«A los clásicos puedes fusilarlos porque nadie se entera»
David Monteagudo retoma la senda de la exitosa «Fin» con «Marcos Montes»

«Ser escritor, incluso escritor de éxito, es bastante cómodo», sentencia David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962) mientras «Fin» (Acantilado), su sonado estreno literario, sigue sumando ediciones y se prepara para ser adaptada al cine y traducida al italiano, el alemán, al portugués e incluso al ruso. Ser escritor, en efecto, debe ser bastante cómodo. Sobre todo si a lo que uno está acostumbrado es a pasar horas y horas manejando cajas de cartón en una fábrica, empleo del que, para lamento de los amantes de la mitología del working class hero, se ha «liberado».
Y ahora que el árbol ya no impide ver el bosque —«entiendo que se resalte lo que es noticia, señala—, Monteagudo se reivindica como escritor a jornada completa con «Marcos Montes» (Acantilado; Quaderns Crema), novela cronológicamente anteriormente a «Fin» en la que el escritor afincado en el Penedés da rienda suelta a su pasión por los clásicos y airea de nuevo cierta pulsión fantástica. «Intento entretener, sí, pero sobre todo intento hacer buena literatura; una literatura en la que lo importante sea el lenguaje y la tradición literaria. Si está bien escrito, el final será más anecdótico que otra cosa», asegura.
Pero por anecdótico que sea, para llegar a ese final primero hay que pasar por el principio, y eso nos lleva a la historia de un minero que trata de escapar de una mina de oro tras un accidente mientras se desliza sobre una reflexión sobre el perdón e intenta «quedarse a bien consigo mismo». Explica Monteagudo que, pese a la coincidencia temática, el incidente de los mineros chilenos nada tiene qué ver en la gestación de «Marcos Montes».
De hecho, la novela está escrita en 2007 y la idea le vino tras oír por la radio cómo un grupo de mineros rusos se habían quedado atrapados en una mina de oro 2.000 metros de profundidad y en completa oscuridad. «Me impresionaron mucho esos datos tan escuetos y al mismo tiempo tan terribles», apunta.
De lo fantástico a lo clásico
Sin perder nunca de vista el elemento fantástico, impronta que Monteagudo intuye en sus orígenes gallegos —«puede que haya algo de gallego en ese gusto por lo sobrenatural y el transmundo», apunta—, el autor de «Fin» sigue declarándose un ferviente admirador de los clásicos. De hecho, asegura que solo lee clásicos para depurar al máximo su lenguaje y confiesa que «Marcos Montes» tiene tanto qué ver con «El bosque animado» de Wenceslao Fernández Florez como con San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús o Joseph Conrad. «A los clásicos puedes fusiarlos porque son patrimonio y, además, nadie se entera», añade con aire socarrón.
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