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Galicia: «Carallo, qué vacaciones»

Recorremos la zona de las Rías Altas gallegas, desde Ferrol hasta Cedeira

Galicia: «Carallo, qué vacaciones» T. R.

GUILLERMO D. OLMO

Decía mi anfitrión que de todas las rías gallegas, la de Ferrol es la peor. No me lo dijo hasta que no llevaba yo ya varios días embelesado por lo hermoso de la tierra y, sobre todo, con lo delicioso de sus viandas. Cuando me contó que aquel paraje era superado con mucho por otros de Galicia, me sorprendí, pero no se me quitó la sonrisa esa de pánfilo que se les pone a todos los turistas cuando lo están pasando bien. Y es que yo lo estaba pasando muy bien.

Primero porque cuando llegué a aquel pazo en Neda, un pueblecito tan pegado a Ferrol que se confunde con él, comprobé que hay climas diferentes y mucho más cordiales que el de la jaula de asfalto mesetario en la que habitualmente consumo mi existencia. Abrir la puerta del coche y recibir el beso tibio del viento galaico fue el primero de los buenos presagios de mis plácidas vacaciones. Presagios venturosos que se confirmaron cuando tomé posesión de mi habitación en el Pazo da Merced, un hotel de esos que llaman rural en el que uno se olvida de que es un hotel para sentirse verdaderamente como en casa. Especialmente recomendables sus atardeceres al pie de la ría ferrolana. Esos sí que son saludables baños de sol. Y es que el sol cuando es agradable es cuando templa y no cuando torra, como en Galicia.

Noche pendenciera

De Ferrol la gente que no es de allí normalmente sabe que es un sitio donde se construyen barcos y donde nació hace ya mucho tiempo un tal Francisco Franco. Yo en este viaje descubrí además que la noche ferrolana tiene ese toque canalla y apocalíptico, o sea divertido, que me gusta a mí en la noche. Bien templados por un par de generosas vasijas de ribeiro, y habiendo cenado como se cena en Galicia, a base de pulpo, zamburiñas, berberechos y demás delicias del mar, mis acompañantes y yo nos lanzamos a Ferrol la nuit. Como en todos los lugares de tradición marinera, en Ferrol los noctámbulos hacen gala del buen ánimo pendenciero de las gentes de costa. Pero también yo, que eso de las pendencias me va lo justo, encontré mi hueco y mi resquicio para pasar un buen rato. No recuedo muy bien dónde, pero eso importa poco.

Lo que sí recuerdo es que la resaca cuando uno amanece entre piedras centenarias, árboles de altas copas y una suave brisa matutina los menea, es mucho más llevadera que entre claxonazos, ruidos de piquetas y un calor asfixiante.

Para enmarcar, Cedeira, uno de los pueblos más pintorescos de las Rías Altas

El día después de la jarana lo pasamos en la playa de Doniños, un lugar inmejorable para yacer, quemándose, pero menos que en otros lares, y dormitar escuchando el bravo romper de las olas atlánticas. Bañarse, si uno es valiente es factible y puede que hasta placentero, pero como, la verdad, no destaco por audaz, yo me conformé con una siesta aferrado al dedo de un pie de una sirena que había por allí varada. Sí, lo sé. Las sirenas no tienen pies, pero es que en Galicia todo es posible. Por eso tenéis que ir. Habiendo conocido la noche ferrolana, decidimos aventurarnos en la de otros pueblos de la zona. Para enmarcar, Cedeira, una recoleta localidad surcada por el Condomiñas, un río que, igual que su nombre, susurra al visitante. En torno a él se concentran un montón de simpáticos bares. Una copa en cualquiera de ellos es un buen plan, aunque, a mi juicio, lo mejor de esta tierras, lo impagable, son sus paisajes, de los que Cedeira y sus alrededores son conspicuo ejemplo. Contemplándolos, hasta una carretera con curvas, como la que conduce de Neda a Cedeira, puede convertirse en un tránsito glorioso. Como gloriosa fue la excursión a Santiago con la que pusimos el colofón a nuestras vacaciones exprés. Allí entre peregrinos curtidos por el viaje y turistas cebados por el consumo, a los pies de la catedral, nos percatamos de nuestra insignificancia. Y así, insignificantes pero satisfechos tras haber devorado un chuletón de buey todavía sanguinolento, emprendimos el viaje de regreso a una ciudad ardiente y habitada por otros muchos insignificantes satisfechos.

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