artes plásticas
La nota musical de un cinéfilo
Fernando Trueba_ Director de cine

En su Diccionario de Cine, un libro de opiniones sobre películas y directores que hizo Fernando Trueba sin más pretensiones que las de enumerar sus gustos cinematográficos por orden alfabético, afirma en el prólogo que «hay infinitas formas de amar el cine. Todas distintas. Según he leído, parece que existen personas que se revuelcan de placer con Antonioni, otras que alcanzan una especie de éxtasis con Tarkovski y hasta quienes levitan con Kieslowski. Pues bien: están en su derecho. Y lo que es peor: puede que tengan razón. Y lo que aún es más grave: si ellos escriben la historia, así quedará hasta que otro venga y la reescriba. Cosa que, inexorablemente, ocurre siempre».
Y este párrafo dice tanto del director y cinéfilo Fernando Trueba como toda su obra, sea escrita o filmada; pero también sugiere que es un hombre que dice lo que piensa, y especialmente si ello creará controversia, debate. Hay que considerar que Fernando Trueba, además de gran éxito nacional e internacional con su cine, es uno de los personajes que han modelado parte del pensamiento cinéfilo de las últimas décadas, que creó a principio de los años ochenta una de las revistas de cine con mayor aura, «Casablanca», y que ha sido crítico prestigioso en diarios como El País. Es decir, que es una figura poliédrica del cine español, que tiene y no oculta opiniones enérgicas y valientes sobre el cine y el arte en general, y que no ha dudado en exponerlas en cualquiera de sus muchas atalayas, desde la crítica o incluso desde la Academia del Cine que presidió en 1988 durante el sospechoso plazo de cuatro meses.
La influencia de Wilder
Como director de cine, Fernando Trueba ha seguido una línea lo más próxima posible al género de la comedia y de sus cineastas admirados, como Wilder, Lubitsch o Sturges, y que arrancó ya en su primera película, «Ópera prima», y que ha ido desarrollando en algunos de sus títulos posteriores de mayor éxito, como «Sal gorda», «Sé infiel y no mires con quién», «El año de las luces», «La niña de tus ojos», «Two much» o «Belle Époque», con la que conseguiría el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa que le serviría, entre otras cosas, para dedicárselo a su admirado Wilder en aquella célebre comparación con Dios.
Aunque, a pesar de ser el de la comedia su terreno más próximo y propicio, dos de sus títulos que más halagos, reproches y polémicas le han ocasionado están justo en los antípodas de ella, «El sueño del mono loco» y «El embrujo de Shangai», dos adaptaciones de novelas poderosas y oscuras (de Christopher Frank y de Juan Marsé, respectivamente) que le dieron tantos premios en el caso de la primera como quebraderos de cabeza la segunda.
En los últimos años, Fernando Trueba se ha dedicado a explorar en otros caminos, más cercanos al documental y al musical, de donde han salido obras como «Calle 54» o «El milagro de Candeal», y su última incursión cinematográfica la ha realizado junto al artista Xavier Mariscal, con quien ha urdido una película de animación titulada «Chico y Rita», en la que también deja que vuele su obsesión por el jazz.
Y esta fijación por sus temas, dioses y gustos, unida a su curiosidad, su heterodoxia y su capacidad de vuelo, animan a pensar que lo mejor de Fernando Trueba está por ver.
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