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Con Lady Gaga no hay secretos (electrónicos)

El destape masivo por Wikileaks de la rutina epistolar de los diplomáticos de EE.UU. puede hacer un favor a la superpotencia, que no entiende aún que «secreto electrónico» es una contradicción in termini

Con Lady Gaga no hay secretos (electrónicos)

borja bergareche

En mi primera clase de Derecho Penal, el profesor sentenció el curso: «la única manera de terminar con los delitos es eliminar el Código Penal». Si Julian Assange parafraseara a mi profesor, lanzaría el reto: «la única manera de terminar con las filtraciones es eliminar el secreto de la vida de los gobiernos». La última filtración de Wikileaks lleva este dilema lógico al corazón de la maquinaria diplomática de la superpotencia: ¿cuántos secretos puede el país más poderoso del mundo mantener fuera de las luces y taquígrafos en la era digital?

El cuarto golpe de Wikileaks a Estados Unidos no ha desvelado novedades de primera magnitud. «The Economist» lo ha dejado en «cotilleo». Simon Jenkins, de «The Guardian», habla de «cotilleo de alto nivel». Ni tanto ni tan poco. Algunas de las historias desveladas por el trabajo del «pool» de cinco diarios son dinamita política y diplomática. Pero la mayor parte del material que han revisado sus equipos, como cuentan algunos de los profesionales involucrados, es irrelevante, tedioso cuanto menos. Y no podía ser de otra manera. Los cables son la unidad básica y prosaica de la rutina diplomática. La parte menos excitante de un oficio predecible. El historiador británico Timothy Garton Ash lo resumía así en «The Guardian»: «Lo que vemos en su mayoría es a diplomáticos haciendo su trabajo» . El «garganta profunda» de la era Vietnam, Daniel Ellsberg, afirmó a «La Vanguardia»: «No son los Papeles del Pentágono» .

Un sistema arcaico de clasificación

Esta nueva filtración sí va a obligar a revisar el modo en que los Estados Unidos conducen sus relaciones con países terceros desde hace siglos. El 22 de febrero de 1946, George F. Kennan, segundo de la legación estadounidense en Moscú, escribió un largo análisis de más de 5.000 palabras sobre la necesidad de articular un frente occidental para contener a la Unión Soviética. No es difícil imaginar al diplomático americano tecleando en una máquina de escribir, con los dedos humedecidos por el invierno ruso, y transmitiendo como cable cifrado lo que ha pasado a la Historia como «El largo telegrama» , el documento fundacional de la política de contención contra la U.R.S.S. que instauró el presidente Harry Truman y que determinó la Guerra Fría. ¿Qué sería de Kennan en la era Wikileaks? ¡Sus aventuradas y políticamente incorrectas (para la época) recomendaciones al secretario de Estado aireadas por la prensa del momento! Y Joseph Stalin pistola al cinto en el Kremlin...

EE.UU. produce veinte millones de documentos secretos cada día

Aquel sistema de transmisión de documentos cifrados ha derivado en un sistema ingobernable de categorías de clasificación, una ensalada de acrónimos (Nodis, Roger, Exdis, Docklamp etc.) en función de los destinatarios autorizados para gobernar millones de documentos cada día. Como ha recordado Thomas Blanton, director del National Security Archive de Washington, en ABC, «el último vertido de Wikileaks de 251.000 documentos no es más que una fracción minúscula de los más de 20 millones de secretos que el gobierno de EE.UU. genera cada día». Veinte millones de secretos» diarios, para audiencias más o menos selectas, que discurren por unos conductos a los que tienen acceso hasta tres millones de funcionarios de las distintas agencias gubernamentales.

Una cantidad absurda de documentos presuntamente secretos que rehúye una de las verdades reveladas por las visiones de Assange: que «un secreto electrónico es una contradicción in termini», como afirma Simon Jenkins en The Guardian . Además de ordenar desenchufar el sistema Siprnet (reforzado después del 11-S para mejorar, irónicamente, la comunicación entre agencias), como ya ha hecho Hillary Clinton, el departamento de Estado tendrá que revisar este entramado documental de acceso pretendidamente restringido. Y con ello, transformar la manera en que el país más poderoso se relaciona con el mundo. Así lo ha reconocido, por ejemplo, Javier Solana, al reconocer que todo esto cambia «las relaciones de confianza mediante las cuales los embajadores de EE.UU. obtenían información sobre el país en que están destinados». Ejemplo: si yo fuera un defensor de los Derechos Humanos ruso, me cuidaría mucho a partir de ahora de aparecr citado en un cable de EE.UU. susceptible de salir a la luz .

Un nuevo escenario de gestión de la información secreta en el que el estándar lo apunta la «des-digitalización» organizativa de un grupo como al Qaida, donde las instrucciones fluyen por todo el mundo de boca a oreja y bajo trucos medievales para esconder papeles escritos.

No hay más secreto que el que no se piensa. O, como mucho, que el no escrito. En todo caso, el afán ocultista de parte de la vida de nuestros gobiernos necesita reinventar sus procesos en la era de las nuevas tecnologías mezcladas con la piratería pro transparencia.

Un acceso acelerado a la información

Además, este serial de revelaciones-cotilleos transforma la vida a quienes se dedican al acceso a la información. Hasta ahora, organizaciones como el National Security Archive y los grupos pertenecientes a la constelación del movimiento «sunshine» (donde nace Wikileaks) esperaban años y años en acceder a ciertos documentos secretos, desclasificados tras arduos procedimientos administrativos regulados por la Ley de Acceso a la Información (FOIA por sus siglas en inglés). Para dar una idea de la lentitud del proceso, la colección de secretos desclasificados del Departamento de Estado, titulada «Foreign Relations of the United States», solo llega por ahora hasta 1972.

Cada año, el Gobierno federal recibe unas 600.000 demandas de acceso a documentos clasificados. Muchas de ellas nunca reciben respuesta. Por ejemplo, las solicitadas al Pentágono por el Comité para la Protección de los Periodistas de Nueva York (CPJ) sobre las circunstancias que rodean a la muerte de José Couso en Bagdad en abril de 2003 . Ahora, en la era Wikileaks, lo que antes llevaba años puede resolverse en lo que duran los dos primeros temas de un disco de Lady Gaga.

Algunos se temen ya que las revelaciones sirvan de munición para que la nueva mayoría republicana en el Congreso intente dar marcha atrás en algunas medidas pro transparencia adoptadas bajo la Administración Obama al grito de «¡traición!», o cuanto menos de «irresponsables».

En todo caso, una tercera transformación introducida por el verso libre Wikileaks que atraviesa la era digital es el reforzamiento del papel de los periódicos como tribunas necesarias de las sociedades modernas. Bienvenido sea.

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