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ABC Cultural

50 años de «psicosis»

La parada de los monstruos

La silueta de Norman Bates junto al caserón es uno de los iconos del siglo XX y amenaza con viajar lejos en el tiempo, igual que los rostros de otros criminales, reales o de ficción, que pueblan nuestras pesadillas.

miguel ángel barroso

Cyetano Santos Godino, más conocido como Petiso Orejudo, se descolgó un buen día con estas declaraciones: «Muchas mañanas, después de los rezongos de mi padre y de mis hermanos, salía de casa para buscar trabajo. Como no lo encontraba, me entraban ganas de matar a alguien; si encontraba a algún chico me lo llevaba y lo estrangulaba».

En 1927 se le realizó cirugía estética en las «orejas aladas», pues se pensaba que su maldad residía allí; hay quien sostiene que después de la operación le volvieron a crecer. Murió en 1944 por una paliza cortesía de otros internos. Mató a cuatro niños y protagonizó siete intentos frustrados de asesinato.

Era uno de los inquilinos ilustres del penal de Ushuaia, en Tierra del Fuego, donde expiaron sus pecados tipos tan poco recomendables como Roque Sacomano, que asesinó a una telefonista al confundirla con una prostituta, o Simón Radowitzky, un anarquista de origen ruso que mató a un comisario arrojando una bomba dentro de su coche.

El presidio fue clausurado tres años después de la muerte de Petiso Orejudo y hoy es un museo de los horrores a las puertas del paraíso. «¿Sabe qué aspecto tiene con ese bolso bueno y esos zapatos baratos? Tiene aspecto de hortera apañada y con cierto gusto.

La buena alimentación le ha proporcionado una constitución fuerte, pero sólo una generación la separa del hambre, ¿no es cierto, agente Starling? Y ese cutis que quisiera disimular es el típico cutis de una campesina. ¿A qué se dedica su padre? ¿Es minero de carbón, apesta a lámpara de carburo? Sé que era usted una presa fácil para los chicos, se dejaba sobar en los asientos traseros de los coches, soñando sólo con escapar de allí, con ir adonde fuera... y así fue como llegó hasta el FBI».

Con esta parrafada -y el careto entre iluminado y lascivo que la acompaña- Anthony Hopkins gana el Oscar metiéndose en la piel de Hannibal Lecter. No necesita mucho más. Clarice Starling (Jodie Foster) trata de enfrentarlo a su propia monstruosidad, pero Lecter amartilla el discurso: «Uno del censo intentó hacerme una encuesta. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti».

Un tipo en apariencia inofensivo

Petiso Orejudo es un personaje histórico, aunque pudo ser un villano de cuento para asustar a los niños argentinos y hacer una carrera parecida a la del hombre del saco en España. El doctor Hannibal Lecter nació de la mente del novelista Thomas Harris y saltó a la fama con la adaptación cinematográfica de «El silencio de los corderos», pero bien pudo ser un asesino existente. En el caso de los psicópatas, realidad y ficción se echan un pulso interesante, y no se adivina un vencedor claro. Más bien influencias.

Se cumplen ahora 50 años de la irrupción de uno de los criminales más célebres de la historia: Norman Bates, a quien dio vida Anthony Perkins en «Psicosis», una de las películas inmortales de Alfred Hitchcock. Basada en la novela homónima de Robert Bloch, el autor se inspiró a su vez en el asesino en serie Ed Gein, de Wisconsin, tipo en apariencia inofensivo que se dedicaba a secuestrar y matar mujeres y profanar tumbas. Su madre -como la de Bates- era una señora dominante y represiva que velaba por la pureza moral de su vástago.

¿Cómo identificar al monstruo? Gein era el típico mosquita muerta, tímido y callado, que se sentaba en un rincón del bar mirando arrobado a la dueña del establecimiento. Cuando la mujer desapareció misteriosamente, un vecino le comentó que había perdido su oportunidad de declararse, y que de haberlo hecho ella estaría en su granja cocinando en vez de Dios sabe dónde. «Pero si está en la granja», contestó Gein. Su interlocutor no le hizo caso. Vaya tío raro. Pero la chica sí estaba allí. Abierta en canal.

La mayoría de estos individuos ha tenido conflictos no resueltos en su infancia (falta de amor maternal, o un apego obsesivo; episodios de maltrato; paso por un internado, etcétera). A veces sufren complejo de inferioridad y expresan su odio y su humillación hacia sus semejantes, sobre todo hacia las mujeres. No toleran la frustración y actúan de forma impulsiva. El psicótico pierde el contacto con la realidad. El antisocial sabe lo que hace, pero no controla sus impulsos. En una riña sin importancia, saca el cuchillo o la pistola. No tiene capacidad para experimentar culpa. Es frío. Odia la sociedad, porque la considera el origen de sus males. Hay especialistas que defienden la teoría de la socialización para explicar el origen de la malicia. Otros trabajan sobre una base biológica: el bajo rendimiento de las estructuras cerebrales relacionadas con la emoción.

La idea del cromosoma del crimen, el XYY, aparece con cierta frecuencia en la bibliografía, aunque los expertos coinciden en que es arriesgado hablar de simple determinismo sin que la hostilidad y rencor enciendan la mecha. Se manejan, asimismo, varias «clasificaciones». Una de ellas divide a estos criminales en misioneros (se creen llamados a librar la Tierra de gente «indeseable», como homosexuales y mendigos), controladores (buscan el dominio de su víctima hasta el límite) y lujuriosos (matan para satisfacer deseos sexuales). Atendiendo a su movilidad pueden ser sedentarios o itinerantes.

El FBI, en cambio, no se fija tanto en los móviles o los lugares, sino en el «modus operandi», y los tipifica en desorganizados y metódicos. Los segundos son psicópatas de manual: distinguen entre el bien y el mal, pero un trastorno de la personalidad les impide empatizar con las víctimas. Ni compasión ni remordimientos. «Todos estamos un poco locos a veces», dice Norman Bates a Marion Crane (Janet Leigh). Y la chica le responde: «Sólo una vez puede ser suficiente».

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