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La incierta guerra de Afganistán

El secretario de Defensa, Robert Gates, advierte de que la retirada a iniciar en 2011 «será muy limitada», y la opinión pública se pregunta si Estados Unidos puede ganar un conflicto que dura ya nueve años y ha costado 1.200 muertos

PEDRO RODRÍGUEZ

Si algo ha conseguido el diluvio digital de documentos militares propagado por la organización Wikileaks es fomentar en Estados Unidos y Europa el debate sobre la viabilidad de la guerra de Afganistán tras nueve años de combates y los redoblados esfuerzos de Obama, que desde su llegada a la Casa Blanca ha triplicado el número de soldados americanos en la llamada «guerra necesaria» para evitar otro 11-S. Con un balance hasta la fecha de 1.200 militares del Pentágono muertos en el frente y unos costes que superan los 300.000 millones de dólares, EE.UU. y sus aliados se enfrentan a un enemigo que tiene la iniciativa. Su resistencia se ha cobrado las vidas de 66 militares norteamericanos este julio, el mes más letal desde la invasión ordenada por Bush.

Los deseos y la realidad

Las filtraciones de Wikileaks dejan claro que el conflicto avanza mucho peor que la versión oficial manejada por la Administración Obama. Esta desconfianza se ha visto amplificada esta semana en el Congreso durante el debate de un presupuesto adicional de 37.000 millones de dólares para financiar operaciones militares en Afganistán e Irak. Aunque la Casa Blanca ha conseguido esos fondos, con un mayoritario respaldo de la oposición republicana, los reproches se han multiplicado sobre el uso de una deliberada confusión por parte del Gobierno federal.[/10TEXTO] Mientras el Pentágono habla de «progreso lento pero seguro», los últimos informes presentados ante el Consejo de Seguridad de la ONU insisten en un preocupante retroceso en la seguridad. Según la OTAN, de los 82 distritos afganos considerados como claves, entre un tercio y la mitad son controlados por los talibanes. Se estima en 30.000 combatientes irregulares los desplegados más allá de las zonas tradicionales de los talibanes en el sur y este.

Guerra de guerrillas

En su conjunto, los documentos diseminados por internet presentan una insurgencia en Afganistán «resistente y astuta», que intenta poner en jaque a las fuerzas aliadas a través de una guerra de guerrillas que acentúa el desgaste. Desde la primavera, los talibanes están demostrando que pueden eligir cuándo, cómo y dónde luchar, usando técnicas de sabotaje, engaño y acoso con bombas-trampa. Además de someter a las poblaciones bajo su influencia.

El doble juego de Pakistán

A pesar del compromiso del gobierno de Islamabad para colaborar con Washington en la guerra contra el terror, incentivado con un presupuesto de ayuda por valor de 7.500 millones de dólares, el servicio de inteligencia militar de Pakistán (ISI o Inter-Services Intelligence) sigue permitiendo que los talibanes se refugien y organicen dentro de su territorio. Con múltiples ejemplos de agentes y altos cargos del espionaje paquistaní en conexión directa con líderes talibanes y jefes de Al Qaida.

El gobierno de Kabul

La corrupción galopante y las elusivas lealtades del Gobierno de Kabul siguen siendo un factor de debilidad en los esfuerzos para avanzar en el frente afgano. Con reiteradas dudas sobre la viabilidad de transferir mayores responsabilidades a las fuerzas de seguridad locales de Afganistán. Proceso dificultado entre otras cuestiones por la incapacidad demostrada por los aliados de la OTAN a la hora de facilitar especialistas para entrenar a las fuerzas afganas.

Ofensivas cuestionadas

Bajo la nueva estrategia de la Administración, el Pentágono ha planteado dos grandes ofensivas en Afganistán, concentradas en torno a las zonas de Kandahar y Marja, para arrebatar a los talibanes sus principales centros de influencia. Sin embargo, los resultados buscados con esas operaciones no se han materializado. Tras la conquista de Marja en febrero, organizar un sistema de gobierno civil ha resultado una misión imposible. Mientras que en Kandahar, tras una serie de incursiones con operaciones especiales e intensos combates, los responsables militares de Estados Unidos han optado con aplazar la segunda fase de la ofensiva contra la cuna de los talibanes.

Perspectivas de retirada

La Administración Obama aspira a iniciar una retirada de tropas para julio de 2011. No obstante, el secretario de Defensa, Robert Gates, echó ayer un jarro de agua fría sobre la opinión pública al advertir de que esa retirada «será muy limitada». Para contrarrestar su efecto negativo, el presidente Obama precisó que, en cualquier caso, «Afganistán ya no volverá a ser un santuario del terrorismo».

Sin final negociado

Si el objetivo del Pentágono es aumentar la presión militar para fomentar una eventual solución negociada, el mes pasado, el director de la CIA, Leon Panetta, apuntó una idea descorazonadora: «No hemos visto evidencia alguna de que los talibanes estén realmente interesados en la reconciliación, en entregar las armas, denunciar a Al Qaida e integrarse en la sociedad. No hemos visto evidencia alguna de eso y francamente, mi punto de vista es negativo».

En diciembre, decisiones

El general David Petraeus, nuevo comandante de EE.UU. y de las tropas de la OTAN en Afganistán, ya ha avisado de que el plazo de retirada fijado para el verano que viene dependerá de las condiciones sobre el terreno. Durante el próximo diciembre, la Administración Obama planea un profundo análisis antes de tomar nuevas decisiones sobre su contingente de 100.000 soldados en el frente afgano. Pero los mandos militares americanos han dejando ya saber que cinco meses no es tiempo suficiente para demostrar el buen funcionamiento de la estrategia actual.

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