El harakiri de Montilla
Para encarar su campaña más amarga, tan pronto entierra el president el tripartito como muestra, a regañadientes, su vida íntima

José Montilla ya ha dado por enterrado el tripartito dos veces, en 2006, al suceder a Pasqual Maragall como candidato a la presidencia de la Generalitat, y hace un par de semanas, en los estertores de la segunda legislatura del dicho tripartito. Según los demiurgos del president y candidato a la reelección, en 2006, la negación del pacto con ERC e IC era una declaración de intenciones, mientras que ahora se trata de un compromiso.
No obstante, se trata casi de una disquisición bizantina en tanto las encuestas no prevén ni en la mejor de las hipótesis para el PSC que Montilla vaya a encontrarse en la tesitura de tener que renunciar a un segundo mandato por no poder pactar con Esquerra. Desde la perspectiva de CiU, tal cosa sería un parricidio político, puesto que Montilla fue el muñidor del primer y segundo «Govern de Entesa». En el PSC reconocen que es lo más parecido a hacerse el harakiri por interpretar literalmente lo que es un compromiso electoral.
Registros opuestos
Pactos al margen, Montilla intenta combatir a Artur Mas en el mentón del PP. Su estrategia pasa por desmovilizar al electorado nacionalista dando a entender que CiU prefiere pactar con la «derecha españolista» antes que escuchar el clamor social a favor de la civilizada «sociovergencia». En el plano discursivo, el PSC aspira a representar el campo abierto que hay entre liderar una manifestación independentista y asistir al desfile de la Fiesta Nacional. Un agudo sentido de la ambigüedad le permite compaginar registros tan opuestos y gestionar las contradicciones con la tenacidad de un ajedrecista soviético. Los socialistas lo venden como «el increíble hombre normal», una caricatura de la sensatez con superpoderes que consiste en hacer de la necesidad virtud y flotar en las arenas movedizas, con la España plural y la Cataluña nación como referencias. La audiencia determina el acento y los juegos de palabras, desde la España nación de naciones a la Cataluña de la construcción nacional. Según el PSC, esa intrincada cosmovisión es el centro de la política catalana y Montilla, su encarnación cuando declara en el «late show» de los sábados que se siente tan español como catalán. Frente a los recelos y ante la duda, Montilla exhibe con orgullo sus orígenes al tiempo que reivindica su catalanidad como un acto de conciencia más comprometido que el simple Rh de los nacionalistas de pura cepa.
En el plano personal, Montilla ha dejado ver una mínima parte de su intimidad con no poca resignación y notable desconfianza para afrontar una campaña electoral que no se puede basar precisamente en la obra de gobierno. Las declaraciones de su esposa sobre los juegos de un padre con sus hijos, algunos detalles obvios sobre el prenoviazgo e imágenes de los padres del president y los niños de su segundo matrimonio son la cuota de privacidad pagada por el president.
El hilo argumental del Montilla de «La Noria» es la vida normal de un hombre normal. Pero aquí también se reproduce el patrón bipolar. «El increíble hombre normal», el superlópez de papel es a la vez lo más parecido a Obama que ha dado la política catalana. Según la combinación de datos y épica de las semblanzas oficiales, es un inmigrante que llegó a Cataluña con 16 años y una maleta rota, el trabajador que tuvo que renunciar a la universidad para sostener una familia, el militante antifranquista apodado «El guerrillero», que fue alcalde, venció una grave enfermedad, llegó a ministro y ahora ocupa la Generalitat. Para los responsables de campaña resulta inevitable incidir en aspectos que subrayan las potencias de un hombre capaz de superar retos tan considerables.
Ese retrato del inmigrante hecho a sí mismo también es capaz de combinar el lenguaje de lo políticamene correcto con la pragmática sentencia de que «papeles para todos es igual a problemas para todos», afirmación que no es del popular García Albiol sino del propio Montilla. Como tampoco resultan incompatibles los reproches convergentes por el catalán del president con el hecho de que sólo bajo su presidencia se hayan activado las multas lingüísticas.
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