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El Brexit agranda la división en las familias y en los partidos políticos

El único ejemplo de unidad se da en los liberales, que buscan el sorpasso a los laboristas

Ramón Pérez-Maura

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El Reino Unido es hoy un país más roto que nunca. Gente intelectualmente destacada te argumenta con aplomo y aparente convicción exactamente lo contrario sobre un mismo tema. Y las posiciones parecen inamovibles, aunque se va conociendo alguna excepción. Boris Johnson perdió el apoyo de su hermano, que abandonó el Gobierno por esta crisis. En cambio, su padre, Stanley Johnson, que ha manifestado en múltiples ocasiones su europeísmo, confiesa ahora abiertamente que ha cruzado la línea y está al lado de su hijo, el primer ministro.

El escritor Henry Porter, columnista de «The Guardian», destaca que el 52 por ciento de los jóvenes no saben lo que van a votar en las próximas elecciones y dice que eso le da esperanzas de cambio. Aunque, dado que el mayor apoyo a la permanencia estaba entre los jóvenes, que más de la mitad no sepan lo que van a votar quizá no sea un dato tan positivo. Porter dice que crece la preocupación de la gente por los problemas inmediatos y muestra su desesperación por la incapacidad del Partido Laborista de presentar alternativas válidas. «Jeremy Corbyn es un marxista clásico, y su mano derecha, John McDonnell, es leninista. Combinan muy bien», ironiza con cara de desesperación.

El único ejemplo de unidad se da en los liberaldemócratas, que esta semana han celebrado su conferencia. En ella, su nueva líder, Jo Swinson, prometió retirar la petición de aplicación del artículo 50 del Tratado de la UE que se invocó para poner en marcha la retirada. Lord Razzall, antiguo tesorero del partido, explica que para ganar necesitan un 35 por ciento del voto y las encuestas les dan esta semana el 25 y el segundo lugar por delante de los laboristas. «Tenemos que sacar el otro 10 de esos laboristas que no quieren a Corbyn y de los conservadores que son partidarios de permanecer».

Pero la división se agranda en las familias y en otros partidos políticos. El diputado laborista Stephen Kinnock advirtió a Corbyn el jueves que hasta 30 diputados están dispuestos a apoyar a Johnson ante cualquier acuerdo que presente a la Cámara aunque su partido no lo haga. Kinnock es una persona especialmente relevante en el partido: es hijo de Neil Kinnock, antiguo líder y vicepresidente de la Comisión Europea. Stephen está casado con la ex primera ministra danesa Helle Thorning-Schmidt.

Parálisis

En el otro lado, la cosa es peor. Como dice David Campbell, editor de «Everyman’s Library», Boris Johnson ha tirado por la ventana trescientos años de historia conservadora. En una semana ha perdido a un Churchill, Nicky Soames, y al duque de Wellington, Charles Wellington, se ha dado de baja en el partido en el que siempre militó y fue diputado en el Parlamento Europeo.

Pero el Gobierno sigue teniendo un amplio respaldo. Charles Moore, ex director de «The Daily Telegraph» y biógrafo oficial de Lady Thatcher -ha entregado ya a su editor el tercer y último volumen- cree que laboristas y liberaldemócratas «tienen miedo a las urnas» lo que genera la extraña situación de que «quienes acusan al Gobierno de violar la democracia por haber finiquitado el periodo de sesiones más largo desde la Segunda Guerra Mundial son los mismos que no dejan votar a los ciudadanos».

Y esa es la siguiente parada en la marcha hacia la fecha final del Brexit.

A principios de la próxima semana se conocerá la resolución del Tribunal Supremo sobre las demandas contra la suspensión del Parlamento. La justicia escocesa dictaminó que era ilegal y la británica que era legal, razón por la que han acabado en el Supremo de nueva creación. Pero aunque sea un tribunal con sólo una década de antigüedad, sigue teniendo peculiaridades inimaginables en cualquier otro país. La presidenta, lady Hale, exigió el pasado miércoles a la representación del Gobierno que el primer ministro enviara por escrito una declaración de qué hará cuando reciba la sentencia. En cualquier otro sistema judicial es inimaginable que se pida eso al acusado. Si incumpliera una sentencia o intentara vadearla, el condenado tendría que vérselas de nuevo con la Justicia. Pero eso no puede ser lo que determine si es culpable o no. En todo caso, pinta mal para el Gobierno.

El Reino Unido es en realidad hoy el reino partido en dos. Todos dicen que quieren un acuerdo, pero sigue siendo improbable que logren uno. Y si no se logra uno de aquí al 31 de octubre, cuesta entender por qué habría de bajarse los pantalones la Unión Europea y conceder el enésimo aplazamiento. Es igual de improbable que se logre un acuerdo para el próximo 31 de enero. Y entonces habrá los costes añadidos de tres meses más de parálisis para todos.

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