Series TV
Como en las mejores familias
«The Good Wife » une tres de los temas más habituales en la televisión estadounidense: política, abogacía y padres e hijos. La mezcla sirve para retratar los cambios de una sociedad caótica

La tensión erótica (en el doble sentido: sexual y amoroso) arquea la columna vertebral de las series de televisión. Siguiendo el principio del suspense, es decir, la dilatación temporal, la consecución del objeto de deseo se demora capítulo tras capítulo y a ese ritmo crecen las ganas y a veces también el amor. Durante su primera temporada de existencia, The Good Wife (CBS) ha llevado al extremo ese recurso.
La estructura narrativa es circular: la primera escena del primer capítulo y la última del capítulo final se espejean mutuamente. Ambos momentos reconstruyen un lugar común de la puesta en escena de la política de nuestros días. La declaración ante los medios de comunicación en que el político aparece en compañía de su pareja. Metáfora codificada y en progresivo descrédito del apoyo moral. Mientras Peter Florrick, exprocurador general del estado, mantiene en ambas ruedas de prensa la misma sonrisa, aunque se trate de comunicar dos mensajes opuestos (primero, tras ser vapuleado mediáticamente por las relaciones que ha mantenido con prostitutas, proclama su inocencia; al final, anuncia que se presenta a las siguientes elecciones), Alicia Florrick, su esposa, lo apoya públicamente con su cuerpo, pero lo cuestiona a ojos del televidente con su mirada. Mientras que para Peter
la teleserie decide humanizar la figura del juez hasta el extremo de convertirlo en un sujeto con filias y fobias, humores y manías
Florrick poco o nada ha cambiado durante esos veintitrés episodios, para Alicia Florrick ha cambiado todo, porque después de mucho flirteo ha decidido ser la amante de Will Gardner, su jefe en el bufete de abogados en que trabaja. La tensión sexual nunca resuelta viene de los años en que Will y Alicia estudiaron derecho en Georgetown. Unos quince años más tarde, el cambio de estatus socio-económico que ha supuesto la encarcelación de su marido la ha obligado a buscar trabajo, ha desempolvado el título y ha entrado en la firma de su antiguo amigo.
Como Julia (de Nip/Tuck ), que cuando sus hijos son adolescentes decide volver a estudiar, o Ruth (de A dos metros bajo tierra ), que tras la muerte de su marido se ve obligada a reconstruir su feminidad con nuevos trabajos y nuevas parejas, Alicia va a encontrar la vía de fuga a la decepción que le ha causado el adulterio de su marido en su trabajo como abogada. Si en casa están sus dos hijos, su suegra y su marido cuando sale en libertad condicional (a menudo rodeado de sus asesores de imagen), esto es, un hogar tradicional aunque en crisis, en el ámbito laboral, junto con el soltero Will, sólo encontramos personajes sin familia. La investigadora Kalinda Sharma tiene dudas sobre su orientación sexual. El joven abogado Cary Agos intenta seducir a cualquiera que se cruce en su camino. Y la socia de Will, Diane Lockhart, no sólo es una solterona (o una divorciada) demócrata, sino que protagoniza una de las historias más interesantes de la teleficción cuando se enamora de un experto en balística republicano.
Desorden implícito
El mundo del trabajo, por tanto, es el del desorden sentimental explícito; mientras que el mundo de la familia es el de un desorden sentimental implícito. El hijo de los Florrick tiene una relación con una adolescente mayor que él que lo utiliza para tuitear intimidades de la mediática familia. La hija de los Florrick no puede entender que su padre y su madre duerman en camas separadas ni que ésta tenga citas con un compañero de trabajo. Peter tiene dudas religiosas y no acaba de aclararse con el concepto de honestidad. Y Alicia, mientras tanto, capítulo a capítulo, se deja corromper en lo profesional y en lo sentimental. O quizá tan sólo se deja normalizar. Porque lo normal, en el mundo de las teleseries norteamericanas, es el cambio constante, la corrupción moral, la guerra, el caos. Un caos que los personajes intentan domesticar en vano: sólo se puede negociar con él. Un caos que los guionistas no sólo utilizan para generar tensiones, sorpresas o giros argumentales, sino también para teletransmitir un horizonte, que es el norteamericano posterior a septiembre de 2001, en que se ha generalizado la sospecha y la crítica a todas las instituciones, con Irak y Afganistán como telón de fondo.
The Good Wife es una teleserie sin hermeneuta central. Es decir, no hay un personaje que –como House, Patty Hewes, Dexter, Mark Benford o Michael Scofield– sea capaz de leer con mayor o menor exactitud el conjunto de la trama. Los guionistas, por tanto, no pueden delegar en un personaje la posible interpretación de conjunto. A diferencia de otras ficciones de carácter legal, en que ese mensaje puede ser puesto en boca del juez, la teleserie decide humanizar la figura del juez hasta el extremo de convertirlo en un sujeto con filias y fobias, humores y manías. Con esos personajes en el centro, la justicia se convierte en un sistema mutante de vaivenes políticos, de intercambio de favores, de interpretaciones dudosas, de investigaciones para-policiales y, sobre todo, de negociaciones entre personalidades diversas. Lo mismo ocurre en el micromundo de la familia Florrick que, como todas, es infeliz (y caótica) a su manera.
«The Good Wife» se emite por Fox los jueves a las 22:20 horas
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