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Umberto Eco: un puñetazo en el estómago

Precedida por la polémica, llega a España «El cementerio de Praga», la última novela de Umberto Eco

Umberto Eco: un puñetazo en el estómago ABC

Mercedes monmany

¿El odio mueve el mundo? Según se deduce de las violentas diatribas enunciadas, página tras página, por la extensa galería de feroces racistas y antisemitas presentes en la polémica última novela de Umberto Eco, El cementerio de Praga, el amor sería tan sólo «una situación anómala» y el odio, en cambio, la verdadera «pasión primordial» que mueve el universo y «calienta los corazones»: «Hace falta alguien a quien odiar para sentirse justificados de la propia miseria. Ahí están los judíos. La divina providencia nos los ha dado, usémoslos, por Dios, y oremos para que siempre haya un judío a quien temer y odiar».

Después del enorme escándalo levantado hace unos años por otro texto de ficción, la novela Las benévolas (RBA), de Jonathan Littell, una escrupulosa y verídica inmersión en el funcionamiento de una mente diabólica –un nazi–, el célebre semiólogo, sin duda uno de los intelectos más brillantes y clarividentes de nuestra época, ha cedido a la tentación de propinar a sus lectores «un puñetazo en el estómago». Lo malo es que el puñetazo, en nuestros infantilizados días, a veces puede desviarse de su recorrido y, más que en estómagos bien alimentados, puede recaer en ese tipo de cerebros crédulos que tanto abundan y que compran libros sin distinguir lo más mínimo un texto firmado por un tal Benedicto XVI de otro, mucho más fiable, alumbrado por Dan Brown .

Fantomas del Mal

Eco ha escogido para sus propósitos el delirio paranoico y obsesivo , a mitad del siglo XIX, de un tenaz odiador del Otro, sean masones, jesuitas, mujeres, republicanos o revolucionarios en lucha contra las monarquías. Simonini, el protagonista, odia todo lo que representa la vida, una vida vivida en plenitud y, por tanto, susceptible de hallar momentos de paz interior y felicidad. Dentro de ese catálogo de amarguras que mueven su negra existencia, Simonini, un italiano de pasado tenebroso que reside en París, ha mantenido la fidelidad a un odio intacto, inmune ante los vaivenes del resto de sus abominaciones: los judíos . En un mundo, o mejor dicho, en una Europa aún sin nazis, que rezuma, aquí y allá, fanáticas fijaciones antijudías, el siniestro y astuto mercader de textos falsos que es Simonini no se olvida ni por un momento de ese odio que le fue inculcado desde la infancia a través de los enajenados discursos de su abuelo, un reaccionario en estado puro, representante furibundo del ancien régime.

Simonini, el protagonista, odia todo lo que representa la vida

Espía a sueldo de quien pague mejor sus exquisitas bacanales, Simonini no le hace ascos a nadie en una Europa convulsa y multiconspirativa: ni a franceses, ni a prusianos, ni a piamonteses, ni a rusos. En él, en ese Fantomas del Mal, errante y disfrazado, que disemina a su paso un rosario de traiciones, asesinatos y felonías, Eco ha encontrado el instrumento de ficción necesario para recorrer un siglo, el XIX, plagado de revoluciones, conjuras, folletones y panfletos más o menos delirantes, que difundían a públicos crédulos, impunemente, las más pintorescas conspiraciones y complots, sin necesidad alguna de comprobación, ni temor jurídico de ningún tipo a ser perseguidos y denunciados, como sucedería hoy.

La difusión insultante de supuestos y tenaces planes maquiavélicos para la acumulación de capital y la corrupción de los Estados y del cristianismo en general, de los que se acusaba normalmente a los judíos en la época moderna, lejos ya de las supercherías medievales y deicidas, fue llevada a cabo por una gran cantidad de textos más o menos fundacionales, a lo largo de todo el siglo XIX, y a través de numerosos autores. Autores inventariados en su obra por Eco, de forma algo farragosa y desde luego excesiva, si se quiere hacer pasar como novela lo que tendría que haber sido quizá un estudio pormenorizado sobre el tema para lectores algo más advertidos . Una sañuda troupe de antisemitas , desde católicos a ultranza, psicópatas y monomaníacos hasta socialistas, desfila por unas repetitivas páginas, defendiendo y conversando libremente sobre sus tesis, recogidas fielmente en un supuesto diario elaborado por el protagonista, que en su esquizofrenia rabiosa inventa un doble con el que poder magnificar, al modo de Jekyll y Hyde, sus ardores prehitlerianos o pre-Mein Kampf.

Cada cien años

Una larga serie de personajes reales pululan por la vida de Semonini: el «doctor Froïde», Dreyfus («durante mucho tiempo los judíos permanecieron ajenos al ejército, que se mantuvo en su pureza, ahora que se han infiltrado también en las tropas nacionales, serán los dueños de Francia»), Dumas, Garibaldi, el patriota y escritor italiano Ippolito Nievo... El desembarco de los Mil de Garibaldi en Sicilia, la Comuna de París, así como ceremonias satánicas y misas negras, preparación de pruebas falsas, crímenes y atentados urdidos por media Europa, se suceden en las laberínticas misiones de Semonini . Pero, por encima de todos sus pérfidos tejemanejes de espía doble, el cínico Simonini, al entrar en contacto con unos agentes del zar de Rusia, siente que por fin ha llegado su hora: « Me doy cuenta de que he existido tan sólo para derrotar a esa raza maldita» .

Se recorre un siglo, el XIX, plagado de revoluciones y conjuras

Experto desde hace tiempo en falsedades notariales e incriminatorias, elaborará en 1898 su obra cumbre: sus «Protocolos de la reunión de los rabinos en el cementerio de Praga». Según ella, cada cien años, los principales rabinos venidos de las más diversas partes del mundo se reunirían en ese célebre cementerio, redactando un plan preciso para adueñarse del planeta. Es decir, la base de lo que sería más tarde, a través de su publicación en Rusia, en 1903, Los protocolos de los sabios de Sión, documento falso fabricado por la policía zarista para justificar los pogromos y en general el odio contra los judíos, que interesaba que empezaran a verse en ese momento como una amenaza peligrosa y latente. Simonini sabe que su texto, ya fuera de sus manos, sufrirá cambios y retoques, pero se siente orgulloso porque intuye lo principal de su propósito: «Muchos entenderán que hemos llegado al momento de la solución final».

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