Manrique y la música
El etnólogo y director de la fundación Joaquín Díaz analiza la historia de las melodías y los versos como un recorrido donde la sencillez de unas y otros son la clave de la gloria estética y del aprecio de la conmoción

Sesenta años después de la muerte de Jorge Manrique, el catedrático de Salamanca Francisco de Salinas, recogió y transcribió para ejemplificar sus famosos Siete libros de Música muchos de los temas que el pueblo cantaba y oía cantar en tiempos del poeta. Gracias a él podemos conocer la sencillez de las melodías que eran del gusto del público en esa época y que servían después para inspirar a los músicos infinidad de adornos. Me referiré sólo a algunos casos: uno de los más frecuentes es el llamado «vacas» (o «guárdame las vacas»), bajo cuya denominación se incluyen varios temas cuyo esquema es idéntico; sólo cuatro notas sirven de soporte a una serie de adornos y ornamentaciones que van, sucesiva y progresivamente, creando un clima y enriqueciendo la melodía con la aportación de nuevas y cada vez más difíciles variaciones. Otro ejemplo es el del «canto del caballero», melodía que se desarrolla sobre un intervalo de cuarta y que da pie a más de cien invenciones creadas por vihuelistas y teclistas. Finalmente el caso más notable, por su sencillez, es el del «Conde Claros», sobre cuya melodía se podría proponer una lectura musical de las Coplas de Manrique.
El romance era, desde mediados del siglo XV, la forma poético-musical que mejor reflejaba el sentimiento y la cultura de todo el pueblo español. Si éste, como se ha dicho alguna vez, hablaba fácilmente en octosílabos —es decir, utilizaba un particular ritmo interno en las frases para expresar sus ideas— bien pudiera ser por la cantidad de romances que recitó y cantó o bien porque sintiera una natural tendencia a manifestarse así. Cuando Cervantes encabeza el capítulo noveno de la segunda parte de El Quijote con la frase «media noche era por filo», sabe, porque él mismo lo siente, que el lector —o quien escucha al lector— tarareará inconscientemente la melodía maravillosa del romance del Conde Claros de Montalbán. Tal melodía, transcrita por Salinas en la sexta parte de su obra De musica libri septem, es la quintaesencia de la música renacentista y el triunfo de la sencillez frente al barroquismo que se anuncia. Con sólo tres notas, que luego se encargaría de ir armonizando interiormente el buen sentido musical de cada uno, el autor anónimo de esta melodía daba en el clavo del acierto, del buen gusto, de la precisión y de la gloria estética.
Escritor esencial
El poeta y sus circunstancias, sin embargo, se sitúan en nuestra época con desventaja. En efecto, Manrique es un escritor «esencial», algo imperdonable en la sociedad de hoy que es pródiga en lo superficial y no tolera ni acepta la profundidad de pensamiento. Desgraciadamente no se conservan retratos de él salvo el de Juan de Borgoña, dato crucial e imprescindible para un mundo basado en la fuerza de la imagen y en su abundancia. Además es un poeta para quien los bienes de esta vida se convierten en una anécdota evanescente («Ved de quánd poco valor / son las cosas tras que andamos / y corremos / que en este mundo traydor / aun primero que muramos / las perdemos»), lo que le hace aún más extraño e incomprensible a los ojos actuales, saturados de bienes consumibles y de boatos. Su idea de la muerte está tan lejana del concepto medroso y timorato que hoy tenemos de la parca, que casi molesta, por displicente, la indiferencia de sus versos: «partimos quando nascemos / andamos mientras viuimos / y llegamos / al tiempo que feneçemos; / assí que quando morimos / descansamos». La muerte como descanso inevitable, las riquezas entendidas sólo como cernada sobre la que ha pasado la ceniza purificadora del tiempo, la aceptación de su relatividad («si juzgamos sabiamente / daremos lo non venido / por pasado»), son actitudes provocadoras para una sociedad apática e indolente como la nuestra, a la que aterroriza el dolor propio y a la que enojan o disturban las verdades: «Non mirando a nuestro daño / corremos a rienda suelta / syn parar / desque vemos el engaño / e queremos dar la vuelta / no ay lugar». Esta invitación a contemplar la verdad, a reflexionar sobre nuestra realidad profunda se hace además en forma de verso sereno y equilibrado...¿Cómo puede gustar algo así, acostumbrados como estamos al «politono», al «sonitono» y a los ramplones versos de amor de los móviles, verdugos de la creatividad y del buen gusto? ¿Es acaso compatible la finura y sensibilidad de la poesía de Manrique con la acidez y la perversión, tan seductora como prosaica, de los Simpson?...
Los tiempos aciagos piden a gritos antídotos eficaces contra la inercia y contra el letargo. Las palabras eternas, los conceptos profundos manriqueños reviven hoy en la voz de un artista que, durante toda su carrera se ha enfrentado a retos sin que nadie le obligara a ello. Amancio Prada, que abrió la puerta de la casa de Rosalía, que puso alas musicales a la mística de San Juan de la Cruz, que nos adentró en los exilios internos de García Calvo o de Sánchez Ferlosio, se atreve ahora con las coplas universales de Manrique. Y lo hace con la ayuda de la melodía: días atrás he tenido la suerte de asistir a una reunión de expertos que se sentaban a debatir sobre la importancia de la melodía en nuestras vidas. Algunas ponencias han sido clarificadoras y pertinentes. La melodía crece y se desarrolla en los primeros siglos de nuestra era como una oración personal. Frente al concepto público, ruidoso, circense y ya decadente de un imperio decadente, proponer un camino interior en el que la palabra y la música, adecuadamente combinadas, traten de dar respuesta a las preguntas angustiosas que atormentan siempre al individuo. Y se convierte así en el instrumento eficaz de las primeras salmodias, aquellas que durante siglos –hasta la época de Manrique - cuidarán del lenguaje y de la expresión como vehículos del espíritu.
Prada ha elegido esa vía, justa, adecuada, eficaz, para proponer una lectura melódica, personal y atractiva del poeta pre-renacentista. n
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