Cuando Blanco perdió las gafas
José Blanco se ha operado de cataratas y ahora puede prescindir de las gafas. Último paso en el paulatino atildamiento de su imagen

José Blanco, Pepe Blanco, ha cambiado de imagen. Dicen. José Blanco, al que nadie nunca llamó Pepiño en su entorno ni en Galicia –donde era conocido por «Blanquito»-, pero al que los madrileños que le quieren hacer de menos llaman así, está en el candelero, está en los programas de radio y televisión, está en los titulares, y su operación de cataratas ha sido la excusa para abrir la caja de las especulaciones sobre su interés en ser «el sucesor». Que cuenta con una buena cabeza no lo dudan ni sus detractores, así que estos andan ahora a vueltas con que Blanco ha empezado a tomar medidas para demostrar que, además, puede contar con una presencia física nada desdeñable.
Todo ha sido por una operación de cataratas en Oviedo, en el Instituto Oftalmológico de la familia Fernández Vega. En alguna nota informativa se afirmaba que Luis Fernández Vega es el oftalmólogo de la jet. Evidentemente, el comentarista no pisó nunca la clínica de «los Vega», como se les conoce en Oviedo y en el gremio. Por allí han pasado pacientes muy ilustres, es cierto, pero una hora en la sala de espera da para intercambiar confidencias y peripecias con pacientes de toda clase y condición, muchos de ellos llegados a Oviedo en el «alsa» desde pueblos cercanos o lejanos porque confían ciegamente en los Vega y saben que no tienen que preocuparse excesivamente por cómo pagar la factura.
José Blanco acudió a los Vega, como tantos otros, para hacerse ver. Sabía que era miope y astigmático y que cada vez leía peor, pero no sospechaba que las cataratas empezaban a hacer de las suyas. Luis Vega le propuso, como a todos los que presentan el mismo cuadro, un paso breve por el quirófano para poner punto final a las cataratas y colocarle unas lentes intraoculares. Y Blanco no lo pensó dos veces. Dos visitas al quirófano, cada una de ellas para intervenir uno de los ojos con anestesia local, y a casa. En pocas semanas, cuando cicatricen las Cuando Blanco perdió las gafas heridas y el ojo se adapte definitivamente a la lente, verá con toda nitidez.
Blanco salió de la clínica con gafas negras y, cuando pudo prescindir de ellas sin que le deslumbrara la luz, cambió su vida. Ese sí que fue un cambio: colores brillantes, luminosidad, posibilidad de ver las hojas de los árboles sin necesidad de gafas. Poco a poco olvidará el primer gesto del miope al despertar: alargar la mano hacia la mesilla para coger las gafas.
No, pero sí
¿La operación de cataratas indica que el ministro pretende cambiar de imagen? No, pero sí. No, porque incluso ha dicho que si él mismo se encuentra raro sin gafas no va a dudar en encargar unas aunque los cristales sean de pega, transparentes, limpios de polvo, paja y dioptrías. Pero es un hecho evidente que en los dos últimos años el ministro de Fomento presenta un aspecto distinto a los anteriores.
Tiene su lógica, y él mismo lo reconoce: ser ministro tiene una carga institucional con una serie de obligaciones, entre ellas representar dignamente al gobierno, a España. Su aspecto siempre ha sido pulcro, pero ahora a veces es atildado. Un corte de pelo más cuidado, trajes bien cortados que indican que un buen sastre ha entrado en la vida del ministro, y cierta atención a la pronunciación.
Blanco, como muchos gallegos, tiende a obviar que la «c» es una letra que debe pronunciarse cuando antecede a otra consonante, y en ese defecto se han cebado sus imitadores. Como también tiende a «comerse» la preposición «a» entre dos verbos, voy a hacer, voy a coger. Está ahora más pendiente que antes de no caer en ese fallo, pero no se trata de hacer un esfuerzo de atención y rigor para potenciar su persona, sino que el ministro de Fomento no quiere que, a través de sus errores lingüísticos se entre a saco en la crítica a la forma de actuar o hablar de los gallegos. En la mayoría de las regiones se cometen de forma habitual incorrecciones gramaticales o de pronunciación, pero José Blanco es consciente de que consus defectos se ha intentado ridiculizar a los gallegos. Y extrema ahora su lenguaje al igual que cuida más su ropa.
¿Guardarropa nuevo? Más que nuevo, guardarropa distinto. Disfruta, como ha hecho siempre, con vaqueros y una camisa cómoda, vestimenta con la que aparecía frecuentemente en su despacho de Ferraz cuando solo era secretario de organización del PSOE y no tenía visitas ajenas a la casa ni un programa institucional que cumplir. Ahora apenas se puede permitir ese lujo, el traje se ha convertido en su prenda de trabajo. Haampliado su vestuario. Y hayun sastre en su vida, uno de Galicia. Que igual arregla, que corta y prueba un traje nuevo. Es gallego porque Blanco lo es, porque la moda gallega cuenta conmagníficos sastresymodistos… y porque el hombre que se ha ocupado de poner al día su fondo de armario no solo es un buen profesional sino que sus precios no resisten la comparación con Madrid: son infinitamente más bajos.
Peina más canas, puede permitirse el lujo de aparecer sin gafas, elige con cuidado sus corbatas y lleva con soltura chaquetas que le sientan como un guante. Si eso significa que aspira a más que a ministro de Fomento, solo él lo sabe.
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