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Dandis del siglo XXI

El último juego de la moda plantea interesantes paradojas enter el ideal masculino y la estética femenina

ISABEL GUTIÉRREZ

Ermenegildo Zegna, Gildo para los suyos, tenía 18 años cuando abrió las puertas de una fábrica de lana (Lanifico) en un pueblo llamado Trivero, en los Alpes italianos. Fue, hace ahora un siglo, un gesto verdaderamente audaz; incluso, algunos dirían que temerario: plantar cara a la todopoderosa industria textil de Inglaterra con la elaboración de tejidos de primera calidad con lana procedente de Australia, Sudáfrica y Mongolia. La historia de los Zegna merece un novelón, pero quedémonos con uno de entre los múltiples aciertos de esta gran familia: su contribución a la aparición y consolidación del traje de dos piezas, el que ha sido el uniforme masculino para todo, de la oficina al velatorio.

Hoy, cuando poco hay tan uniforme como lucir un tremendo tatuaje, cuando a nadie le asusta recibir el pésame de un tipo con chancletas, se discute si aún existen auténticos elegantes más allá de una selecta minoría.

En «Sartor resartus», un ensayo publicado por entregas en «Frazer’s Magazine» entre 1833 y 1834, Thomas Carlyle desveló su talento como cronista de moda al elaborar un brillante discurso sobre la indumentaria a través de la contemplación y el análisis de la sociedad de los dandis: una notable secta que hacía de un simple botón o de una corbata anudada con acierto un tratado de sabiduría. «Un dandi es un hombre cuyo oficio y existencia consisten en vestirse. Cada facultad de su alma, espíritu, bolsa o persona se consagran heroicamente a un solo objetivo: vestir correcta y acertadamente; así como los demás se visten para vivir, él vive para vestirse». Entonces, y en este tiempo, ¿tan dandi es quien luce el clásico pocket square(sí, el pañuelo en el bolsillo ya no es de viejos y hasta Guardiola se atreve con él) como quien combina las sandalias con una chaqueta cruzada, tal y como hacen los chicos de Kenzo? Y entre encargar un exclusivo traje a medida a Patric Hollington (www.hollington.fr) o sucumbir, por orden de Gucci, a la capucha y las presillas de una trenca de corte escolar, ¿qué resulta más refinado?

George Brumell, el pionero

El concepto de moda, tal y como hoy lo entendemos, no surgió del delirante y opulento guardarropa de María Antonieta en vísperas de la Revolución Francesa. Luis XIV puso la semilla con el boato con que arropó a su corte de Versalles pero fue el capitán George Brumell (1778-1840) el primero que personific, en los salones de Londres, esa pasión por el vestir a la manera romántica. En un librito encantador titulado «La moda moderna. Génesis de un arte nuevo (Siruela), la profesora Lourdes Cerrillo Rubio evoca al personaje a través de sus altísimas botas de cuero, de su levita entallada, de su sombrero de copa... Puro encanto del country houseinglés. La nobleza de Brumell fue bandera para genios de la pose y de las letras: el propio Carlyle, Lord Byron, Balzac (ahí está su «Tratado de la vida elegante»), Baudelaire, Oscar Wilde... La lista es larga, pero seguimos con la duda: ¿quién defiende el dandismo en pleno siglo XXI más allá (o a pesar) de la alta sociedad?

Ellas llevan los pantalones

La cronista Suzy Menkesha señalado una nueva forma de feminismo en la actual temporada otoño-invierno: las mujeres son quienes mejor llevan los pantalones. Puede que no sea para tanto, pero la tendencia va más allá de la más reciente y efímera jugarreta de la moda. El traje masculino de dos piezas y la sastrería dictan el nuevo ideal femenino.

En el pasado, otros y otras ya obraron el milagro de vestir a las damas a la manera de los caballeros y resultar tremendamente sexy. Coco Chanel marcó la regla a la que se apuntaron Marlene Dietrich y Katharine Hepburn; gracias a ellas, las señoras de los años 30 metieron sus empolvadas narices en los guardarropas de sus esposos para sentirse poderosas. Pero lo mejor estaba por llegar: el esmoquin de Yves Saint Laurent como sustitución del clásico vestido de noche en los 60, la varonil silueta que en los 70 trazó la casa Halston y que tan bien interpretó Lauren Hutton, la sobriedad de Armani a lo largo de los 80, el minimalismo de Jil Sander o de Helmut Lang en los 90...

Ahora, a este empeño de invertir los papeles masculinos y femeninos se han sumado Chloè, Bottega Venetta, Givenchi, Altuzarra, Alexander Wang... Y, en especial, Jean Paul Gaultier, pues en su despedida de Hermés ha sublimado el dandismo en una colección espléndida y poderosa. Levitas de piel, sastres de impecable factura, chalecos a la manera de nuestros abuelos, corbatas y pajaritas que cierran cuellos almidonados y un divertido discurrir de chisteras, bombines, paraguas que hacen las veces de bastones... ¿Hay algo más dandi que todo esto?

Sí, si es que seguimos la corriente de las elegantes: encargar un tres cuartos jaspeado a Bella Freud (hija de Lucien Freud); tallarse en Atelier Colpani (www.colpani.com) o en cualquier sastrería de Savile Row, en el londinense distrito de Mayfair; seguir los consejos de Stella MacCartney y conservar una americana de calidad, aunque languidezca durante décadas en el armario; seguir la estética de Paul Smith (en la más reciente London Fashion Week ha recreado a las nuevas heroínas de oficina) o hacer caso a Hanna MacGibbon (Chloè) cuando asegura que el traje sastre acabará sustituyendo al vestido tipo cóctel. Y es que, tras salir del trabajo, ¿quién tiene tiempo de pasar por casa a cambiarse de modelo antes de tomar una copa?

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