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La unidad de Bélgica peligra con las exigencias del flamenco De Wever

El valón Elio di Rupo gobernará si «reforma el Estado», dice el vencedor

Día 17/06/2010 - 19.35h
REUTERS
Bart de Wever posa para los fotógrafos
Al final de un camino pedregoso bautizado pomposamente como calle del Paraíso, en un diminuto pueblo valón llamado Nil San Vicente, se encuentra un pilote que señala el centro geográfico de Bélgica. Aunque casi nadie viene a visitar esta curiosidad, los que lo hacen pueden darse cuenta de que está en el límite entre dos campos de propietarios distintos, y los dos podrían reclamar la propiedad de ese mojón geográfico.
Desde siempre, Bélgica ha vivido en el borde de varias divisiones lingüísticas, políticas y religiosas y jamás ha conseguido construir una sociedad homogénea. Las elecciones del domingo han sacado a la luz una vez más que el país que nació en 1830 en esta zona de convergencia de las tensiones de todas las potencias europeas sigue siendo una suma de dos identidades colectivas, que lejos de difuminarse se van perfilando cada vez más firmemente.
«Los belgas no existen»
La frase del primer ministro Jules Destree al Rey Alberto I en 1912 sigue pesando como una losa en la vida política belga. «Sire —le dijo este político socialista al monarca— los belgas no existen. Sólo hay flamencos y valones».
El secreto de cómo ha logrado este país sobrevivir desde entonces es que a pesar de saberlo, todo el mundo finge ignorar esta realidad. Ayer, el actual Rey de los Belgas, Alberto II, recibió a los vencedores de las elecciones del domingo en cada comunidad. La prensa francófona de Bruselas ha pasado por alto que el líder nacionalista flamenco Bart De Wever (de la Nueva Alianza Flamenca, N-VA) se ha proclamado abiertamente como republicano, y en campaña dijo que no reconocía la legitimidad del monarca. El diario «La Derniere Heure» se jactaba en subrayar que el monarca y el separatista estuvieron reunidos durante casi una hora «a punto de batir el récord de una audiencia de Alberto II, que ostenta Yves Leterme», el actual primer ministro en funciones. Y, de hecho, si se escuchan las declaraciones de unos y otros, nadie excluye que pueda haber un acuerdo entre el N-VA, que es un partido flamenco y conservador, con los socialistas valones, grandes vencedores al otro lado de la frontera. De Wever ha dicho incluso que no tendría inconveniente en apoyar al líder socialista valón, Elio Di Rupo, como primer ministro de una hipotética coalición, «si eso puede ayudar a los valones a tomas las decisiones necesarias para la reforma del Estado». La política belga puede llegar a los malabarismos más impensables en otras latitudes. En la legislatura pasada había una coalición en la que los socialistas valones estaban en el gobierno y los socialistas flamencos en la oposición. ¿Cuáles son las causas de esta fractura? Para Pierre-Yves Monette, antiguo defensor del pueblo (valón) y consejero del Rey, «el aumento del nacionalismo flamenco, que ha penetrado en numerosos medios políticos e intelectuales del norte del país, está llevando a Bélgica a una situación en la que cada vez es mas dificil vivir juntos. Y la existencia de dos opiniones públicas completamente separadas y estancas constituye el principal motivo de preocupación».
Mientras la estructura política valona se ha mantenido prácticamente inmutable desde la II Guerra Mundial, con los socialistas en una posición hegemónica, los democristianos que habían dominado tradicionalmente en Flandes han sucumbido a la tentación de abrazar el nacionalismo para compensar la pérdida de influencia creciente en una sociedad cada vez más laica. Flandes está buscando una figura mesiánica desde hace tiempo. Hace un lustro estuvo coqueteando con el extremismo racista del Vlaams Belang y hoy la nueva estrella es el «nacionalismo cívico» de De Wever. No es de extrañar que un pueblo que habla una variante del holandés (o varias, según a quién se pregunte) insista en no sentirse cómodo ni con sus hermanos belgas del sur ni con sus primos holandeses del norte, a los que profesan un odio incomparable por razones históricas y lingüísticas.
Anexión francesa
En el sur, la alternativa de una Valonia anexionada a Francia como solución para la eventual independencia de Flandes es algo que los políticos francófonos de todo signo evocan abiertamente con regularidad, y hay incluso un partido que se presenta a las elecciones con este programa. En esta campaña electoral, cuando todos sabían que el gran triunfador en el norte del país sería precisamente el nacionalismo independentista, algunos líderes, como la humanista Joelle Milquet, ministra en el Gobierno saliente, la han mencionado como «el plan B» para el caso de que los hechos se precipitasen.
Ante esta posibilidad, Francia mira de reojo hacia el norte de su frontera, pero tratándose de un tema tan delicado lo hace con una discreción absoluta. Ayer mismo, un periodista italiano le preguntó al ministro francés de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, durante el consejo de ministros en Luxemburgo, a lo que este respondió con una frase que seguramente se había preparado para el caso: «No espere ningún comentario sobre eso por mi parte. Y, de hecho, ni siquiera sé de qué me habla».
Pero esa respuesta no hace sino corroborar que el futuro de Bélgica como país preocupa hoy más que nunca después de la histórica victoria electoral, el domingo, de los nacionalistas flamencos.
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