Un gran editor, duro y leal
Ayer murió, a los 84 años, una personalidad esencial de la edición y divulgación en Iberoamérica y España
Francisco Pérez González era ante todo un editor. Un gran editor. Había nacido en 1926. Por tanto, en 1954, al crear Taurus, tenía 28 años. Jesús Polanco, santanderino como él, había nacido hacia 1930. La unión entre ambos fue un pacto de por vida, una suerte de unión hipostática. Para los jóvenes que no han estudiado griego e ignoran todo sobre Platón, hipóstasis es la unión sublime que vincula a las personas en el Verbo. Polanco y Pancho estuvieron eviternamente unidos en el Verbo. Pancho Pérez sobrevivió unos años a Polanco. Pancho ha tenido una muerte rápida y al parecer dulce. Polanco tuvo una agonía dolorosa y prolongada. Polanco tuvo consejeros, amigos, subordinados… Pero un solo socio, Pancho.
Conocí a Polanco y a Pancho en octubre, creo, de 1974, en un almuerzo, en el Eurobuilding madrileño, convocado por José Ortega Spottorno. La reunión había sido organizada por mí: Ortega convocó a 15 editores y yo a cinco amigos, hombres de empresa. Me senté en una esquina. Ortega quiso sentar a su lado a un banquero, invitado por mí, Arturo Fierro. Pero Fierro advirtió que se sentaría con quien le había invitado, y vino a mi lado. Así, entre Fierro y José Lladó, nos mantuvimos en aquella reunión, sin opinar. José Ortega explicó el proyecto, olvidando dos puntos esenciales. El asunto estuvo a punto de perderse. Hasta que Polanco habló para afirmar que él estaría, con otros editores, en aquella aventura. Explicó por qué El País era una idea no de la izquierda intelectual ni de la derecha democrática, sino un proyecto de modernización e internacionalización de España. Salvó la reunión.
Una tarde, en el despacho de José María Areilza, plaza de la Lealtad, frente al obelisco, charlábamos Polanco, Pancho y yo. Areilza despachaba con un ministro alemán recién aterrizado, que había de partir hacia Barajas tan pronto terminara su conversación. Eran años en que se trabajaba deprisa en los escenarios que pudieran darse a la muerte de Franco. El general llevaba años sólo interesado por su nieta mayor y, más aún, por el papel que en la liga hiciera el Real Madrid. Su relación con los españoles era, dígase lo que se quiera, más y más distante. Sólo tenía una cosa clara, aislamiento a toda prueba, guerra a la contaminación exterior. Bien, pues aquella tarde, Polanco y Pancho me descubrieron algunos trucos para pactar con políticos y empresarios de América Latina. Era necesario vender, en cada país, México, Brasil, Chile, Perú, Colombia, veintitantas ediciones de libros de texto. Entérate bien, me decía Pancho, hace falta, ante todo, un buen sastre y un buen camisero. A Polanco le gustaba escuchar a Pérez González. Al llegar al hotel, seguía, hay que saber saludar al conserje, sea en Bogotá o en Lima: saludarle sin sorprenderle, deslizar en su mano un billete. En veinte años no he encontrado a nadie que devuelva el óbolo (cuando Pancho pronunciaba la palabra óbolo, Polanco reía en voz baja). Hay que pedir un cuarto de chófer y un segundo cuarto. Luego se devuelve el cuarto caro y uno duerme en el del chófer, a precio muy inferior… Pancho terminó con una oferta de trabajo al firmante de estas líneas, no aceptada, quizá con error. El País saldría a la calle unos meses después; y años más tarde la revista Política Exterior .
Educación y Formación
Lo que importa aclarar es esto: gracias al esfuerzo de editores como Jesús Polanco o Pancho Pérez, la puerta se abrió después para grandes empresas españolas. Se consiguió una doble e invaluable ventaja, con la lengua como ayuda y algunos años de ventaja a favor. En no pequeña parte, el posicionamiento actual de aquellas empresas españolas se debe a los editores. Polanco y Pancho no iban ya a habitaciones de chófer. Pero batallaron tenazmente, sin hablar idiomas, con las solas armas de su coraje, su firmeza y su sentido del humor. En su estela, años después, entrarían Telefónica, Santander, Banco de Bilbao, Endesa, Iberdrola… Pero la brecha fue abierta por ellos, por Polanco, Pancho Pérez y muy pocos editores más, pronto defendidos por Belisario Betancur, Fernando Henrique Cardoso, Patricio Aylwin, Oscar Arias… Qué dotes desplegarían para conseguirlo, es algo que ignoramos. Sabemos en cambio que Pancho y Polanco tenían muy pocos recursos económicos. La persuasión y la seducción eran sus armas. Vendían al unísono materiales de primera necesidad: vendían educación y formación. Y esa mercancía acabó por transformar a Latinoamrica.
Los dos, en su inicial estrechez, empezaron por guardar en sobres, cada mes, sus recursos: colegio niños; alquiler; proveedores; sastre y camisero... Pertenecían, todo hay que decirlo, a un país respetado, España, en el que la lejana dictadura importaba menos a aquellas élites colombianas o mexicanas que la marca de un imperio cultural de 300 o 400 años. Ya muerto Polanco, pasamos una tarde con Pancho Pérez y un tercer interlocutor catalán, frente a la bahía de su ciudad. Jesús, dijo, fue un gran editor. Yo, como él, he sido editor. Hombre, saber, lo que se dice saber, algo sabíamos de negocios… No nos dejábamos engañar así como así. Pero éramos editores y sólo editores. Nunca sacamos los pies del plato. Y eso nos salvó.
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