interés fuera que les dejaran tranquilos y al margen de las victorias o derrotas de su progenitor. Los gestos contrariados de los dos mayores, Pablo y David, cada vez que un reportero les sacaba por la calle, eran la mejor expresión de la poca gracia que les hacía convertirse en protagonistas de la noticia. En aquellos años lucían melenas hasta la cintura y ya apuntaban maneras hacia cuál podría ser su futuro. Hoy, los pronósticos no se equivocaron. Dado que ninguno de los dos brilló como estudiante, con el tiempo han sabido encontrar su espacio vital.

Es el caso de Pablo González Romero, el primogénito de Felipe González y Carmen Romero, un hombre cercano a los 40 años que ya sabe lo que es el fracaso matrimonial. Separado de una ecuatoriana llamada Alba, con la que contrajo matrimonio hace ya una década, es padre de dos niñas de 7 y 5 años, Micaela y Ecne. Apasionado de las artes orientales, estudió Física e Informática, dedicándose profesionalmente a lo segundo. Nunca fue de «hijo de papá» y menos ahora, que ha conseguido que ni sus vecinos de barrio sepan con quién se trata. Con alma de bohemio, sus amigos aseguran que tiene un don, el arte de la caligrafía, y en eso se parece a su padre, que es todo un manitas. Pablo es también aficionado a la fotografía y sólo su círculo más íntimo conoce la obra que ha realizado a lo largo de los años y de la que se siente especialmente orgulloso. Físicamente es el más guapo de los hermanos: de boca grande y rasgos exagerados, lo suyo es belleza natural. Por no tener, no tiene ni carné de conducir y de ahí que esté encantado con su pisito en el centro de Madrid, que le permite ir caminando a casi todas partes. Si Moncloa pasó por su vida, a él no le dejó rastro.

Vida bohemia

Más bohemio aún es su hermano David. También separado, tiene un hijo, Miguel, de 3 años, con quien vive en la casa que el ayuntamiento de Castellar de la Frontera (Cádiz) cedió a su padre como «pago» por las ayudas que allí realizó. En Castellar, David se enamoró de la que fue su esposa, María, y de esa boda (2005) son las imágenes de un novio enfrentado a los periodistas y dispuesto a impedir que inmortalizaran ese momento. Pintor de profesión, huye de la fama como de la peste. Parte de su obra la realiza en tinta china y acuarela, y el suyo es un estilo muy personal, al margen de cánones o modas. Su obra es como su vida, alejada de cualquier notoriedad y sin ningún tipo de inquietud política.

De los tres hijos de Felipe González, la más cariñosa y apegada a su padre es la menor, María. Licenciada en Derecho, en la actualidad ayuda al ex presidente en la oficina que tiene en la madrileña calle de Velázquez. Casada con el canario Eric Berganza, tiene tres hijos, dos niñas y el pequeño Vigo, de 8 meses, y es toda una madraza, según cuentan sus amigos. Cuando llegó a La Moncloa tenía 4 años y eran habituales las imágenes en las que aparecía practicando ballet, a cuyas representaciones siempre acudían sus padres. Ella es quien verdaderamente une a la familia y quien está pendientes de todos. Al estar sus padres separados, María ha asumido esa labor de cohesionar. Y ni ella ni sus dos hermanos suelen hablar de su vida en La Moncloa.

Otro perfil es el de los hijos de José María Aznar y Ana Botella. También dos varones y una niña y, también, tres críos cuando su padre llegó a la presidencia del Gobierno. Su relación con los medios ha sido bastante más relajada que la de los González. No conceden entrevistas, pero tampoco huyen despavoridos. Eso sí, el mandato de Aznar quedará marcado por los fastos que se vivieron en la boda de su hija Ana con Alejandro Agag, en 2002. Aquello fue un despliegue mediático sin igual, y una factura que le salió cara en la carrera del entonces presidente del Gobierno.

De los tres, es el mayor, José María, el que menos tirón mediático tiene, seguramente porque ha pasado ocho años trabajando en Estados Unidos y ya se sabe que la distancia es el olvido. Estudió en CUNEF (un centro universitario de formación e investigación, especializado en el ámbito de la Administración y Dirección de Empresas) y en cuanto pudo quiso hacer carrera en América, donde era uno más y donde se formó en el mundo de la banca. Actualmente vive y trabaja en Madrid, da clases en el CEU, es columnista de un diario y cuantos le tratan aseguran que es una persona encantadora y muy normal. Se siente muy orgulloso de su padre, carece de cualquier trauma post Moncloa y asegura que su vida es tan corriente como la del resto. Cada cierto tiempo le adjudican un nuevo amor; el último rumor le vinculaba con María León (relaciones públicas de la firma Pedro del Hierro), pero hasta la fecha sigue siendo un soltero de oro.

Apurar la vida

También soltero, pero con muchas ganas de apurar la vida, resulta su hermano Alonso. Le hemos visto crecer en los mítines de su padre y, hoy, tan pronto le descubrimos envuelto en la bandera de España cuando hay que celebrar el Mundial de Fútbol, o con la camisa abierta y las chanclas en las fiestas de Ibiza, donde es uno más de la pandilla de Fonsi Nieto, Colate Vallejo Nájera, Israel Bayón, Rosauro Baró, Javier Hidalgo o Álvaro Muñoz Escassi. Vamos, las joyas de la corona. Tras estudiar en CUNEF y hacer sus prácticas en la delegación del BBC en Nueva York, ahora trabaja para Botín en la ciudad financiera del Banco de Santander, en Boadilla del Monte. Tiene 24 años y ya le encasillan en la lista de los más apreciados solteros, estado civil que no tiene su hermana Ana, quien hace unas semanas ha dado a luz a su cuarto hijo, otro varón más, al que llamarán Alonso. Cuando a los 20 años anunció a sus padres que se casaba, el disgusto en la casa de los Aznar fue mayúsculo. Pero cumplió su promesa y acabó la carrera de Psicología. Hoy reside en Londres, aunque tienen casa en Madrid (un ático de lujo de 200 metros cuadrados en el barrio de Salamanca), puesto que no descarta instalarse en España. Hasta la fecha, ninguno de los Aznar ha demostrado interés por la política, salvo el esposo de Ana, Alejandro Agag, que perteneció a las Nuevas Generaciones del PP.

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