Shakira: una cana al aire
La artista colombiana pone en pie el Palacio de los Deportes

Desde que, hace ya mucho, muchísimo tiempo, las listas de éxitos están abrumadoramente dominadas por colosales mediocridades, por grupos y artistas que repiten maquinalmente fórmulas más que trilladas con escasas dosis de gracia e interés, cualquiera que habite esos espacios se convierte irremediablemente en sospechoso. De cuando en cuando se cuela entre lo más vendido (o lo más descargado, o lo que sea) alguna novedad sorprendentemente atractiva y, más raramente, también sucede que a buena parte de la crítica le da por repartir generosos elogios a un fenómeno que tiene, punto por punto, todas las trazas de un proyecto descaradamente comercial.
Algo parecido a esto es lo que ha sucedido con Shakira, una exuberante muchacha colombiana que ya dominaba el mercado discográfico desde hacía unos cuantos años y que, a raíz de su participación en la banda sonora del Mundial de Fútbol celebrado el pasado verano en Sudáfrica, parece haber roto todas las marcas, convirtiéndose en la nueva reina de la música pop internacional.
Cuando aún estaba muy cercano el recuerdo de su visita a la Ciudad del Rock que el festival Rock In Rio montaba el pasado mes de junio en la localidad madrileña de Rivas pero, eso sí, después de la fiebre que la selección española desató unos días después alzándose con el campeonato del mundo, lo que contribuyó muy decisivamente a que la canción de Shakira arrasara cualquier otra posibilidad como «canción del verano», la rubia colombiana regresaba anoche a la capital para poner a bailar a un Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid lleno hasta la bandera.
No. No parece que la música de Shakira vaya a cambiar el rumbo de la música popular del siglo XXI. De hecho, parece más que probable que en unos cuantos años no sean demasiados los que se acuerden de unas canciones resultonas y pegadizas, interpretadas con una voz muy personal y producidas de manera impecable, pero ciertamente pasajeras, bien ligeras de equipaje emocional.
Pero sí resulta grato toparse de vez en cuando con un producto de estas características que escape en algo a la previsibilidad y convencionalidad habituales, como sucede con la propuesta de Shakira.
Su actuación de anoche fue un derroche de energía, un festivo espectáculo para todos los públicos con una protagonista que es un torbellino. Después de una tímida entrada con balada acústica (en la que accedió al escenario atravesando las primeras filas del público), Shakira se despojó de su vestidito de tul y empezó a repartir caderazos a diestro y siniestro (y eso, seguro, lo hace como nadie más en el planeta). Hubo algunos momentos para recuperar el resuello (en los que se metió en laberintos arábigos y flamencos un tanto aburridos), pero la tónica general fue una sobredosis de ritmo y energía. No es nada del otro mundo, pero, puestos a echar una canita al aire con música superficial y desenfadada, la de Shakira funciona.
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