¿El problema? Que «la presencia de personas y la apertura del cierre de la cueva cambian la humedad, la temperatura y, por tanto, la actividad microbiológica. Es decir, se hace inestable. Tenemos en Altamira un bien muy frágil -continúa-, al que afectan los cambios ambientales».
100.000 personas por año
Importa recordar que desde los años sesenta hasta el cierre de 1979 entraron en Altamira más 100.000 personas al año. Desde 1982 hasta 2002 se programó un acceso muy limitado que al final no tenía una garantía suficiente. «En 2002 decidimos un cierre preventivo, después de conocer el problema microbiológico que los franceses habían detectado en las cuevas de Lascaux. Pero también fue un cierre proactivo porque durante estos años hemos podido evaluar la situación real de la cueva sin las alteraciones de las visitas. Y este estudio concluyó el pasado año», afirma Lasheras.
«Ahora lo que ha ocurrido es, sencillamente, que el Patronato ha trasladado a los expertos una ecuación, que deben resolver, entre el derecho de los ciudadanos a conocer y disfrutar del patrimonio y el deber prioritario de conservarlo», formula el director del Museo de Altamira.
Se espera que los técnicos definan un régimen de visitas restrictivo para minimizar riesgos... «y será experimental -remacha Lasheras- porque se cambiará si detectamos alguna alteración».
Agua, ocre y carbón. Miles de años no son definitivos, ni lo son los cierres. Hoy debe hablar la ciencia. Para lo demás, nos queda la Neocueva, la réplica de las pinturas.
