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arquitectura

Lecciones magistrales de Le Corbusier

Hace cien años, los que ahora cumple la Residencia de Estudiantes, Le Corbusier impartía allí dos conferencias históricas. Una muestra reivindica su legado

Delfín rodríguez

Con motivo del Centenario de la Residencia de Estudiantes, institución de referencia en la cultura española del siglo XX, se ha organizado esta nostálgica y fascinante exposición sobre el paso de Le Corbusier (1887-1965) por ella para pronunciar dos conferencias el 9 y el 11 de mayo de 1928, invitado por la Sociedad de Cursos y Conferencias, creada en 1924 para difundir en nuestro país las corrientes más significativas del pensamiento europeo. Le Corbusier fue el primero en intervenir entre los arquitectos, artistas-arquitectos e historiadores que lo hicieron hasta la Guerra Civil. Después lo harían –y se les recuerda convincentemente en esta exposición– otros como Erich Mendelsohn, Theo van Doesburg, Walter Gropius, Sigfried Giedion y Edwin Lutyens, lo que resulta atractivo, ya que se trata en casi todos los casos, con la excepción de Giedion, de arquitectos ajenos en esas fechas a las posiciones teóricas de Le Corbusier, incluso en España, en las que algunas firmas, de Torres Balbás a Luis Lacasa, ya habían sido críticos, o lo eran, desde planteamientos modernos.

El francés necesitaba ser ardiente como el paisaje español, el flamenco, los toros, Toledo y El Greco

Precisamente esto nos habla de la extraordinaria versatilidad y ausencia de dogmatismos que reinaban en la Residencia de Estudiantes y en la Sociedad de Cursos en esos años e, incluso, de la posibilidad de un característico desconcierto y desorientación ante lo nuevo que podía reinar en los círculos españoles más comprometidos con la modernización del país. A pesar de todo, la élite intelectual, aristocrática y, por supuesto, muchos arquitectos, asistieron a todas ellas, y resulta revelador que el mismísimo Duque de Alba pudiera encargar a Mendelsohn un casa, o que, ya después de la guerra, fuera Lutyens, en las antípodas de la vanguardia canónica y tópica, el responsable de la reconstrucción de su Palacio de Liria, en Madrid.

Un empeño criticado

Muchos arquitectos y críticos le afeaban a Le Corbusier que todavía en esos años se empeñara en mantener vivas geometrías simbólicas, que él quiso ver como ardientes y patéticas, rítmicas y precisas, con una exactitud que si en una época anterior había vinculado a la máquina, ahora podía identificarla también con el flamenco o el arte del toreo , y que eran miradas con suspicacia por sus colegas centroeuropeos. Pero nuestro conferenciante parecía estar atravesando una crisis llamativa: la que le llevaba a afirmar el camino contradictorio de su idea de la arquitectura, la que conducía de la machine à habiter a la machine à émouvoir. «Espagne» le vino bien, no sólo en 1928, sino en los diferentes viajes que hizo hasta 1932, que ya fueron analizados con brillante claridad ensayística por Juan José Lahuerta.

En 1928, Le Corbusier vivía una crisis personal por las críticas a sus últimos proyectos

En 1928, Le Corbusier venía de una crisis real, tanto por la fortuna desigual y polémica de algunos proyectos anteriores (Palacio de la Sociedad de Naciones de Ginebra, de 1927), como por las acusaciones de conservadurismo desde ámbitos radicales y modernos europeos (las dos casas de la colonia Weissenhof de Stuttgart). En Madrid –y después en Barcelona– encontró refugio, al menos el que buscaba o podía buscar en un espacio «otro», diferente. Es decir, encontró lo que sabía que iba a encontrar, lo que le reconciliaba con otros territorios y culturas que hacía suyos con inmensa misericordia. Necesitaba ser ardiente, como Barrés decía que eran el paisaje español, el flamenco, los toros, Toledo o El Greco. El viaje a Segovia en esos días sólo le interesó por el acueducto; de El Escorial, tal vez, las bolas pétreas sobre las que se fotografió; y de Toledo, nada, o sí: una casita con patio y ventanas de escala humana.

Una cosa son sus impresiones de un lugar más allá de los Pirineos, exótico y oriental, y otra la expectación que despertó en las élites culturales que le agasajaron con extraordinaria cortesía en esos días, siendo Fernando García Mercadal su guía por excelencia. En resumen, una exposición fascinante e imprescindible para entender una época, un arquitecto y su recepción en España.

Le Corbusier. Madrid, 1928. Residencia de Estudiantes. Madrid. C/ Pinar, 23. Comisario: Salvador Guerrero. Catálogo: 30 euros. www.residencia.cesic.es. Hasta el 25 de julio

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