Argentinaes un equipo vulgar, que no da ni tres pases buenos y que tiene una defensa de verbena. Ahora bien, el 10 lo porta Messi y eso es jugar con uno (o varios) más. El delantero del Barça ha estado nueve meses en su guarida, agazapado entre escándalos fiscales, críticas deportivas y extradeportivas, lesiones musculares y entierro de ciclo azulgrana. De él se ha dicho de todo, hasta que ya no tenía ilusión por jugar. Visto lo visto en Brasil, la realidad era la que nos temíamos todos: Messi lleva una temporada completa con el Mundial entre ceja y ceja. Con 27 años recién cumplidos, es el único título que le falta para ser considerado de una vez por todas el mejor futbolistas de todos los tiempos y, quizás, en Rusia 2018 ya sea demasiado tarde.
El astro argentino volvió a liderar a su decepcionante selección ante Nigeria con dos goles que le ponen al frente del pichichi, junto a su compañero Neymar, y que meten a la albiceleste en octavos y con una alfombra roja en el horizonte: Suiza o Ecuador (octavos), Bélgica o Estados Unidos (cuartos) y quizás Holanda (semifinales). Ni Aída Bortnik hubiera escrito mejor guión para los suyos.
Pasan las dos
Nigeria también estará en los cruces, pese a la derrota, aunque todo lo que sea pasar del primer envite será un milagro. Las «Águilas Verdes» son el prototipo de equipo africano: delanteros técnicos, veloces y con punch, pero gobernados por una anarquía incompatible con el éxito, sobre todo en la parte de atrás. Nigeria carece de cualquier movimiento colectivo para cerrar los espacios en la zaga y de una defensa de los balones aéreos propia de mediados del pasado siglo. Así, cada llegada del contrario es una ocasión de gol. Messi lo ejemplificaría a la perfección a los tres minutos de partido, fusilando a Enyeama. Los nigerianos se rehicieron rápido y empataron en la jugada siguiente gracias a una buena contra culminada por Musa. De ahí hasta el descanso, lesión muscular de Agüero, el talón de Aquiles de su carrera, y golazo de Messi en la prolongación, de libre directo.
El inicio de la segunda mitad fue una fotocopia de la primera: dos tantos muy tempraneros. Empataría de nuevo Musa (46’) en otro guirigay de la zaga albiceleste y Rojo, cuatro minutos después, pondría el definitivo 3-2 con un remate de cabeza a córner botado por Lavezzi. Entonces, Sabella cambió a Messi y Leo sonrió. El genio está feliz. La pregunta es: ¿Hasta cuándo frotará la lámpara? Solo él tiene la respuesta.