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MUNDIAL DE BALONCESTO

España regresa a la realidad

Desempolva su arsenal para recuperar una imagen solvente ante Nueva Zelanda (101-84)

AP

J. M. CORTIZAS

En el interminable paseo marítimo de Esmirna, el sol pega de lleno. Los chicos combaten los cuarenta grados y las consecuencias de la humedad con baños desde un muelle bajo el que el agua dibuja un color indescifrable, en absoluto traducible por una invitación a la zambullida. Cerca de ellos, la pesca se convierte en poco menos que un deporte-actividad nacional. Unos cangrejillos de cebo y las capturas parecen cortadas a troquel. Pequeños sargos que animarán la mesa de familias necesitadas. Esos pececillos emulan lo que España va recogiendo de su aún incipiente paso mundialista. Anotaciones a pie de página de un equipo cargado de razones para ser optimista y ambicioso, pero de momento sólo hilvanado a falta de que la máquina remate cada puntada. Capturas que animan un cestaño, pero no lo llenan.

Superada la decepción de una inauguración accidentada, que permitió a Francia cortar la cinta cuando las tijeras las tenían preparadas los de Scariolo, ayer los campeones del mundo retornaron a la realidad. No podía ser de otro modo, pero siempre queda la mosca tras la oreja. Hubiera sido una hecatombe siquiera el atisbo de una nueva muesca en la carrocería provocada por la voluntariosa y poco más selección neozelandesa.

No tardó la Roja en sentar las bases del juego. Sacó el tablero, lanzó los dados y sus fichas corrían el doble que las de los Tall Blacks. A los cinco minutos ya habían anotado todos los jugadores españoles en liza, mientras que Nueva Zelanda, como se esperaba, se encomendaba a Penney, que sellaba más de la mitad (11 de 19) de los puntos de su equipo. Hasta entonces, todo correcto. Garbajosa permutó con Reyes en la titularidad en el puesto de cuatro y acabaría por darle sentido a un choque en el que más adelante se notaron sus galones, lo que por añorada siempre es una excelente noticia.

Fluidez en ataque

Con la segunda unidad activada por Scariolo, Nueva Zelanda creyó ver un hilo de luz, una tímida esperanza de poner en dificultades a un equipo superior en todas las facetas. Lo intentaron los «kiwis» y por momentos sacaron petróleo de los tres primeros mandamientos del basket, que se concentran en cerrar líneas y ayudarse como hermanos en defensa y lanzar con confianza. Además, encontraron en Abercrombie a un complemento perfecto para Penney. Redujeron su desventaja al descanso a un par de canastas de dos, pero ya habían escrito su epitafio. Claro que no lo sabían.

Scariolo alentó a su avanzadilla. Pidió fluidez, velocidad de manos en el pase, sentido común y espíritu de equipo. Debió tocar la tecla exacta porque eso es lo que ofreció España en la segunda parte. Sin brillantez al principio, aunque con brillos muy agradecidos cada vez que buscaron el pase por encima del aro.

Así, la lógica imperó. Cuando el balón circula y llega a donde debe, la calidad se encarga del resto. Garbajosa lo testó. Sin fallo desde la línea de tres (aún la antigua de 6’25), como Rudy. El balear, además, aportó una hiperactividad bajo los aros con la que se redimió de su pecado venial frente a Francia en forma de técnica prescindible. Doce rebotes que brillaron junto a las 11 asistencias de Ricky Rubio. Y claro, cuando la nave va, Navarro siempre aparece en el puente de mando. Ocho puntos (dos triples más una bomba). Un parcial en 180 segundos de 13-2 enfiló a Nueva Zelanda al precipicio.

El resto fue un bonito fin de fiesta, un ejercicio de intenciones. El día que Michael Jackson hubiera cumplido 52 años, su ritmo, su famoso paso lunar de baile, fue emulado en la pista por España, una selección que ha vuelto. ¿Qué dónde estaba? Despistada. Sin más.

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