letras
El marsismo de Marsé
Juan Marsé_ Escritor

«Una deuda con Marsé» se titulaba aquella columna que, con motivo de la concesión del Cervantes al cronista oficial del barrio de Guinardó, firmara para ABC un servidor. Entonces, hace un par de años, uno se sinceraba deudor del escritor catalán y, por tanto, justificadamente no marsista. Este tiempo después no es que el acreedor pueda sentir satisfecha esa deuda, pero al menos sí algunas cuotas. Releídas aquellas «Últimas tardes con Teresa», trasegada la medio lisérgica, medio genialoide «Si te dicen que caí», embaulados y consumidos algunos relatos, y amputados y servidos en frío esos «Rabos de lagartija» —para quien suscribe la más interesante de sus obras—, uno puede decir que conoce ya la literatura de Marsé en cierta medida.
Hay quienes afirman que Marsé es escritor de una sola obra, y hay quienes critican que siempre haya escrito la misma. Tienen razón, pero nadie puede negarle a Marsé una voz propia, una rotundidad estilística y un personalismo indudable a la hora de esgrimir una pluma y dar mandobles al papel. Marsé escribe como es: vehemente, bravucón, sin cortapisas, dando pases de pecho al morlaco-lector y soltando derechazos a la mandíbula sin atenerse a normas o a dictados arbitrales. Marsé es un escritor que siempre parece recién llegado de una pelea a muerte con Cassius Clay. Ese aspecto físico de boxeador retirado es el reflejo exacto de sus palabras. Palabras como golpes que van y vienen tratando de esquivar y de esquivarse para no chocar con estruendo; frases que se escorzan y se retuercen, a veces de dolor, a veces de rabia, a veces, simplemente, por pura estética. Un baile sobre la lona del escenario, siempre el mismo, siempre el cuadrilátero irregular de Guinardó, que convoca a una caterva de jóvenes, siempre jóvenes, desarrapados, rebeldes y malhablados, frente a la majestad impertérrita y desfasada de viejos franquistas, de impostados memoristas, de perversos falangistas y de tantos «istas» como al marsista Marsé le gusta atribular en sus novelas.
La concesión del Gabarrón de las Letras a Marsé es la constatación de una vida que desde aquel engaste de sus primeras piezas literarias ha ido aquilatando las formas y los modos a un decir y contar irrenunciablemente marsista. Antes fueron el Biblioteca Breve, el Planeta, el Juan Rulfo, el de la Crítica, el Nacional de Narrativa y el Cervantes que mencionaba al principio. Premios todos ellos que dan cuenta del magisterio de un escritor nacido al calor de unos acontecimientos, los de la posguerra civil, que se pintan y se dibujan al fondo de cada una de sus novelas, de cada uno de sus relatos, de cada palabra escrita, de cada momento de su vida. Este premio es, sin duda, un paso más hacia el marsismo triunfante.
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