AJUSTE DE IDEAS
Empezar de cero
MAÑANA por la noche, justo cuando finalice el escrutinio electoral, José Montilla pasará a ser presidente de la Generalitat en funciones. Salvo improbable vuelco electoral, su ciclo político habrá terminado y, mientras Pasqual Maragall será recordado —para bien o para mal— por embarcarnos en la aventura del Estatut, no será fácil encontrar el qué, el por qué y el cuándo de la gestión de un hombre que pasará a la historia de Cataluña por una circunstancia accidental en la que no tuvo ni arte ni parte: su lugar de nacimiento.
Sobre estos cuatro años en el poder confesaba recientemente Montilla que «nunca me he sentido tan querido ni nunca he querido tanto», pero basta repasar su discurso de investidura, pronunciado el 23 de noviembre de 2006, para comprender que, más allá de las frases emotivas que adornan las despedidas, cuando el primer secretario del PSC abandone el Palau de la Generalitat deberá cargar con la impotencia de ver frustradas también sus propias expectativas. «Mi concepción de la política —dijo en aquella solemne ocasión de hace cuatro años— es bien sencilla y práctica: se trata de realizar aquello que es necesario en las circunstancias de cada momento, ni más ni menos». Obviamente, «no se n'ha sortit».
«Cataluña, hoy, no necesita recordar obsesivamente su marcada personalidad nacional. Lo que Cataluña necesita es una acción de gobierno eficiente, que tenga como objetivo crear las complicidades sociales, económicas y culturales necesarias para desarrollarse como sociedad moderna, libre, culta, solidaria (...) Así haremos más patriotismo que con mil proclamas sobre nuestra identidad». Eso dijo Montilla en su discurso de investidura. Y esto otro también: «Quiero manifestar mi preocupación por una abstención muy elevada (...) Ahora y aquí me comprometo a promover un código de buenas prácticas para favorecer la participación en futuros comicios, porque seguro que una parte importante de la responsabilidad es nuestra». Es difícil saber en qué momento Montilla y los suyos perdieron el olfato, desconectaron de la realidad y comenzaron a invertir el orden de prioridades, pero el caso es que los socialistas catalanes no sólo han sido los primeros en abanderar los discursos identitarios —en muchas ocasiones aderezados con sorprendentes proclamas incendiarias— sino que, de confirmarse la apatía de su electorado, serán los máximos responsables de una abstención que se prevé histórica.
Decir que mañana por la noche el PSC empieza de cero probablemente es quedarse corto. CiU empezó de cero en 2003 y en 2006 porque, aunque en ambas ocasiones perdió la Generalitat, en ambas ganó las elecciones... Puede que Montilla dimita esta noche y puede que no, pero el PSC se enfrenta al vacío desprovisto no de una, sino de sus dos almas. Cuentan que ante una eventual derrota en Barcelona y la pérdida de la Diputación de Barcelona, muchos socialistas empiezan a soñar ahora con la sociovergencia.
En fin, el pequeño y apacible mundo que conocemos parece venirse abajo y los partidos políticos nos han obsequiado con la campaña más absurda y vergonzosa de la historia de la democracia. ¿De verdad son los ciudadanos los que hoy deben dedicar el día a la reflexión?
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete