Hendrix, aquella guitarra en llamas
Hoy se cumplen cuarenta años de la muerte del guitarrista más rompedor del rock and roll. Janis Joplin le acompañó dos semanas después
Ardían bajo el napalm americano las junglas vietnamitas y ardía (31 de marzo de 1967, en el Finsbury Astoria londinense) la Fender Stratocaster de un tipo llamado Jimi Hendrix, medio indio cherokee, medio negro, zocato de nacimiento, incendiario guitarrista casi desde la cuna. Aquella guitarra no sería la última en ser pasto de las llamas, porque Jimi le cogió el gustillo a meterle fuego a sus cacharros. Nada extraño en quien durante su corta pero intensísima vida, 27 años, vivió amancebado con su instrumento. Una relación tormentosa y turbulenta que además de tirar de mechero, incluía tocamientos con los dientes y batacazos contra los amplis. Una pasión desbordada entre hombre y máquina, un delirio de dedos y cuerdas, púas, riffs, decibelios, distorsiones... que dio a luz al guitarrista más descomunal de la historia del rock and roll.
Una pasión temprana también, pues su primera guitarra se la regaló su padre cuando el chaval tenía 11 añetes, allá por el 53. Luego, le largaron del instituto (cuentan las crónicas que se acercaba demasiado a alguna niña blanca), y acabó en el ejército, de paracaidista. Se fracturó el tobillo y allí acabó la historia militar del héroe del festival más pacifista que ha visto el planeta, Woodstock, agosto del 69, cuando Jimi descoyuntó con su instrumento el «Barras y estrellas». Antes, se curtió en cientos de bolos y fue guitarrista a sueldo (ya saben, por unos pavos y «toda la cerveza que te puedas beber, chico») al lado de Wilson Pickett, Little Richard, James Brown... hasta estuvo a punto de enrolarse en los Stones.
Trinitrotolueno rockero
En el verano del 66, conoce a Chas Chandler, bajista de los Animals, que se lo lleva a Londres, está a punto de nacer la Jimi Hendrix Experience, una maquinaria que fue como un tsunami en la música pop de entonces, auténtico trinitrotolueno rockero. Tiempos de innovación, de buscar nuevos caminos por las buenas del talento o por las malas de extraños y alucinados viajes. En el estudio, Jimi se forja una fama de perfeccionista alucinado. La guitarra de Hendrix es el alambique de un alquimista: ninguna guitarra después de él podrá sonar igual. Han pasado cuarenta años, pero la música del rockero chamán es todavía rabia, ira, provocación, venganza, cólera... su guitarra olía como los molotov del Mayo del 68.
Septiembre del 70. Atormentado por el potro de su propio talento, de su genialidad, de la lava que le quemaba las entrañas y la fender se inmoló en la hoguera de su propio futuro. Hace cuarenta años, el fuego de una tormenta de barbitúricos y alcohol se lo llevó por delante, calcinado en su propio vómito.
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