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La hegemonía está en el aire

Un buen Barça-Madrid. Brillante no, pero guapo en todo caso. Un Barça-Madrid es primeramente un paisaje mítico, la sublimación de un cuadro donde el fútbol reclama su esteticismo. Luz gradas abajo, sonido gradas arriba, el verde de paleta primigenia lacado por el aire que fusilan los focos, un fanal gigantesco donde el cristal es cada voz y el aliento arde. Del cielo a la hierba, de la tribuna a la cal, ondula un abismo transparente, y allí el azar o la fuerza, la fe o la agonía, consumen cuerpos y tensan almas. En ese escenario de pasión espesada por la historia de tantas otras noches, los equipos deben añadir la belleza del juego.

No siempre el Barcelona y el Madrid llegaron a añadirla, pero en todo momento la concibieron. Cada cual tiró de su arte, y en la esgrima de estilos el Madrid mereció más y pudo haber refutado con goles el del Barcelona. Es fama que los azulgrana, siempre dueños del césped, quieren poner a pastar a cualquier rival, incluido el Madrid. Esta vez la víctima no consintió la rumia. El Barça no se sintió en su recreo. Salió al patio a divertirse y topó con un visitante que le negaba la amenidad. Contra la defensa adelantada de los blancos, la noria local apenas pudo llegar hasta el área. Si alguna vez lo hizo, Pepe —a excepción del gol— se encargó de pararla. El clásico ataque del Barcelona, que todo lo penetra, fue sellado por el lacre del portugués. No valieron carruseles ni tiovivos frente a la trama madridista.

El Madrid opuso un frente compacto para defender con orden y energía desde Ronaldo hasta Casillas, y en la contra no tuvo una actitud dilatoria: se lanzó veloz y directo, sin revueltas, donde el Barça más bien giraba. Halló así destino en el minuto 19, en un tiro que Cristiano malogró hacia los pies de Valdés. Luego, en el 26, había gol en la zurda de Marcelo: lo negó su parsimonia. Hubiéramos contemplado más rapidez en el tinte del verde al amarillo, viendo caer las hojas en el parque, que en esta maniobra otoñal de Marcelo. En ambas ocasiones estuvo allí Kaká, que estiró intermitente su amenaza hasta el final del partido.

Al Barcelona le costó muchísimo dar desarrollo completo a sus jugadas. Se lo impidieron el Madrid y la falta de un 9. Cuando el 9 al fin entró (Ibrahimovic), trajo el gol con él. Fue en el primer pase certero de Alves, ya en el minuto 56. Así pagó el Madrid, a la postre, su excesiva encomienda al contragolpe.

La expulsión de Busquets dio al Madrid media hora para lograr con dominio lo que no había hecho a la contra. Puyol se cruzó ante el empate inminente de Higuaín, completando su emulación de Pepe; y fue entonces, no antes, cuando el Barça hizo valer su rondo. Xavi, Iniesta, Messi y su cohorte ampararon la pelota lo suficiente para que el Madrid no explotara la superioridad. Al final hubo menos estetas que luchadores de jornal, y dejaron la hegemonía en el aire.

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