UNA HUELLA EN LA ARENA
Solo 35 años
En varias generaciones más, seremos de verdad un país con auténtica madurez democrática
SE cumplieron ayer 35 años del fallecimiento del dictador Francisco Franco, el momento en el que el conjunto de la sociedad española comenzó una andadura acelerada hacia la democracia liberal que tuvo su primer gran hito, tres años después, con la abrumadora aprobación de la Constitución. El país ha alcanzado, en este tiempo, cotas de libertad y bienestar sin precedentes en nuestra historia contemporánea. Sin embargo, el fantasma de la guerra civil y la subsiguiente dictadura aún nos persigue. Y no se trata sólo de que, periódicamente, cierta izquierda resabiada siga empeñada en ganar aquella confrontación fratricida, sino en otros muchos tics que todavía perduran, como el paternalismo estatalista que convierte en un secreto el Pacto de Toledo al considerar que la sociedad no tiene la suficiente solvencia para hacerse cargo de sus problemas. O la rémora de los injustificables privilegios laborales, capaz todavía de secuestrar el cielo y provocar daños a nuestra principal industria, el turismo, en medio de una profunda recesión. Son las últimas secuelas de aquella economía monopolística que dio lugar a mastodontes corporativos como Iberia o Telefónica.
Pero quizás uno de nuestros peores déficits democráticos sea el continuado intervencionismo político en el supuestamente independiente Poder Judicial. La acentuada politización de sus órganos rectores produce cargas tan onerosas como la del juez estrella que utiliza la toga para alcanzar ambiciones ajenas a su delicado oficio, generando una inmensa ristra de acólitos y detractores ideológicos más allá del estricto marco profesional. Eso sólo puede ser considerado como una atrofia. Otro tanto ocurre con el anticlericalismo que seguimos arrostrando, más visceral que razonable en un país en el que, en muchos lugares, los mismos que critican una visita papal crean un problema de protocolo por ocupar lugar preferente en una procesión. Es innegable que la mayoría social estima excesivas las cortapisas morales de la Iglesia católica para muchos asuntos y que, en un Estado aconfesional, ésta no volverá a contar con las prerrogativas que disfrutó otrora. Pero los católicos están en su derecho a vivir conforme a sus creencias y la propia Iglesia a hacer sentir, sin ser hostigada, su influencia en la sociedad plural cuya cultura ha contribuido a levantar.
Todo ello denota que, condicionados por nuestra historia, aún adolecemos de verdadera enjundia pluralista y acudimos con mucha facilidad a una agresiva mendacidad: si marroquíes se manifiestan contra la españolidad de Ceuta y Melilla son meros sicarios del sultán; si españoles son agentes activos de la desestabilización interna de Marruecos, son activistas. Es de suponer, no obstante, que todo es cuestión de tiempo. Sólo son 35 años. En varias generaciones más, seremos de verdad un país con auténtica madurez democrática.
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