Lilianne Bettencourt y su hija entierran el hacha de guerra

Lilianne Bettencourt y su hija Françoise Bettencourt-Meyers, han enterrado el hacha de guerra judicial, desactivando los flecos menos graves del fabuloso escándalo financiero, que sigue su proceloso e imprevisible curso judicial.

Françoise Bettencourt-Meyers había presentado una doble querella judicial contra su madre y su «amigo íntimo», el fotógrafo y artista François-Marie Banier, sospechoso de haberse aprovechado de la «chochez» de una de las grandes fortunas de Francia, de quien habría recibido más de mil millones de euros en regalos (obras de arte, residencias, seguros de vida, etc.).

Por su parte, Lilianne Bettencourt había decidido querellarse contra su propia hija para defender la integridad de su «cabeza», su comportamiento y sus millonarios caprichos, a los 88 años.

Ese doble enfrentamiento de la madre y la hija Bettencourt tenía un alcance financiero excepcional y un alcance político nulo. Madre e hija son las primeras accionistas del grupo L'Oreal. Y ese enfrentamiento corría el riesgo de transformarse en una batalla campal, muy negativa para la gran multinacional de la industria cosmética.

Bien aconsejadas, madre e hija han negociado un acuerdo, con algunas contrapartidas secretas, para todas las partes. Ese acuerdo solo pone fin a uno de los capítulos del fabuloso escándalo Bettencourt.

Siguen su imprevisible curso judicial otros capítulos políticamente mucho más inflamables: quedan por esclarecer las gravísimas sospechas de masiva evasión de impuestos, orquestada por los hombres de confianza de Lilianne Bettencourt; sigue en suspenso la posible complicidad del ex ministro de Trabajo, Éric Woerth; siguen instruyéndose las sospechas de financiación política ilegal con dinero negro ofrecido por la familia Bettencourt...