«Nos sentimos perseguidos»
Indignación por los controles de la Guardia Civil en el Valle de los Caídos, que junto a la coincidencia con el 20-N restaron afluencia a la misa al aire libre

«Somos familias normales que venimos, única y exclusivamente, a oír misa. Estamos en nuestro derecho, ¿no? porque en este país hay libertad de culto. Sin embargo, nos lo están poniendo cada vez más difícil».
Ese era el testimonio de Blanca, una joven madre indignada, que resumía el sentir del medio millar de fieles que ayer acudieron, por tercer domingo consecutivo, a escuchar la liturgia en la explanada exterior de la Abadía del Valle de los Caídos, abrigados de pies a cabeza para hacer frente a los 4 grados de temperatura. Su queja era la de la mayoría: el colapso de la carretera motivado por el dispositivo de seguridad desplegado en la zona por la Delegación del Gobierno, por los numerosos controles y por tener que asistir al culto a la intemperie.
Los atascos de hasta 12 kilómetros que se produjeron en el desvío de la A-6 desde las 10.30 horas, obligaron, como ocurriera el día 14, a retrasar tres cuartos de hora la ceremonia, prevista para las 11. Con el fin de esperar que subieran los que estaban atrapados en la ratonera, algunos de los cuales emplearon 50 minutos, los fieles más madrugadores rezaron un rosario. Esta es segunda vez que la liturgia se realiza en la explanada, pues la primera tuvo lugar en el pinar situado en el acceso del recinto. La coincidencia con los actos de homenaje al dictador Francisco Franco y a José Antonio Primo de Rivera pudo también restar afluencia a la misa, respecto a la del pasado domingo, a la que acudieron 4.000 personas.
El motivo de la celebración al aire libre de las misas no es otro que la controvertida prohibición de oficiar la liturgia en la basílica que dictaminaron la Delegación del Gobierno y Patrimonio Nacional el 2 de noviembre. Ambos esgrimieron supuestos motivos de seguridad derivados del estado de conservación del recinto monumental y de las obras de mantenimiento que aseguran estar llevando a cabo desde primeros de año. Unos trabajos polémicos que, sin embargo, apenas duraron 15 días con el inicio del desmontaje de la figura del conjunto escultórico de la Piedad, y que acabó con la retirada de varios bloques del manto de la Virgen para ser colocados de nuevo en su sitio. Durante ese proceso se podía asistir a misa en el interior de la basílica con normalidad; por ello, la nueva circunstancia ha levantado gran tensión, no solo entre los fieles, que acuden a las misas de la comunidad benedictina, sino entre los religiosos que no ven razones objetivas para ello.
«Nos sentimos perseguidos. No estamos haciendo nada malo. Ni que fuésemos terroristas. Solo venimos a orar, ¿porque no nos dejan venir a misa?», clamaba Pilar. «El Gobierno está dando un espectáculo vergonzoso porque no hay ningún motivo acreditado para el cierre», indicaba Manuel. «Lo que está haciendo el Gobierno socialista aquí es un paso más hacia el laicismo», afirmaba Ernesto. «No hay peligro alguno, es una cuestión política. Queremos que nos dejen venir a oír misa en el templo». «Yo, lo que llevo peor es que la Guardia Civil registre nuestros coches para ver si traemos banderas; yo, la traigo en el corazón», terciaba Pedro.
Muchas quejas
La lista de quejas por la situación que se ven obligados a soportar los fieles desde hace tres semanas no acababa. «¿Por qué nos piden la retirada de los rosarios que llevamos colgados en el espejo interior del vehículo, enseñas o pancartas? Dicen que es una provocación y yo no la veo por ningún sitio», censuraba un padre que llevaba a una niña de la mano y a otra en un carrito. «Es para que no vengamos», agregaba otro.
Los agentes de la Guardia Civil, resignados, explicaban una y otra vez que se limitaban a cumplir la Ley de Memoria Histórica, en virtud de la cual no está permitido entrar con banderas ni simbología política dentro del Valle de los Caídos. «Somos unos mandados, cumplimos con nuestro deber, y, además, hoy no cobramos», replicaba un guardia en alusión al servicio que prestaban.
Estos efectivos, a falta de otros responsables, se convirtieron en los receptores de todos los descontentos. «Esto es una vergüenza. Hay gente muy mayor, ¿porque no dejan subir a los coches arriba?», vociferaba una señora de mediana edad, mientras enfilaba, junto a decenas de personas, la empinada cuesta de un kilómetro hasta el Valle. «Es para que estiremos las piernas y para que no lleguemos a tiempo a misa», ironizaba otro.
Minutos después, y en vista de que la afluencia de vehículos era sensiblemente inferior a la del pasado 14 de noviembre cuando acudieron unos dos mil coches, los agentes comenzaron a dar paso a los turismos, muchos de los cuales paraban por el camino para recoger personas.
Decenas de paraguas, sillas plegables y hamacas eran algunos de los objetos que portaban los más previsores en la peregrinación que realizaron a pie. Familias enteras con hijos y matrimonios mayores con sus vástagos y nietos descansaban en algunos tramos para coger fuerzas.
«Esto es un desastre organizativo por parte de la Delegación del Gobierno. En vez de ayudar, obstaculiza, impidiendo la liturgia con excesivos controles. Somos gente pacífica, no entendemos el porqué de tanto despliegue», se quejaban más adelante. «Lo que tenemos que hacer el próximo domingo es una gran pitada desde el kilómetro 50 de la A-6, justo tres kilómetros antes del desvío hacia el Valle de los Caídos, para que nos oigan», contestaba un señor.
Tras la subida, comenzó la ceremonia religiosa en la que participó la Escolanía de la Abadía de la Santa Cruz del Valle. «Hoy hay muchísima menos gente que el pasado domingo. Se habrán dado la vuelta por los impedimentos que les hacían llegar tarde», indicaba Luz Trujillo, presidenta de la Asociación de Amigos del Valle de los Caídos. «Yo, desde Galapagar he tardado 75 minutos, cuando lo normal son 15 minutos», terció Mar.
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